sábado, 19 de febrero de 2011

HABLAR CON NUESTRO SILENCIO


Hablar con nuestro silencio, parece un contrasentido, pero no lo es.

En la vida espiritual, básicamente podemos entrar en contacto con el Señor, de tres distintas formas: Orando vocalmente que es la forma primaria más utilizada, orando mentalmente, es decir, meditando, o entregándonos a la oración contemplativa, para poder llegar a alcanzar el don de la contemplación, y es aquí en esta última clase de oración, donde entra en juego nuestro silencio, el hecho de que aprendamos hablar al Señor con nuestro silencio y saber escucharle en el silencio, es muy importante en el desarrollo de nuestra vida espiritual. Desde de luego puede ser que esto, para un alma de corta o inexistente vida interior, le parecerá una sin razón, pues es necesario tener un cierto grado de intimidad con el Señor, para comprender plenamente esto y lo que voy a seguir escribiendo.

He empleado el término intimidad y la intimidad es una de las varias características que tiene el amor. Como sabemos la naturaleza de Dios es el amor y solo el amor, tal como reiteradamente nos lo pone de manifiesto San Juan su discípulo predilecto: Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él. (1Jn 4,16). Nadie genera amor, salvo Dios que es amor. Él es la única fuente de todo amor. Lo que nosotros tenemos hacia Dios es deseos de amarle y Él se complace y nos satisface estos deseos, permitiéndonos que le amemos. El amor puro entre las personas es un reflejo del Amor de Dios, debemos amar a los demás, siempre en cuanto ellos son amados por Dios. Pero amar al margen de Dios, solo es querer, es desear satisfacer un cierto deseo generado en nuestra mente, pero no es puro amor.

Dicho lo anterior y en referencia al amor entre personas, vemos que cuando estas están enamoradas con pureza, buscan la intimidad, se cogen las manos, se miran a los ojos, y les sobran las palabras. Ellos dos, también se están hablando en el silencio. Pues bien, algo muy parecido nos puede pasar y hemos de buscar que nos pase, en nuestras relaciones con el Señor. Hemos de aprender hablarle con el silencio, pues ello es orar contemplativamente como medio para buscar la contemplación, que es el más alto grado de oración que nosotros podemos ofrecerle al Señor. La contemplación es vivir un anticipo del cielo en la tierra. Para Thomas Merton, en el sentido estricto de la palabra, la contemplación es: Un amor sobrenatural y un conocimiento de Dios sencillo y oscuro, infundido por Él, en lo más elevado del alma, de modo que le proporciona a esta, un contacto directo y experimental con Él”. Y para San Juan de la Cruz, contemplar es sumergirse en la mayor profundidad de sí mismo y ahí encontrarse con Dios. El alma en contemplación es, para el santo Doctor, como el pez inmerso en las aguas del espíritu, dejándose envolver por las tinieblas para penetrar en el abismo de la fe. Se trata de reducir al silencio al hombre sensorial y racional para que pueda realmente vivenciar la fe en Dios presente, de modo que el supremo acto de fe, de esperanza y de amor se confundiría con el supremo acto de contemplación.

Ya en una glosa anterior escribí que Dios quiere, que todos nosotros intentemos orar con el corazón, es decir que accedamos ya aquí en la tierra, a la contemplación de la Luz divina, mediante la práctica de la oración contemplativa; esta es la clase de oración a la que cualquiera otra (vocal, privada o litúrgica, y meditación) debería conducirnos, y la clase de oración que más eficazmente contribuirá al crecimiento de la gracia divina en nuestras almas. El tema no es fácil de lograr, intervienen muchos factores que nos apartan de este fin, pero lo más fundamental es alcanzar, primero el silencio exterior y luego el interior.

El gran maestro francés de la oración Jean Lafrance escribe: El silencio de Dios es la realidad más difícil de llevar al comienzo de la vida de oración, y sin embargo es la única forma de presencia que podemos soportar, pues todavía no estamos preparados para afrontar el fuego de la zarza ardiendo. Es preciso aprender a sentarse, a no hacer nada delante de Dios, sino esperar y forzarse de estar presente al Presente eterno. Esto no es brillante, pero si se persevera, irán surgiendo otras cosas en el fondo de este silencio e inmovilidad. Ya en el siglo XVI, Lorenzo Scuopoli escribía: Has de saber que el silencio es una gran fortaleza en la batalla espiritual y una garantía segura de victoria. El silencio es amigo de quien desconfía de sí mismo y confía en Dios”.

Verdaderamente en esta batalla que se libra hablándole al señor, con nuestro silencio, se requiere mucha paciencia y son muchos los que tiran la toalla, que el pensamiento interior de decirse a sí mismo: esto no es para mí, o a mí Dios no me pide tanto. Grave error, porque el crecimiento en la vida espiritual, solo se puede dar en la perseverancia y dentro de ella en la mucha paciencia.

Es preciso mucho tiempo para llegar a la sencillez en la oración, y para llegar a olvidarnos de nosotros mismos, para elegir lo que conviene a nuestra oración. Encasillarnos en una rutinaria oración vocal o inclusive mental si estamos en continua lucha con las distracciones, no nos facilitarán nunca el camino hacia la contemplación. En la oración contemplativa, como medio de alcanzar el don de la contemplación, hay que llegar al silencio interior y nunca podremos llegar a él, en medio del ruido exterior. Para llegar al silencio interior, hay que vaciarse de pensamientos e imágenes almacenadas en nuestra memoria que siempre no estarán asediando, pero en la medida en que avancemos estos asedios serán menos fuertes y al final terminan por desaparecer.

Por otro lado no tomemos a la oración contemplativa como la cumbre de una escalera., el hecho de luchar por acceder a la oración contemplativa, no nos debe de permitir el olvidarnos de la oración vocal o de la meditación. Para llegar a Dios todos los medios valen. No pensemos que por ejemplo, una Santa Teresa de Jesús un día alcanzó la contemplación y ya solo oraba contemplativamente abandonando otras formas de orar, y que todo el día nadaba en abundantes contemplaciones. En la oración contemplativa podemos llegar a momentos en que el Señor nos otorgue un don contemplativo, que a lo mejor no llega ni a un minuto, incluso hay personas que el Señor las ha sumergido en el don de la contemplación, y ellas en su candor e inocencia, no se han dado cuenta de que estaban gozando de un don contemplativo. Porque este como quiera que somos personas distintas no solo en cuerpo sino también en alma, el don de la contemplación no todas las personas que ha llegado a él, lo han experimentado de la misma forma.

En la vida espiritual no hay ni trucos ni atajos. Los que se imaginan que pueden descubrir técnicas especiales y tratan de asimilarlas, para eludir los auténticos problemas de su vida espiritual, normalmente llegan a ignorar la voluntad de Dios y su gracia. Sufren de exceso de confianza y de autocomplacencia en ellos mismos. Dice Lafrance: Si quieres encontrar modelos de auténticos contemplativos, no te fijes demasiado en los sufíes o hindúes; mira a tu perro; él te esclarecerá de una manera más sencilla y concreta sobre lo que Dios espera de ti, que es muy sencillo pero también muy humillante. Es verdaderamente humillante ser un pobre perro, que no puede hacer nada para salir de la situación: no puede más que esperar, echarse ante la puerta de su amo y gemir…. Pero ¡qué alegría cuando la puerta se abre!, Su larga espera se ve recompensada”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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