lunes, 31 de enero de 2011

MILAGROS, AYUDAS Y FAVORES DEL CIELO


Hay que distinguir los favores de Dios, o las simples coincidencias de hechos que respondieron a las leyes naturales, de los milagros-milagros.

Dentro del manejo popular del término, hay milagros-milagros y milagros chiquitos. ¿A qué viene esto? A que las personas, cuando le piden algo a Dios, directamente o por mediación de intercesores, como de la Virgen María, o de algún santo y hasta de antepasados a quienes se les ve como salvados en el cielo, dicen que se les concedió el milagro pedido.

Independientemente de la buena fe de quien lo dice, hay un uso indebido del término milagro, ya que se le da una significación que no tiene en la mayoría de los casos. Esto es importante porque la iglesia que ve a profundidad científica el caso de los presuntos milagros es la católica, que cuando habla de milagros es que realmente pueden considerarse como tales, en el más estricto sentido.

La mayor parte de los casos, un creyente pide algo a Dios, que puede ir desde que gane su equipo deportivo favorito hasta conseguir un trabajo o la salud de un ser querido, y cuando sucede lo pedido dicen que Dios les hizo el milagro.

Pero no, perdón, podríamos decir que se trata de favores o ayudas divinas, si realmente es así, pero no necesariamente de milagros. ¿Cuándo podemos hablar de milagros? Cuando Dios concede un hecho que desafía las leyes de la naturaleza, cuando la ciencia no puede explicar cómo sucedió aquello.

Los milagros generalmente son casos de recuperación de la salud en forma inexplicable para la ciencia médica. Los más impactantes son cuando desaparece, de pronto, una enfermedad, como un tumor maligno que médicamente ha sido detectado y correctamente diagnosticado, y tras el milagro simplemente no existe tal tumor, desapareció. No se trata de que fue reduciéndose paulatinamente, aunque sea muy aprisa, lo cual puede tener una explicación médica, como es el efecto de un tratamiento adecuado o hasta de un caso psicosomático.

Las personas tienen muchas veces, sin saberlo, un gran poder para que la mente logre derrotar una enfermedad y curarse rápidamente, con o sin ayuda ajena. Por eso hay personas que luchan contra una enfermedad, y logran que su cuerpo utilice al máximo los poderes de recuperación que Dios puso en la naturaleza viva, y vencen la enfermedad. Pero esto no es realmente un milagro.

Por eso también hay personas con la capacidad de curar a otros, - aunque generalmente no a sí mismos -, y no precisamente como hechos milagrosos. Los sanadores o healers, en inglés, piden a Dios que cure a alguien con su intervención. Se dice que estas personas que curan tienen una gran energía que trasmiten al enfermo, y tal parece que es así, como un fenómeno natural poco conocido. ¿Realizan milagros? Probablemente no, a menos que el hecho, como ya dijimos, desafíe a la ciencia, para la cual sea inexplicable.

Para los católicos, los milagros verdaderos, aparte de las ayudas o favores que les son concedidos, son los hechos que van en contra de las leyes naturales como las conocemos. Para que la Iglesia reconozca un hecho inexplicable como milagro es necesario que se estudie tan cuidadosamente como sea posible, que los científicos declaren que va en contra de las leyes naturales. Si no es así, pero se trata de lo que parece ser resultado de rogar a Dios, entonces podemos hablar de favores o ayuda divina. No por eso dejan de ser importantes para la fe, pues lo son: Dios los ha escuchado y concedido, pero no son milagros.

El uso indebido del concepto milagro, hace que los seguidores de la superstición de la Santa Muerte, crean que ella hace milagros, sin ninguna prueba científica.

Cuando una persona muere, como se dice, en olor de santidad, que tuvo una vida ejemplar o fue objeto de martirio aceptado (y perdonado) a causa de su fe, la prueba que la Iglesia requiere para declarar que está en el cielo y es por tanto santo, es que se atribuyan a su intervención ante Dios dos milagros auténticos, científicamente hablando, el uno para beatificarlo y el otro para canonizarlo.

El caso de un hombre contemporáneo, a quien se elevará a los altares del catolicismo el primero de mayo de 2011, está en esta línea: se atribuye a su intercesión el que Dios haya sanado milagrosamente a una persona enferma. De ello hay testimonio de los médicos y de la misma enferma curada. Hablamos de Karol Wojtyla, Juan Pablo II. Hay más casos de su intervención bajo estudio.

La profunda preocupación de la Iglesia Católica por el asunto de los milagros no parece ser compartida por otras religiones tan estrictamente hablando, sobre todo en llevar su estudio al mayor nivel científico posible. Una sola pequeña duda, y el caso se queda en los archivos. En los centros religiosos como Fátima y Lourdes, los testimonios de curaciones repentinas o muy rápidas de peregrinos son más que abundantes, pero la Iglesia se la lleva con toda calma en su estudio.

Los milagros pueden demostrar, a quien quiera verlos (no hay peor ciego que el que no quiere ver), que la naturaleza puede ser desafiada por su creador, un Dios que sí existe y muestra su poder. Pero para que la demostración convenza, se estudia cada caso con la ayuda de la ciencia. En cambio, la llamada madre naturaleza no tiene poder alguno para violentar sus propias leyes.

Creo que muchos no creyentes, ateos o a-religiosos, si se enfrentaran a la inexplicabilidad natural de un fenómeno milagroso, tendrían que convencerse de que sí hay un Dios. Pero la verdad es que no les interesa, o temen que la evidencia les demuestre que su ateísmo estaba equivocado, algo muy doloroso para la vanidad. Por otro lado, las ayudas o favores divinos pueden tener explicaciones alternas, desde la casualidad hasta la ignorancia de cómo sucedió aquello natural o médicamente (que los interesados llamaron milagro).

Hay que distinguir pues, los favores de Dios, o las simples coincidencias de hechos que respondieron a las leyes naturales, de los milagros-milagros. De esta forma, podemos reforzar la fe en la existencia de un Dios que además es bondadoso y nos llega a conceder peticiones contra la naturaleza que Él creó.
Autor: Salvador I. Reding Vidaña

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