lunes, 7 de febrero de 2011

¿TENEMOS MIEDO A LA MUERTE?


Desde luego que sí. ¿Quién es aquel que no carece, del deseo de no morir?

Todos sabemos que nadie se va a quedar aquí abajo; todos sabemos que el deseo de no morir nunca y quedarnos aquí abajo para siempre, es un deseo imposible de realizar. Todos sabemos, que sí, que es posible que la vida se nos aumente unos años más, cuidándonos corporalmente, no cometiendo excesos, teniendo en cuenta los avances de la medicina y la cirugía, y aprovechándonos de todo esto, pero también sabemos, que vencer a la muerte definitivamente jamás se logrará por medios de carácter material, sino solo por medios del orden espiritual. Solo hay un camino para vencer a la muerte, y este camino, con más o menos detalles y precisión, lo conocen los que practican la amistad con el Señor, y puede conocerlo, cualquiera que quiera entrar en el rebaño divino, las puertas de este redil, se encuentran siempre abiertas, tal como es la voluntad del Pastor.

Son pocas muy pocas, las personas que logran dominar, el temor a la muerte, pero existen y las hay. La mayoría de las personas, con más o menos intensidad, a todas les domina esa angustia de que han de morir. Por supuesto el temor a la muerte es directamente proporcional, por un lado, a la edad que tenga la persona y por otro, a su grado de intimidad en su relación espiritual con el Señor. A ninguna otra realidad del mundo le ofrece la mente humana, tanta resistencia, como a la muerte y por resistirla de esta manera tan feroz, la transforma en el enemigo por antonomasia de la humanidad y, por ende, soberana del mundo y este temor crece y crece en la persona, en la medida en la que se la rechaza y a su vez se le va acercando al hombre la incierta fecha, en la que acabará su vida.

Para I. Larrañaga, es el mismo hombre y solo él, el que da a luz a este fantasma al que quiere eliminar de su mente, no pensando en él. Pero no es esta la opinión de Leo Trese, que escribe: “El miedo a la muerte es algo saludable, es un mecanismo de autodefensa con el que Dios nos ha dotado para que vivamos el tiempo que tengamos que vivir. Si no fuese por ese miedo a morir. Asumiríamos riesgos innecesarios y apenas nos cuidaríamos de mantener la salud”.

En el hombre, su conducta está determinada por su escala de valores. Su escala de valores, en general desgraciadamente, considera fundamental su cuerpo y accesoria su alma. En consecuencia, es fundamental cuidar su cuerpo antes que su alma; alimentar su cuerpo antes que su alma; desarrollar su cuerpo antes que su alma; el actúa más en función de lo que su cuerpo le pide, sin atender a su alma. Su cuerpo morirá y se pudrirá, sin perjuicio de la futura resurrección de la carne, pero su alma es inmortal, jamás morirá, porque la materia al no ser simple siempre se descompone y desaparece, en cambio el alma, al ser un simple elemento del orden espiritual, nunca se descompondrá, y siempre vivirá para su gracia o desgracia, en el cielo o en el infierno. De aquí el temor a la muerte, de aquel que solo se ha preocupado en vida de su cuerpo. Porque al preocuparse solo de la seguridad de su cuerpo no le ha quitado las legañas a los ojos de su alma y solo ve con los ojos de su cuerpo, y lo que ve le crea una falta de seguridad en lo que le espera, lo que a su vez alimenta el temor a la muerte. Cuanto mayor cuidado hayamos dado en vida a nuestra alma, menos temor tendremos a la muerte.

Rico Pavés, es un profesor especializado en temas de escatología y con referencia al temor a la muerte escribe: Podemos señalar algunas razones de esa repugnancia a la muerte. En primer lugar la muerte escinde al hombre intrínsecamente; afecta a la persona aunque el alma sobreviva después de la muerte. En segundo lugar, la muerte existe, en el orden histórico, contra la voluntad de Dios. Lo recuerda San Pablo al afirmar que la muerte entró en el mundo por el pecado de Adán: “Por lo tanto, por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron”. (Rm 5,12); Porque el salario del pecado es la muerte, mientras que el don gratuito de Dios es la Vida eterna, en Cristo Jesús, nuestro Señor”. (Rm 6,23). Si el hombre no hubiera pecado habría sido sustraído de la muerte corporal”.

Se acostumbra a decir, que absolutamente todo el mundo tiene miedo a la muerte, y que hasta Nuestro Señor lo tuvo, amparándose esta afirmación, en esta cita evangélica de lo ocurrido en Getsemaní: “Y tomando a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y angustiarse. Entonces les dijo: Triste esta mi alma hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo. Y adelantándose un poco, se postro sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío si es posible, que pase de mi este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tu. (Mt 26,37-39).

Como ya explicábamos en una glosa anterior, es muy posible que la Agonía en el Huerto de Getsemaní le ocasionara al Señor, mayores sufrimientos incluso que el dolor físico de la crucifixión, y quizás sumió a su alma en regiones de las más oscuras tinieblas, que ningún otro momento de la pasión sufrió, con excepción tal vez, de cuando en la cruz clamó: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). Eran sufrimientos psíquicos no materiales. Santa Catalina de Siena y el Beato Raimundo de Capúa, interpretan la frase de que pase de mí este cáliz, refiriéndose no a los futuros sufrimientos físicos de la Pasión y Crucifixión, sino a los sufrimientos psíquicos que estaba soportando, por razón de todos los pecados de todos los hombre de todos los tiempos. Para Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa pontificia, La verdadera pasión de Jesús es la que no se ve, la que le hizo exclamar en Getsemaní: 'Me muero de tristeza'” (Mc 14,34).

El Señor no expresó miedo a la muerte por que Él era, es, tenía que ser y tiene, una perfecta unión con el Padre y el Espíritu Santo en ese lazo del amor recíproco que media en la Santísima Trinidad y además, tal como explica San Juan en la primera epístola suya: "No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos, porque él nos amó primero. (1Jn 4,18-19). El Señor era y es puro amor y donde hay amor no puede haber temor.

Para San Alfonso María Ligorio: Mirada la muerte a la luz de este mundo nos espanta e inspira temor, pero con la luz de la fe es deseable y consoladora. Horrible parece a los pecadores; pero a los justos se muestra preciosa y amable. La clave para vencer el miedo a la muerte, fundamentalmente se encuentra en la fe. La falta de fe o el hecho de que esta sea débil, facilita la existencia del temor a la muerte. Bien es verdad que se puede tener fe y temor a la muerte, pero en la medida en que aumente en un alma la fe, aumentará también al unísono la esperanza y el amor a Dios y las tres virtudes fuertemente arraigadas en un alma empiezan debilitando el temor a la muerte y acaban por eliminarlo.

Ya hemos visto las palabras de San Juan en su primera epístola: "No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor”. (1Jn 4,18-19). Es indudable que el miedo a la muerte se debilita, en la medida en que aumenta la fe de una persona. Lo que nos ocurre es que creemos tener fe, y al más mínimo embate que se le haga a esta fe, que creemos se inamovible, resulta que se nos mueve. Nunca olvidemos que si de verdad creemos, todos dispondremos de gracias más que suficientes, para hacer frente al temor a la muerte, en el resto de vida que nos quede y sobre todo cuando llegue el momento decisivo, para el cual hay que estar preparados, pues el maligno, al ver que se le escapa un alma, está dispuesto a echar toda la carne en el asador.

Santa Teresa de Lisieux, se preguntaba: “¿Por qué tendría yo que tener miedo, de alguien a quien tanto amo? Se puede tener miedo de lo que precede, pero no al instante de la muerte, a no ser que no se ame al Señor”. “El amor perfecto destierra el temor, pero lo que nos ocurre, es que no hemos llegado hasta ahí, y es un gran peligro querer ser liberados de todo temor a la muerte por cualquier otro medio que no sea el del amor perfecto al Señor. Mientras tanto, hasta que logremos este objetivo, cultivemos el coraje de tener miedo, escribe el P. Molinié. Hay quienes como Thomás Merton piensan. “¿Por qué voy a angustiarme por la pérdida de una vida corporal que inevitablemente tengo que perder, mientras poseo una vida y una identidad espiritual que no se pueden perder, en contra de mi deseo?”.

Para alguien que nos mire desde fuera de este mundo, no comprenderá nuestro temor a muerte, si es que nos atenemos al contenido de nuestra fe, según la cual es mucho mejor lo que nos espera que lo que aquí abajo tenemos. Parece que la muerte de amor para el creyente, habría de ser algo más que deleitosa: tendría que ser lo normal. ¿Por qué sin embargo, el cristiano no muere de amor, de ansias por reunirse con el Amado? San Francisco de Sales enumera los cuatro motivos que hacen que un pedazo de hierro no sea atraído por un imán: bien sea porque se interpuso un diamante, o porque el hierro está engrasado, o porque pesa excesivamente, o porque se halla demasiado lejos. Es decir: o porque el alma está apegada a las riquezas, o porque está sumida en placeres sensuales, o porque el amor propio que es un muy pesado lastre, o simplemente a causa de esa distancia que todo pecado introduce entre Dios y el alma.

Para Henry Nouwen, quien se ha encontrado con Dios no se preocupa por el futuro. Quien aprendió a vivir en la gran Luz, ya no está preocupado por saber si la Luz seguirá allá mañana... La necesidad de hacer preguntas escépticas acerca de la vida futura parece desaparecer a medida que la Luz divina se transforma en una realidad en nuestra vida diaria.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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