Tras el Concilio de Efeso del año 431 en el que se condena la herejía “nestoriana” o “diofisita” que defendía que las dos naturalezas de Jesús, la humana y la divina, eran absolutamente independientes, con una consecuencia inmediata, a saber, que María era la madre del hombre pero no la madre de Dios (theotokos) según profesamos en el Avemaría, el archimandrita de Constantinopla Eutiques empieza a sostener una nueva tesis que se dará en llamar monofisita, la cual sostiene que en Jesús, su naturaleza humana está totalmente absorbida por su naturaleza divina, por lo que habría que hablar de una única naturaleza en su persona, la divina, de ahí el término “monofisismo”.
Convocado el Concilio de Calcedonia en 451 para tratar la cuestión, se aprueba como dogma de fe la Epístola ad Flavianum del Papa León I, que reza como sigue:
“Confesamos que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando más bien cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis”
Por la cual se mantiene la tesis de las dos naturalezas de Jesús (aunque no absolutamente independientes como sostenían los “diofisitas”), y el “monofisismo” es condenado. El Emperador Marciano apoya la tesis papal.
El resultado del concilio es que varios obispos orientales, entre los cuales el mismísimo Patriarca de Jerusalén, rompen con Roma. Pues bien, los “melquitas” son, precisamente, los cristianos que en esas sedes cuyos obispos rompen con la comunión eclesial, permanecen fieles al Papa y al Emperador, “malka” en siríaco, de donde el nombre “melquita” que recibirán en adelante.
Cuando en el s. XIII se produzca la definitiva separación entre las iglesias de Roma (católicos) y Constantinopla (ortodoxos) en el modo en que hemos tenido ocasión de analizar en otro artículo de este mismo blog, - es el cisma griego, oriental u ortodoxo, como se quiera llamar - los “melquitas” quedan adscritos a Constantinopla, es decir, como una iglesia ortodoxa más. Situación que permanece invariable hasta la elección en 1724 de Cirilo VI como Patriarca de Antioquía que, depuesto por el Patriarca de Constantinopla, es reconocido sin embargo por el Papa Benedicto XIII como legítimo Patriarca, con lo que consigue atraérselo y con él a sus muchos seguidores.
Con motivo de la aprobación del dogma de la infalibilidad papal y la aprobación de la Constitución Pastor Aeternus, se produce un nuevo episodio de tensión felizmente superado al aprobar la Iglesia melquita el documento con el añadido de la fórmula “todos los derechos, privilegios y prerrogativas de los Patriarcas de las Iglesias Orientales serán respetados”.
La Iglesia melquita cuenta hoy día con un millón y medio de fieles, repartidos sobre un amplio territorio que abarca Siria, Turquía, Líbano, Jordania, Israel, Irak, Kuwait, Egipto, Libia y Sudán. Existen también importantes comunidades melquitas “en el exilio” tanto en Europa (Bélgica), como en América (Argentina, Brasil o Venezuela). Por lo demás, se expresa en árabe y observa el “rito bizantino”.
El patriarca melquita, con sede en Damasco, lleva el ampuloso título de Patriarca de la ciudad de Antioquía, de Cilicia, Siria, Iberia, Arabia Mesopotamia, Pentápolis, Etiopía, y todo el Egipto y el Oriente entero, Padre de los Padres, Pastor de los Pastores, Obispo de los Obispos, el Décimo-tercero de los Santos Apóstoles. Es además, a título personal, Patriarca de Alejandría y Patriarca de Jerusalén desde 1838. El patriarca actual es, desde 2000, Gregorio III.
Curiosamente, en un hecho infrecuente en lo relativo a las iglesias orientales, la Iglesia greco-católica melquita es más numerosa que su correspondiente ortodoxa, el Patriarcado de Antioquía como debemos conocerlo, aquélla de la que se escindió en 1724, con sede igualmente en Damasco, que acoge a la mitad de fieles, unos 750.000. El diálogo de ambas iglesias melquitas es actualmente particularmente fructífero.
Convocado el Concilio de Calcedonia en 451 para tratar la cuestión, se aprueba como dogma de fe la Epístola ad Flavianum del Papa León I, que reza como sigue:
“Confesamos que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando más bien cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis”
Por la cual se mantiene la tesis de las dos naturalezas de Jesús (aunque no absolutamente independientes como sostenían los “diofisitas”), y el “monofisismo” es condenado. El Emperador Marciano apoya la tesis papal.
El resultado del concilio es que varios obispos orientales, entre los cuales el mismísimo Patriarca de Jerusalén, rompen con Roma. Pues bien, los “melquitas” son, precisamente, los cristianos que en esas sedes cuyos obispos rompen con la comunión eclesial, permanecen fieles al Papa y al Emperador, “malka” en siríaco, de donde el nombre “melquita” que recibirán en adelante.
Cuando en el s. XIII se produzca la definitiva separación entre las iglesias de Roma (católicos) y Constantinopla (ortodoxos) en el modo en que hemos tenido ocasión de analizar en otro artículo de este mismo blog, - es el cisma griego, oriental u ortodoxo, como se quiera llamar - los “melquitas” quedan adscritos a Constantinopla, es decir, como una iglesia ortodoxa más. Situación que permanece invariable hasta la elección en 1724 de Cirilo VI como Patriarca de Antioquía que, depuesto por el Patriarca de Constantinopla, es reconocido sin embargo por el Papa Benedicto XIII como legítimo Patriarca, con lo que consigue atraérselo y con él a sus muchos seguidores.
Con motivo de la aprobación del dogma de la infalibilidad papal y la aprobación de la Constitución Pastor Aeternus, se produce un nuevo episodio de tensión felizmente superado al aprobar la Iglesia melquita el documento con el añadido de la fórmula “todos los derechos, privilegios y prerrogativas de los Patriarcas de las Iglesias Orientales serán respetados”.
La Iglesia melquita cuenta hoy día con un millón y medio de fieles, repartidos sobre un amplio territorio que abarca Siria, Turquía, Líbano, Jordania, Israel, Irak, Kuwait, Egipto, Libia y Sudán. Existen también importantes comunidades melquitas “en el exilio” tanto en Europa (Bélgica), como en América (Argentina, Brasil o Venezuela). Por lo demás, se expresa en árabe y observa el “rito bizantino”.
El patriarca melquita, con sede en Damasco, lleva el ampuloso título de Patriarca de la ciudad de Antioquía, de Cilicia, Siria, Iberia, Arabia Mesopotamia, Pentápolis, Etiopía, y todo el Egipto y el Oriente entero, Padre de los Padres, Pastor de los Pastores, Obispo de los Obispos, el Décimo-tercero de los Santos Apóstoles. Es además, a título personal, Patriarca de Alejandría y Patriarca de Jerusalén desde 1838. El patriarca actual es, desde 2000, Gregorio III.
Curiosamente, en un hecho infrecuente en lo relativo a las iglesias orientales, la Iglesia greco-católica melquita es más numerosa que su correspondiente ortodoxa, el Patriarcado de Antioquía como debemos conocerlo, aquélla de la que se escindió en 1724, con sede igualmente en Damasco, que acoge a la mitad de fieles, unos 750.000. El diálogo de ambas iglesias melquitas es actualmente particularmente fructífero.
Luis Antequera
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