Uno de los mineros rescatados en la mina del desierto de Atacama chileno dijo una frase que me llamó la atención: "Estuve con Dios y estuve con el diablo. Me pelearon y ganó Dios". El minero se llama Mario Sepúlveda, y según parece fue quien mantuvo vivo el ánimo de sus compañeros dentro de la mina. Pero lo que me interesa es su frase, una frase casi bíblica, como de predicador trastornado, que es en realidad lo que era este hombre cuando salió de la mina.
Conozco el desierto de Atacama, que me parece uno de los lugares más bellos del mundo, aunque a Mario Sepúlveda le debe de parecer uno de los lugares más deprimentes que existen. Y entiendo su frase sobre Dios y el demonio, porque allá, en el desierto, las fuerzas elementales parecen ser las únicas que existen, las únicas reales, las únicas que pueden decidir el destino de una vida.
¿Habría dicho esta frase uno de nuestros mineros, si hubiera sido rescatado tras pasar dos meses bajo tierra? Lo dudo mucho. Esta clase de frases ya han desaparecido de nuestro vocabulario, e incluso de nuestra forma de entender la vida, aunque siguen existiendo en muchos lugares de América Latina. No sé por qué, pero en Latinoamérica hay una mayor cercanía al poder expresivo de la lengua, con toda su carga de significación simbólica, y eso es algo que aquí ya se ha perdido o que hemos dejado perder. Y eso explica que un latinoamericano sin apenas preparación ni estudios pueda expresarse mucho mejor - es decir, con mucha más emotividad y claridad de ideas - que muchos de nuestros políticos e intelectuales y técnicos más cualificados. Podríamos hacer la prueba. Y si uno de nosotros sobrevive a un accidente, o se salva de milagro de una situación desesperada, lo más previsible es que diga alguna banalidad sin mucho sentido, o una simple interjección, o una de esas muletillas que no significan nada ni revelan nada de nosotros, como el famoso "El fútbol es así", ahora ya convertido en un compendio de filosofía práctica.
Y lo malo es que la misma atonía moral y la misma simpleza emocional se van extendiendo a todos los órdenes de la vida, desde la política a la vida sentimental o el lenguaje de los SMS. Y parece que ya no nos pasa nada que no se pueda resumir en una fórmula inocua, apenas nada más que un desahogo o un bufido de alivio. Por eso me ha gustado la frase de Mario Sepúlveda, porque si algo puede describir lo que uno siente cuando se ha pasado dos meses enterrado en una mina, sin saber si alguna vez iba a salir de allí, tiene que haber sido algo muy parecido a un combate entre Dios y el diablo. Y no lo digo en términos religiosos, sino como la única forma de describir la angustia y el miedo que Mario Sepúlveda, y todos sus compañeros, han sentido ahí abajo.
Bienvenidos a casa.
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