martes, 1 de febrero de 2011

UN VICIO ABSURDO


Realmente los vicios humanos, si meditamos despacio sobre ellos, siempre llegaremos a la conclusión de que todos ellos son absurdos.

Nosotros para alcanzar el cielo hemos de subir por una escalera, compuesta de una serie de escalones, cuales son: Las pruebas de amor al Señor superadas, las tentaciones vencidas, el aprovechamiento de las gracias recibidas, las obras de caridad y en este caso, lo que aquí nos interesa, que es la adquisición de virtudes. El ejercicio de lo contrario a todo esto, nos hará también pasar por unos escalones, pero en este caso bajando y no subiendo.

Como bien sabemos, la antítesis de las virtudes que tan necesarias nos son para subir, se encuentra en los vicios cuyo ejercicio nos hace bajar escalones. Y planteada así el tema, uno debería preguntarse: ¿Cuál es el beneficio que se le obtiene al vicio? ¿Cómo es que este, nos ata con tanta fuerza? Bien, hagamos una breve serie de consideraciones escogiendo un vicio cualquiera, uno que está muy extendido y no pensemos que solo lo es en las féminas, sino también en los varones, aunque sean distintas las razones por las que una mujer o un hombre se engolosinan con este vicio. Concretamente me estoy refiriendo a la vanidad o vanagloria.

El origen etimológico de la vanidad o vanagloria, se encuentra en el término: vano, que siempre indica algo falto de realidad, de sustancia o de entidad, algo que está hueco. Este adjetivo, califica en el sentido de que lo adjetivado es hueco, vacío, falto de realidad. Y esto es lo que inmediatamente pensamos de una persona que nos la han calificado como vanidosa. Que es una persona hueca por dentro. En los evangelios, el Señor calificó a los escribas y fariseos, diciendo: Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo. Todo lo hacen para que los vean: agradan las filacterias y alargas los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludamos en las plazas y oírse llamar "Rabí" por la gente”. (Mt 23,2-7).

La vanidad, como ya hemos dicho en otras glosas anteriores, es un vicio que nos lleva a crearnos un pedestal donde subirnos, atribuyéndonos a nosotros mismos, unas cualidades y méritos que solo están en la imaginación del ego del vanidoso. La vanagloria, que pertenece a la misma familia, es un vicio aún más deleznable, en cuanto añade un robo, a la simple vanidad, pues consiste en atribuirse la gloria de otro como propia. Pero aún hay una forma más sangrante y repudiada por el Señor que consiste en atribuirse uno, la gloria que solo a Dios le corresponde. Claro que si nos atenemos a la realidad expresada por San Agustín, todo es vanagloria que atenta al Señor. En este sentido San Agustín, recordando a San Pablo (1Cor 4,7) y apoyándose en él, nos pregunta: ¿Pero qué es lo que tú tienes, que no lo hayas recibido previamente? ¿Y si no lo has recibido por qué gloriarte, como si lo hubieses recibido? Todo, absolutamente todo lo hemos recibido del Señor, y a Él solamente le corresponde la gloria de toda obra humana, cualesquiera que esta sea.

La vanagloria, como todo vicio que se precie de tal, tiene su raíz en el soberbia, tan enraizada está este vicio en la soberbia, que hay quienes lo califican como una forma superficial de la soberbia, que rebasa los justos límites a los que la humildad nos recomienda, con el deseo de obtener preeminencias y honores o un afán de protagonismo, que lleva a buscar parecer más de los que en realidad se es. En otras palabras ser un pavo real, que extiende sus plumas para que todos las admiren, aunque estas más de una vez, se encuentran manchadas, con el barro del suelo que pisan sus patas. El polaco Slawomir Biela describe como, en mayor o en menor medida, todos nosotros nos ponemos en el pedestal que nos hemos construido, pedestal de vanidad e independencia del amor indulgente de Dios. Pretendemos tener seguridad de poder, de poder tomar todas las decisiones sobre nuestra vida y por tanto confiarnos en nosotros mismos para realizar nuestros grandes planes de una vida bella libre y feliz. Y lo que es peor de toda esta línea de pensamiento, que es, que todo se programa marginando a Dios de nuestra vida. La vanidad junto con la jactancia, que es otro vicio que muchas veces acompaña a la vanidad, con llevan siempre una falta a la verdad, tal como nos lo enseña el parágrafo 2.481 del Catecismo de la Iglesia católica, al decir este que: La vanagloria o jactancia constituye una falta contra la verdad. Lo mismo sucede con la ironía que trata de ridiculizar a uno caricaturizando de manera malévola tal o cual aspecto de su comportamiento”.

Es de advertir, tal como escribe San Agustín, que: que puede ser objeto de vanidad no solo el esplendor y pompa de las cosas externas, sino hasta algunas bajezas dignas de llanto; que tanto más peligrosas son, cuanto más engañan con apariencias de servicio a una causa digna. Una buena acción puede ser anulada en su mérito, si se ejecutó para satisfacer una vanidad. ¡Cuantas acciones y promociones e iniciativas de rastrillos y tómbolas con fines benéficos, encubren muchas veces vanidades humanas! Escribe también San Agustín diciendo: Por amor de las alabanzas humanas, ¡cuántas cosas grandes no hayan realizado esos que el mundo llama grandes!”.

La vanidad y la vanagloria, se manifiestan de muy diversas formas en la conducta humana. La generalidad de los vicios se manifiestan uniformes y simples, pero la vanidad y la vanagloria son vicios distintos complejos y adoptan muchas formas que más de una vez no nos son reconocibles, por nosotros mismos, que caemos sin desearlo en la trampa, que estos dos vicios nos tienden. Siempre conviene examinar detenidamente los impulsos que nos lanzan a la actuación, para que tratemos de ver la emboscada que la vanidad nos tiende. Manejado este vicio hábilmente por nuestro demonio particular, este nos halaga siempre nuestro amor propio, y nos hace creer que son méritos nuestros, los que solo al Señor le corresponden.

Termino esta glosa con unos párrafos del libro del Eclesiastés, donde se puede leer una dura diatriba, contra la vanidad. Comienza el Eclesiastés diciendo: Palabras de Cohélet, hijo de David, rey en Jerusalén. ¡Vanidad de vanidades! - dice Cohélet -, ¡vanidad de vanidades, todo vanidad! ¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol? Una generación va, otra generación viene; pero la tierra para siempre permanece. Sale el sol y el sol se pone; corre hacia su lugar y allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el viento a girar. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir. Todas las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver ni el oído de oír. Lo que fue, eso será; lo que se hizo, ese se hará. Nada nuevo hay bajo el sol”. (Ecl 1,1-9). Y más adelante sigue explicando: Yo, Cohélet, he sido rey de Israel, en Jerusalén. He aplicado mi corazón a investigar y explorar con la sabiduría cuanto acaece bajo el cielo. ¡Mal oficio éste que Dios encomendó a los humanos para que en él se ocuparan! He observado cuanto sucede bajo el sol y he visto que todo es vanidad y atrapar vientos”. (Ecl 1,12-14). Y diciéndonos: Consideré entonces todas las obras de mis manos y el fatigoso afán de mi hacer y vi que todo es vanidad y atrapar vientos, y que ningún provecho se saca bajo el sol. Yo me volví a considerar la sabiduría, la locura y la necedad. ¿Qué hará el hombre que suceda al rey, sino lo que ya otros hicieron? Yo vi que la sabiduría aventaja a la necedad, como la luz a las tinieblas. (Ecl 2,11-13).

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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