Cuando un evento es irreversible, de imposible solución o de extrema gravedad, se echa mano del dicho popular “Dios nos coja confesados”.
Es la expresión de impotencia, de un fracaso previsto o de un insólito milagro. Así suele expresarse el pueblo llano ante una crisis sin salida, o ante las promesas del presidente del gobierno, mil veces repetidas e incumplidas, con millones de parados y medidas de recortes en la economía personal.
Mi alusión va en otro sentido no político y material, sino personal y espiritual de dicha frase, cuyo significado indica la última tabla de salvación en el punto y hora de pasar a la otra orilla del más allá y emprender el viaje sin retorno a la nueva dimensión. No hay nada más incierto que el hecho cierto de la muerte. Ocupados y preocupados por las realidades temporales y la actividad cotidiana, la mayoría de los humanos, no perciben la proximidad de la parca, como admirablemente advirtió el gran poeta Jorge Manrique: ”Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando cómo se pasa la vida, como se viene la muerte tan callando”. La hora de la verdad se aproxima a todos. De cómo nos encontrará, va a depender nuestro destino eterno. No hay pues, momento más trascendente que el de la muerte. Adquiere su verdadero sentido el dicho popular:
“Que Dios nos coja a todos confesados “ o cuando menos, con el alma limpia de pecado mortal, pues como dice la Biblia: “Nada manchado entrará a la presencia de Dios tres veces santo”.
Miguel Rivilla Sanmartin
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