domingo, 14 de noviembre de 2010

SEMEJANZA


En el desarrollo de la vida espiritual, el término semejanza tiene una gran importancia.

Prueba de ello es el hecho de que si cogemos la Biblia, vemos que la semejanza es la primera cualidad que tiene el hombre. Así podemos leer: Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra. (Gn 2,26). Pero esta semejanza que adquirimos al nacer, es aún incipiente y hemos de desarrollarla, como más adelante veremos. La semejanza no es una cualidad o circunstancia estática sino que es dinámica y de nosotros depende el que esta aumente o en su caso disminuya, de que seamos más o menos semejantes.

Dios en toda su obra de la creación, solo ha creado semejante a Él al hombre, ningún animal, planta u otra forma de vida goza de la semejanza con Dios, sólo el ser humano dispone de la condición de semejanza con Dios, porque solo él, fue creado exclusivamente por razón de amor.

El abad cisterciense Eugene Boyland escribe que: “…, la vida de Dios es una unión estática de conocimiento y amor (completa y de felicidad infinita) Dios no tiene necesidad de nada más. Su alegría y felicidad son tales que nadie podría aumentarlas. Sin embargo en su infinita bondad, Él decidió compartirlas con alguien. Y así nos creó de la nada”.

Y en esta idea coincide Edward Leen escribiendo:El primordial propósito de la creación fue que la perfección infinita de Dios se pusiera de manifiesto en otros seres que debían de ser reflejo de su existencia y de su belleza. Entre estos seres tenía que haber algunos que fueran imágenes de la vida consciente de Dios, de su vida de conocimiento y amor... La grandeza y la felicidad de los seres inteligentes consiste en la fidelidad con que reflejan las perfecciones de Dios en sí mismos. De ahí se deriva que la gloria de Dios y la felicidad de la criatura fiel son materialmente, aunque no formalmente idénticas”.

Y nos creó semejantes a Él, porque la semejanza nace del amor y nosotros somos el fruto del amor de Dios. El foco de generación de la semejanza es el amor y se comprende que así sea, si tenemos en cuenta cuál es la esencia de Dios, que es el amor, porque como nos dice San Juan: Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él”. (1Jn 4,16). Y nos hizo semejantes a Él, porque nos amaba y nos ama desesperadamente, y nos ama en la medida en que encuentra su imagen en nosotros. Lo que Él quiere, es que a través de la semejanza que se genera en el amor, lleguemos a la plenitud del amor, a lo que es la unión con ÉL. ¿Qué es sino, la Eucaristía? Un regalo de Nuestro Señor, unos desposorios espirituales previos al matrimonio final, en el cielo, en donde encontraremos la plena unión. El misterio de la Eucaristía, que podemos considerar que es la gran envidia, que los ángeles tienen a los hombres, desgraciadamente no es apreciado ni aprovechado debidamente por muchos, en su tremendo valor.

El amor pues, genera siempre semejanza, y a mayor grado de amor, mayor será la semejanza generada. Así nos lo manifiesta San Juan de la Cruz, cuando nos dice: La afición que el alma tiene a la criatura iguala al alma con la criatura. Y cuanto más grande es la afición más la iguala y la hace semejante; porque el amor hace semejanza entre lo que ama y lo que es amado Pero añade San Juan de la Cruz y nos previene frente a la posibilidad de amar algo o a alguien más que a Él, porque Dios es un Ser celoso tal como él mismo se expresa: Soy un Dios celoso. (Ex 20,5), y nos añade: Cuando el alma ama algo se incapacita para la unión con Dios y su transformación en Él.

La semejanza genera la unión. La semejanza, es el primer paso para llegar a la unión. La unión es la meta del amante, pero no solo en el amor a Dios, sino en el simple amor entre humanos. ¿Qué es sino el sano deseo de contacto que tienen los enamorados cuando hacen, lo que se conoce con el nombre de manitas? Los enamorados se cogen las manos estrujándoselas fuertemente. Y es que el deseo de unión cuando se está enamorado, no solo se expresa con el deseo del contacto físico, sino también con las prolongadas miradas en silencio con las manos cogidas, o el escuchar el uno al otro insulsas peroratas que al amado le resultan transcendentales. Todo en el amor humano, lo mismo que el amor a Dios, tiende a la unión. Vulgarmente se dice: dos que duermen en un colchón se vuelven de la misma opinión. Y en el amor a Dios pasan cosas similares, ¿qué es sino, la contemplación?, sino el quedarse arrobado, frente al Santísimo, sin expresar pensamientos, solo alimentándose con ese algo tan especial, que el amor genera y con mucha más fuerza cuando se trata del amor a Dios...

En esta vida el grado o nivel de amor a Dios que hayamos conseguido, determinará siempre el grado o nivel de semejanza con Dios, que hayamos sido capaces de alcanzar. Indudablemente Dios ama más a lo que más se le asemeja. Refiriéndonos siempre al amor a Dios, la semejanza con Él, que este amor a Él, nos genera en los seres humanos, solo nos la genera durante nuestro paso por esta vida, pues el fin de la generación de semejanza que efectúa el amor, es para alcanzar la unión con Dios, y en el más allá los santificados no necesitarán generar semejanza, porque ella se extingue con la unión con el Señor.

Si profundizamos en el examen del desarrollo de los deseos de semejanza que nos genera el amor al Señor, veremos que nos aparecen dos conceptos ligados al término semejanza. Se trata de la perseverancia y de la fidelidad y ambos términos son complementarios de la semejanza y coadyuvan a esta.

Fidelidad expresa la condición de ser fiel, y ser fiel equivale, cuando se trata de personas, a ser exacto o igual a alguien. Ser fiel al Señor quiere decir, tratar de asemejarse a Él, y para semejarse a Él, hay que amarle, tal como hemos visto y así San Juan de la Cruz, lo expresa, al decir que: el amor asemeja.

Pero la fidelidad a su vez, necesita una proyección en el tiempo, y es entonces cuando surge el término perseverancia, que también nos aparece ligado al de semejanza.

Y aún tenemos que considerar otra tercera consecuencia que se encuentra ligada al deseo de semejanza que nace en el alma que quiere amar más al Señor. Concretamente San Juan de la Cruz observa que el deseo de semejanza, no solo iguala sino que sujeta a lo que ama. En este sentido San Agustín se expresa diciendo que: “…, el amor es a manera de una cadena de oro que une entre sí a los amantes”. No es una cadena que ata sino que une, porque ya hemos dicho que la semejanza es un escalón para alcanzar el fin que es la unión.

Y por último otra idea que nos conviene tener clara, es la de que, en lo referente al amor de Dios a nosotros, hay que tener en cuenta que Dios es un Ser sin limitaciones, y ama sin límite. Tal como ya antes hemos escrito, y no a todo el mundo por igual, pues ama más, a los que más se le semejan. La semejanza nace del propio amor, porque el amor tiende a asemejar a los que se aman, por lo tanto Dios ama más, a las almas que más se le asemejan, es decir, aquellas que a su vez más le aman a Él.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
NOTA:
Los invito a leer mi atículo sobre el tema: 24 de octubre del 2007.
José Miguel Pajares Clausen

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