En el libro de Job, podemos leer: “Tentación es la vida del hombre sobre la tierra”.
Si miramos en cualquier diccionario de sinónimos, veremos que el verbo tentar tiene un sinfín de sinónimos, puesto que el término “tentar” tiene varias acepciones, pero aquí la que nos interesa, es la que dice que tentar, es: “Solicitación al pecado inducida por el demonio”. Y con esta definición, llegaremos a la conclusión de que la tentación es el medio que tenemos a nuestro alcance, para probarnos y ser probados, de si amamos o no al Señor. Y en este sentido tentación y prueba son elementos complementarios. Nosotros somos probados en nuestro amor al Señor por medio de la tentación. Nuestra prueba se centra en el hecho de si por amor a Dios, somos capaces o no de resistir la tentación demoníaca.
Y si nos preguntamos: ¿Quién nos tienta? Hay veces que podríamos pensar, que algunos no necesitan demonios para que los tienten, o al menos sus hábitos de pecado están tan arraigados en su alma que su demonio está siempre de vacaciones. Pero no, no nos engañemos, en ningún caso el demonio está cruzado de brazos, es mucho lo que a su juicio él se juega. Alguien podría pensar que cada demonio que lleve un alma al infierno obtiene un premio, y en cierto modo es así, porque su odio en el que se encuentra inmerso, su odio a Dios es de tal naturaleza, que disfruta cazando trofeos en este coto de caza, que es el mundo. Y últimamente las temporadas de monterías y safaris, en este descristianizado mundo, donde ya no hay veda de ninguna clase, están siendo muy productivas, sobre todo en piezas de caza mayor.
El odio que es el fruto de la soberbia, que le movió a decir a los demonios “non serviam”, no serviremos, y esto es lo que les sigue moviendo a tratar de cazarnos, aunque ello les pueda suponer, y les supondrá un aumento de su pena infernal. Pero esto no les frena, la fuerza del odio es tremenda, aunque hay en el mundo visible y en el invisible, una fuerza aún mayor que la del odio, que es la fuerza del amor.
Como sabemos el infierno es el reino del odio, mientras que el cielo es el reino del Amor. Y nosotros en esta vida hemos venido a ella, para superar una prueba de amor, por lo que para no contaminarnos, odiando a nadie, hemos de oponer al vicio de la soberbia, la virtud del amor, y si lo oponemos debidamente nuestro triunfo está asegurado.
Pero el demonio, que nos conoce muy bien, continuamente nos está tentando, por ello, San Pedro nos dejó dicho: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe”. (2Pdr. 5,8). Aunque seamos un dechado de virtudes y perfecciones, cosa que pueda existir alguien así de puro y perfecto, pero que pocas noticias tenemos de su existencia y que el demonio tenga poco que hacer, él nunca da la batalla por perdida y nunca suelta una presa aunque sus posibilidades de triunfo sean casi nulas. A él, no le importa perder el tiempo, tiene la eternidad por delante y la experiencia del refrán que nosotros tenemos y que dice: el que la sigue la mata. De aquí el sentido de la recomendación de San Pedro.
Para tentarnos, el demonio busca nuestros puntos débiles, debilidades que todos tenemos y ¿cómo las averigua? Primeramente consideremos que él no puede entrar a saco en las potencias de nuestra alma, si lo pudiese hacer ya todos estaríamos en las calderas de Pedro Botero, pero si puede entrar por ejemplo en la memoria, pues ella es recordatorio de hechos que nos sucedieron, y de los que l fue testigo de ellos, luego conoce nuestra forma de pensar, aunque directamente no pueda entrar en nuestra mente y ni mucho menos en nuestra voluntad. En la vida ordinaria, conocemos a una persona que nos presentan, y con una breve conversación con ella, inmediatamente nuestra mente le rellena una ficha que almacenamos en la memoria. En esta ficha tomamos notas, de su grado educacional, de su estatus social, de su comportamiento, de su grado de formación en su profesión, de sus ideas, incluidas las políticas y de todos esos factores que configuran la personalidad de las personas. Pues bien, si nosotros, seres intelectualmente inferiores al demonio, en una simple conversación somos capaces de clasificar a una persona y rellenarle su ficha, imaginémonos de lo que será capaz el demonio que se pasa años observándonos, para cazarnos como si de una simple tórtola se tratase.
Frente a esta situación, nosotros tenemos un arma que si la usamos debidamente él se encuentra con las puertas cerradas. Lógicamente me estoy refiriendo a la gracia santificante. La cual como todos sabemos tiene unos canales de distribución y obtención por nuestra parte que son los Sacramentos. Cuando escribo esto, no dejo de pensar en los antiguos patriarcas, como nuestro padre Abraham, que no disponían de ayuda sobrenatural alguna, y sola fuerza de su humana naturaleza, una naturaleza hercúlea eran capaces de tener la fe que Abraham tenía. Eran gigantes que remediaban la falta de gracias sobrenaturales, a base de su gigantesca fuerza natural. Y aquí estamos nosotros, que ni siquiera con la ayuda de las gracias divinas, somos capaces de dominar nuestra soberbia y vencer al maligno. Y eso que en nuestra voluntad, él no puede entrar y forzarla, pero si nos puede presentar, justificaciones, imágenes y pensamientos, lo suficientemente persuasivos, como para hacernos caer en sus redes.
El Señor, nunca niega la gracia santificante al que la necesita, y la da siempre en cuantía suficiente como para vencer la tentación demoníaca. San Pablo escribió: "Y a causa de la excelsitud de las relaciones. Por lo cual para que yo no me engría, fuéme dado un aguijón de carne, un ángel de satanás, que me abofetea para que yo no me engría. Por esto rogué tres veces al Señor que se retirase de mí, y Él me dijo: Te basta mi gracia que en la flaqueza llega al colmo del poder. Muy gustosamente pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo”. (2Co 12,7-9).
Santo Tomás moro escribía diciendo: “…, pues no hay demonio tan diligente en destruirte como Dios en preservarte, ni hay diablo tan cerca tuya para hacerte daño como Dios para hacerte bien, ni son todos los diablos del infierno tan fuertes para asaltarnos como lo es Dios para defendernos, si no desconfiamos y ponemos nuestra confianza en Él”.
La tentación siempre tiene una parte completamente positiva para nosotros, y es que si somos capaces de salir vencedores, es que hemos dado una paso en la escala para subir al cielo, pues pensemos que sin tentaciones no tendríamos escala para subir al cielo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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