La visita recuperada en Medjugorje.
El 16 de octubre de 2010, un grupo de 46 peregrinos suizos montaron en un autobús don destino Medjugorje. Entre los viajeros figuraban una mujer ciega llamada Joëlle y su hija Vinciane, de 12 años de edad. Iban acompañadas por Claudia, una amiga de la familia.
El viaje a Medjugorje no careció de inconvenientes. Tras dos días de trayecto, el grupo llegó a la frontera de Bosnia y Herzegovina, encontrándose con que el autobús no tenía los documentos correctos para entrar en el país. El autobús se desplazó hasta otro paso fronterizo para probar fortuna, pero se encontró con la misma negativa de los funcionarios. No le esta permitido entrar en Bosnia Herzegovina.
Afortunadamente, en este segundo paso fronterizo se observó que había un servicio de autobuses locales que operaba una ruta a Medjugorje. Así que los peregrinos descargaron su equipaje del autobús suizo y esperaron en la parada correspondiente la llegada del siguiente autobús local que con destino a Medjugorje. Lograron así llegar a la aldea a las 8 de la tarde, habiendo ya anochecido.
Al día siguiente, el grupo (incluida Joëlle, la mujer ciega) ascendió a la Colina de las Apariciones. No fue una subida fácil debido a la lluvia, pero había un gran espíritu de solidaridad. Por la tarde, el grupo se reunió de nuevo y asistió al programa vespertino de oración que tuvo lugar en la iglesia de Santiago. Joëlle se tornó extrañamente inquieta tras recibir la Eucaristía en la Misa, pero fue tranquilizada por el sacerdote que acompañaba al grupo suizo.
Al día siguiente, la mayor parte del grupo subió hasta la cumbre del Monte Krizevac, a excepción de Joëlle y algunos otros peregrinos incluido el sacerdote, quienes a cambio rezaron un Vía Crucis en torno a la estatua del Cristo Resucitado. El grupo principal oró fervientemente en el Krizevac por las necesidades de Joëlle, con la esperanza de que pudiese recuperar la vista. Tras seis horas de oración, descendió de la montaña a tiempo para asistir a la Misa vespertina en la iglesia de Santiago.
Durante esta Misa ocurrió algo extraordinario. Al tomar la Eucaristía Joëlle alzó la cabeza y vio ante sí a un sacerdote vestido con un alba blanca. Levantó la vista y pudo ver las luces de la iglesia, sus altos techos y sus ventanas. Joëlle sufrió tal conmoción que empezó a sentirse mal de nuevo y pidió a su amiga que la llevase fuera del templo. Cuando Joëlle salió de la iglesia se volvió a Claudia y le dijo: "¡Veo la luz!"
Siguieron caminando por el exterior de la iglesia, bordeándola y dirigiéndose hacia la zona de la sacristía, donde se encontraron con el Padre Oliver, un sacerdote que había venido también con el grupo a Medjugorje. Cuando le refirieron lo sucedido, se conmovió profundamente y regresó de inmediato al interior de la iglesia para rezar los Misterios Gloriosos del Rosario como es habitual después de la misa vespertina en Medjugorje.
Para entonces, otras personas habían comenzado a reunirse en torno a Joëlle y Claudia. El Padre Oliver regresó y sugirió a todos entrasen de nuevo en la iglesia en acción de gracias. El grupo se arrodilló a los pies de la escalinata que precede al altar para dar gracias y alabanza por la maravillosa curación de Joëlle, y los presentes recordaron el pasaje del Evangelio en que fueron sanados 10 leprosos, pero sólo uno volvió para dar gracias.
Luego el grupo se situó ante la estatua de Nuestra Señora y continuó orando antes de regresar finalmente a su albergue.
A continuación algunos peregrinos atestiguaron que, en el momento en que Joëlle recibió la comunión, estaban situados detrás de ella y que percibieron una intensa e inexplicable fragancia de rosas.
El Padre Oliver se adelantó al grupo durante el regreso al albergue e invitó a todos los ocupantes del mismo a reunirse en la sala principal, dado que había buenas noticias que compartir. Por fin , cuando Joëlle y Claudia regresó, todos los reunidos aguardaban con expectación.
Vinciane, la hija de Joëlle, ignoraba todo lo ocurrido, pues no había estado con su madre cuando ocurrió la prodigiosa sanación. Así pues, cuando su madre regresó al albergue, formaba parte de los reunidos en el salón, sin saber lo que había sucedido.
Joëlle dijo entonces a su hija:
-“Vinciane, ¿te has lavado el pelo?”
-“Sí, sí, pero ¿por qué nos han pedido que nos reunamos en esta sala”
Joëlle le replicó con otra pregunta:
-“Vinciane, ¿no ves nada extraño en mí?”
-“No” - -respondió Vinciane.
-“Entonces, fíjate mejor” - repuso su madre.
-“¡Puedes ver!” - exclamó la niña estupefacta.
Madre e hija dieron palmas y, vibrantes de alegría, se unieron en un abrazo que duró varios minutos.
Es difícil imaginar el grado de emoción que embargaba a todos los presentes. Y la alabanza y acción de gracias continuó hasta que todos decidieron ir a orar ante la Cruz Azul, donde tienen lugar muchas de las apariciones de la Virgen.
Posteriormente, Joëlle dio más detalles acerca de su curación. Declaró que fue después de la primera misa vespertina cuando comienza a distinguir la luz, los rostros de las personas y el movimiento de sus labio. Durante los días siguientes su visión mejoró gradualmente.
Ahora puede ver a sus dos hermanos y a sus padres tras 42 años de ceguera. Dijo que fueron sus padres quienes le enseñaron a amar a Jesús y a María y que nunca había dejado de dirigirles plegarias. Afirmó estar también agradecida por haber recibido como regalo a Vinciane, su "antorcha", como denomina a su hija.
Después de recuperar la vista, Joëlle se ha enfrentado a muchas dificultades para adaptarse a su nuevo mundo, especialmente al ver tantos edificios altos y tanta gente. A menudo, esto le producía una reacción adversa y se sentía mal. Pero Joëlle afirma que, con la gracia de Jesús y María, va a superar los problemas y desafíos que ha traído su curación. Ahora sabe diferencias los colores, ve las casas, los árboles y la vegetación, los coches, la gente, el sol, y… ¡puede ver a su gato! Y aunque todavía está bajo los cuidados de un oftalmólogo, Joëlle dice tener fe firme en que Jesús va a completar la obra que ha comenzado. Su hija puede ahora disfrutar de habitación propia en su apartamento y ha dicho a su madre, "¡La Paz vive en nuestra casa!"
Unas palabras finales de Joëlle: "Esta curación me ha dado el cuerpo sano de un ser adulto, pero me ha dejado con el corazón de una niña".
Juan García Inza
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