Dios nunca da frutos maduros. Él sólo da pequeñas semillitas, que cada quien debe cultivar.
Había una vez un viudo que vivía con sus dos hijitas. Las niñas hacían preguntas que el padre no sabía responder. Deseoso de darles la mejor educación, las envió a casa de un sabio, que sabía todas las respuestas.
Las niñas inventaron una pregunta que el sabio no sabría responder. Una capturó una linda mariposa azul para engañarlo. La escondería en sus manos y le preguntaría si estaba viva o muerta. Si decía que muerta, abriría sus manos y la dejaría volar. Si decía que viva, la apretaría y la aplastaría. En todo caso, sería una respuesta equivocada.
Así lo hicieron. El sabio sonrió y respondió:
“Depende de ti. Ella está en tus manos”
Así es nuestra vida, nuestro presente y nuestro futuro. No debes culpar a nadie cuando algo falle: nosotros somos los responsables por lo que conquistamos o no conquistamos. Nos toca a nosotros escoger que hacer con la mariposa azul que llevamos en nuestros corazones.
Anoche tuve un sueño extraño. Habían abierto una tienda nueva llamada “Regalos de Dios”.
Un ángel del Señor atendía los clientes. Pregunté qué vendía, y me dijo:
“Ofrezco cualquier don de Dios”.
Interesado por los precios, me dijo que los dones de Dios son gratuitos. Había ánforas de amor, frascos de fe, bultos de esperanza, cajas de salvación y muchas cosas más. Yo las quería todas.
“Dame por favor bastante amor a Dios; dame perdón de Dios; un bulto de esperanza, un frasco de fe y una caja de salvación”
Vi que el ángel, de todo ese gran pedido mío, había hecho un sólo paquetito, y ahí lo tenía sobre el mostrador, tan pequeño como el tamaño de mi corazón.
“¿Será posible? ¿Eso es todo?”
El ángel me explicó:
“Es todo. Dios nunca da frutos maduros. Él sólo da pequeñas semillitas, que cada quien debe cultivar”.
El ángel me explicó:
“Es todo. Dios nunca da frutos maduros. Él sólo da pequeñas semillitas, que cada quien debe cultivar”.
Vivir es caminar. Moverse, seguir adelante, abrir camino y otear horizontes. Quedarse quieto no es vivir; es pasividad, inercia y muerte. Y correr tampoco es vivir; es atropellar acontecimientos sin tiempo para saber lo que son.
El caminar mantiene mis pies en contacto con la tierra, mis ojos abiertos al vivo paisaje, mis pulmones llenos de aire nuevo a cada paso, mi piel alerta al saludo del viento. A cada instante estoy del todo donde estoy, y del todo moviéndome al instante siguiente en el flujo constante que es la vida. Caminar es el deporte más agradable en la vida, porque vivir es la cosa más agradable del mundo.
Y mi caminar es caminar contigo, Señor; a tu lado, en tu presencia y a tu paso. Caminar en la presencia del Señor: eso es lo que quiero que sea mi vida. El lujo exquisito del paso reposado, la tradición perdida de andar por andar, la compañía silenciosa, la común dirección, la meta final. Caminar contigo. De la mano, paso a paso, día a día. Sabiendo siempre que tú estás a mi lado, que caminas conmigo, que disfrutas mi vida conmigo. Y cuando pienso y veo que tú disfrutas mi vida conmigo, ¿cómo no la voy a disfrutar yo mismo? «Me has salvado de la muerte, para que camine en tu presencia a la luz de la vida».
(Padre A. G. Polo).
Bendiciones y paz.
Autor: Juan Rafael Pacheco
No hay comentarios:
Publicar un comentario