Conmemoración: 21 de Noviembre.
Este 21 de noviembre, en toda la Iglesia celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo. Luego de todo un periodo de espera y anuncio de lo que será el fin del proyecto de Dios, ¡cuando todo por fin se haya cumplido! y efectivamente Cristo sea Rey; esta fiesta se sitúa oportunamente en el último domingo del Año litúrgico y viene a recapitular y orientar todo el sentido de la liturgia, impulsándonos e invitándonos a anticipar su Reino.
Acompañados de la especialista en Biblia Marie Noelle Thabut quien nos ofrece una reflexión acerca del Padre Nuestro, oración que Jesús mismo nos enseñara, y su relación con un método para aprender idiomas, profundicemos en “el sentido de la fiesta de Cristo Rey… que se estableció y fundamentó en la encíclica 'Quas Primas'”, de Su Santidad Pío XI, en 1925.
Ella nos refiere que el Padre Nuestro, es como un método “Assimil” de la oración…En su caso es el hebreo, cada día, aprende tres pequeñas palabras del vocabulario y poco a poco, lenta y humildemente, “está aprendiendo a pensar en ese idioma. Y es que para ella, con el Padre Nuestro, ¡aprendemos a pensar y hablar en el idioma del Padre! Decimos: ¡Que venga a nosotros tu Reino! ¡Que se haga tu voluntad! ¡Santificado sea tu nombre!” Todo ello, en alguna medida ya está allí. Dios es rey y su nombre es santo. Sin embargo nos toca reconocerlo como tal. Y es el Padre Nuestro, el que nos enseña a desear que esto llegue. Y es eso lo que Jesús quiere hacer de nosotros, personas deseosas de su reino. “Porque si lo deseamos, llegará más rápido”. Y lo sorprendente es que “Dios nos confía esto y Él quiere que participemos…”.
Está claro para nosotros que Jesucristo es Rey, por derecho. Y los salmos expresan muy bien que Dios es rey de la Creación, de su pueblo, por la alianza; y que un día será Rey del Universo. Sin embargo, el reino de Dios no está aún aquí, basta encender la radio o la televisión. Y sin embargo, ya está germinando y los evangelistas se han esforzado en decírnoslo: “el Reino de Dios ya está aquí, germinando…”.
Ahora pasemos a algunas reflexiones de corte histórico que nos ayudarán a descubrir un poco más en la belleza de la Fiesta de Cristo Rey, y para ello sigamos acompañados de M. N. Thabut, a quien en una entrevista se le pregunta: ¿Y la venida del reino tiene sus raíces en la tradición judía?
A aquello que la idea que Dios es rey es muy antigua, M. N. Thibaut añade que se le reencuentra en la historia de los Jueces. Primero Gedeón que fue reconocido como alguien muy importante. Pero él responde: "¡No! El verdadero Rey, es Dios. Es el Señor que es mi rey. Yo no quiero ser rey".Luego, más tarde, Samuel, que es el último de los Jueces, es visitado por los ancianos de todas las tribus quienes le dicen: “Tú vas a darnos un rey, porque los pueblos que nos rodean, tienen reyes; es eso lo que los lleva a la victoria… Luchamos, sin grandes éxitos, por lo tanto, tú vas a darnos un rey”. Y Samuel responde: “Ni hablar, no voy a darles rey”. Dios es su Rey… Y más adelante dirá: "¡Verán lo que es un rey de la tierra! ¡Yo, me contentaría con un Rey del cielo!”
Aunque fue necesario resolver el asunto y Samuel tuvo que consagrar un rey, es Dios mismo quien le dice: “Ves, no quieren saber de mí como rey. Ofréceles un rey de la tierra”. Y es así como coronará a Saúl, luego vendrá David, después Salomón, etc. Sin embargo, en la coronación de cada rey, se les impondrá recordar que el verdadero rey es Dios. Como prescripción: “El rey deberá leer la ley entera todos los días para asegurarse de no apartarse de la ley de Dios… Los reyes no son más que los “propietarios de los lugares de Dios…”.
Luego una aclaración muy acertada que tiene que ver con el Salmo 109, ¿recuerdan aquello de: “Siéntate a mi derecha, haré de tus enemigos, estrado de tus pies”? Pues bien, M. N. Thabut recuerda que fue en una visita al Museo del Cairo donde comprendió algo más el Salmo 109, al contemplar los tronos de Toutankhamon, con aquellos respaldares suntuosos. Pues bien, sobre los estrados, aparecen los guerreros enemigos encadenados, esculpidos o grabados. El día de la coronación, el joven rey sube a su trono y camina sobre los enemigos para aplastarlos. No se trata de violencia, es la seguridad para el pueblo. “Si el rey tiene el poder, es para afianzar la seguridad de su rebaño”.
Cuando se escribe el salmo 109, se habla aún del rey en términos de victorias militares, sin embargo, si vamos al Salmo 130, luego del exilio de Babilonia, en el siglo VI, una prueba bastante cruel, vemos a un Israel que regresa y que ha perdido toda ambición, pero que ha descubierto lo esencial. Y nos dice el Salmo 130: ¡Espera!, es decir, “Ten confianza”. ¿No estamos allí cerca de la fiesta de Cristo Rey? No hemos soñado por mucho tiempo un rey poderoso, glorioso… Y “poco a poco, vamos perdiendo toda ambición política, y vamos a soñar solamente con la paz”. Cuando Jesús llegue, vemos que el pueblo que lo rodea, que sueña hacerlo rey, al mismo tiempo sueña hacerlo políticamente, y Jesús los conducirá en todo momento a otro reinado, a otro Reino. Y eso, es totalmente extraordinario.
Y ya que hablamos de tronos, debemos decir que se ha necesitado de tiempo para admitir que “La Cruz es el Trono de Cristo Rey”… y nos falta aún más tiempo para hacerlo vida. Cristo es Rey, Cristo es Señor, Aquél a quien se esperaba, sin embargo vino, no como se le esperaba, y su trono, es la Cruz. Es allí que hemos visto a Dios amar al mundo, hasta el extremo…
En los primeros siglos, las cruces de nuestros ancestros no eran dolorosas. Jesús no aparecía sobre ellas, en su lugar había piedras preciosas. Parece ser que hasta el siglo VI, las cruces estaban adornadas de piedras preciosas porque se trataba del trono de Jesús. “A partir del siglo VI, reponen la figura de Jesús. Pero con una corona que no era una corona de espinas, pero con corona de Rey. Es extraordinario. Y la cruz se presenta como un trono”.
Y es que es sobre la cruz que hemos comprendido que es Dios y que aquella locura de Amor que lo habita es por nosotros. Comprendemos mejor la cita de Juan 14,9: “Quien me ha visto, ha visto al Padre”. ¡Sobre la Cruz hemos visto! Y porque hemos visto a Dios, finalmente vamos a convertirnos. Y en ese momento, se comprende la profecía de Zacarías que dice que nos convertiremos cuando hayamos visto al traspasado. La idea, es que “sólo el camino de la cruz puede transformar mi corazón de piedra en corazón de carne”
M. N. Thabut enriquece esta reflexión con un recuerdo de su visita a Florencia. En el maravilloso convento de Fray Angélico, en todas las celdas de los hermanos monjes, hay una crucifixión. ¿Por qué? ¿No estará allí a raíz de la profecía de Zacarías? “Elevarán los ojos hacia aquel que han traspasado, y sólo aquello convertirá sus corazones de piedra en corazones de carne”. Si comprendemos esto, ya no veremos la Cruz del mismo modo. Y es que “la Cruz es el instrumento de la verdadera revelación de Dios, el Dios que ama a los hombres, hasta el punto de perdonarlos, de mostrarles misericordia infinita…”.
Finalmente, nuestra acompañante nos invita a recordar el Evangelio de Lucas y episodios como aquel en el que Jesús en la Cruz dice: “Perdónales porque no saben lo que hacen” y más adelante el buen ladrón, a quien le bastó un solo movimiento de honestidad, de verdad… y a quien Jesús le dice: “Hoy mismo estarás conmigo es el paraíso…” Todos soñamos con escuchar aquello algún día… Y si seguimos, veremos que Pablo, el Saulo convertido dirá en la primera carta a Timoteo: "Estoy lleno de reconocimiento hacia Aquél que me ha hecho misericordia… ¡Es extraordinario! Él también lleva adelante esa “operación verdad” y anuncia el perdón, diciendo: ”Déjense reconciliar…” Es algo que habitará a Pablo para siempre…
Pues bien, todas estas pequeñas reflexiones no hacen más que invitarnos a “contemplar a Cristo Rey, en su trono, de amor, y no de dominación, ¡vale la pena!” Sin embargo, entre los cristianos del Siglo XXI, podrán existir aquellos para los que el título de Cristo Rey suene como pasado de moda… ¿No será que lo que está pasado de moda son los modelos humanos? Para comenzar, Jesús, por cierto jamás reivindicó el título de rey terrenal. Ya lo dijo: “Mi reino no es de este mundo…” “Él vino a servir, no a ser servido…”.
El Reino de Cristo “no es de este mundo”, sin embargo está en el corazón de este mundo. Es el Reino de la interioridad. Es más, ese Reino no está habitado por sujetos, soldados, funcionarios y una corte, está habitado por hijos. Y los “hijos del Reino”, como Jesús nos llama, estamos llamados a buscar la verdad…
Y como todo Reino, tiene una puerta y ésta se abre para nosotros en el Bautismo y en los sacramentos. Sin embargo, la entrada efectiva no se debe buscar solamente en la parroquia o en el secreto de nuestra oración. Esta funciona también en lo concreto de nuestra vida, en lo vivo de nuestro quehacer diario con sus miserias y esperanzas.
Conmemoremos la fiesta de Cristo Rey, deseosos que Venga a nosotros Su Reino, pidamos a nuestro Señor que nos permita hacer esos pequeños gestos de amor para que su Reino venga un poco más cada día, sabedores que el Reino está presente y en construcción cuando escuchamos a alguien pacientemente, cuando ofrecemos una sonrisa que ofrece ánimo, cuando compartimos alguna carga, en cada mirada respetuosa ofrecida llena de cariño, en cada gesto de paz y de reconciliación…
Jesús te ama.
“Somos embajadores del Reino de Dios… Y como todo reino, tenemos “nuestro tesoro” que son, los pobres y humildes; y todos aquellos seres humanos por los que Jesucristo ha venido a servir y dar su vida”.
La fiesta de Cristo Rey.
Con el objetivo de que los fieles vivan estos inapreciables provechos, era necesario que se propague lo más posible el conocimiento de la dignidad del Salvador, para lo cual se instituyó la festividad propia y peculiar de Cristo Rey.
Desde fines del siglo XIX, la Iglesia realizaba los preparativos necesarios para la institución de la fiesta, la cual fue finalmente designada para el último domingo del Año Litúrgico, antes de empezar el Adviento.
Si Cristo Rey era honrado por todos los católicos del mundo, se prevería las necesidades de los tiempos presentes, poniendo remedio eficaz a los males que friccionan la sociedad humana, tales como la negación del Reino de Cristo; la negación del derecho de la Iglesia fundado en el derecho del mismo Cristo; la imposibilidad de enseñar al género humano, es decir, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad.
En un mundo donde prima la cultura de la muerte y la emergencia de una sociedad hedonista, la festividad anual de Cristo Rey anima una dulce esperanza en los corazones humanos, ya que impulsa a la sociedad a volverse al Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con la obra sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad.
Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor.
¡VIVA NUESTRO CRISTO REY!
No hay comentarios:
Publicar un comentario