Son muchas los libros, textos y recomendaciones acerca de la oración.
Hace unos días con motivo de la conmemoración del día del Santo cura de Ars, leí unos párrafos escritos por este santo, acerca de la oración. Ya los había leído antes, pues han sido varias las biografías que he leído de este santo varón, que llegó a presbítero de casualidad pues sus profesores en el seminario, le negaban capacidad intelectual suficiente para estudiar y subsiguientemente obtener la ordenación sacerdotal; pero como siempre ocurre, el Espíritu Santo sopla donde, cómo y cuándo quiere y a mí, esta vez me llegó el impacto que me ha movido a escribir esta glosa.
Nos recuerda el santo cura de Ars, el nexo de unión que existe entre el amor y la oración y afirma que “El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Sí oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo”. No se refiere a la felicidad de orden material, sino a otra que podemos obtener ya en esta vida, como pequeño anticipo de lo que nos espera, es la felicidad que se obtiene en el gozo de la oración. Nos dice este santo: “Vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es una degustación anticipada del cielo que hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzuras; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo. En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve frente al sol”.
Y continúa diciendo el Santo cura de Ars: “La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios, experimenta en sí mismo, como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura, es una felicidad que supera nuestra comprensión”. Sencillamente porque es una felicidad que emana del orden espiritual y por lo tanto es muy superior a la felicidad que emana del pobre orden material.
Tenemos que pensar que la oración en sí y todo lo que a ella atañe es un don de Dios. Y como todo don o regalo que Dios da a sus almas, nosotros hemos de solicitarlo. Y aunque parezca un contrasentido, el medio de que disponemos para solicitarlo y obtener el don de la oración, es orar. Orando, siempre obtendremos con más agilidad, rapidez y seguridad, las peticiones de orden espiritual, antes que las de orden material.
Ya más de una vez hemos dicho que en la oración de petición, se pueden solicitar bienes materiales o espirituales existiendo una diferencia notable en estas dos clases de peticiones, ya que mientras en la oración de petición de bienes materiales, la obtención de estos está sometida a una serie de parámetros, que si no se dan no obtenemos lo que deseamos, en el caso de la oración de petición de bienes espirituales, nuestra voluntad o deseo coincide siempre con la voluntad divina, y el resultado tardará más o menos pero siempre obtendremos lo que pedimos.
El don de la oración, para ser perfecto, necesita que se den varias condiciones, entre estas destacan, primeramente la voluntad decidida de orar, la constancia o perseverancia en la oración, la debida atención a lo que oramos, la ausencia de distracciones y cuando un alma alcanza la perfección en el don de la oración, como guinda del pastel, le llega el gozo de la oración. Se trata de pasarse el día pensando en ese momento mágico en el que se frente a un sagrario, o se sitúe a solas con el Señor, en la intimidad de nuestra habitación, sin que nadie ni nada nos moleste, y podamos sentir en nuestro ser el gozo de la oración.
Desde luego que no se toma Zamora en una hora, porque las cosas de Palacio siempre marchan despacio y mucho más las del Palacio del Señor, pero la perseverancia diaria obra maravillas. Pensemos, que todo lo que se relaciona con el Señor, y con la vida espiritual íntima de uno o una, es desesperantemente lento. Se diría, que como Dios no tiene el dogal del tiempo puesto como nosotros y vive en la eternidad, para Él el tiempo no existe y jamás se impacienta, pero es también de pensar, que si Dios no fuese así, se le habría acabado la paciencia con más de uno, que lo mantiene en este mundo con la esperanza de que reaccione y no se condene. En todo caso vista las pocas prisas que el Señor tiene para todo, no hay que desesperarse nunca y ser constantes en luchar por obtener el don de la oración perfecta.
Y el que persevera, tal como escribe Jean Lafrance, maestro en temas de oración: “El que un día ha recibido la gracia de la oración, o el don de la plegaria, sabe muy bien que ha encontrado la perla preciosa del Evangelio y vende cuanto posee para comprar este tesoro oculto en el campo del Reino de Dios. Sabe por experiencia que es la fuente de la única dicha verdadera, de un gozo que puede compararse sin dificultad con la embriaguez espiritual de los apóstoles la mañana de Pentecostés”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Nos recuerda el santo cura de Ars, el nexo de unión que existe entre el amor y la oración y afirma que “El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Sí oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo”. No se refiere a la felicidad de orden material, sino a otra que podemos obtener ya en esta vida, como pequeño anticipo de lo que nos espera, es la felicidad que se obtiene en el gozo de la oración. Nos dice este santo: “Vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es una degustación anticipada del cielo que hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzuras; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo. En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve frente al sol”.
Y continúa diciendo el Santo cura de Ars: “La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios, experimenta en sí mismo, como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura, es una felicidad que supera nuestra comprensión”. Sencillamente porque es una felicidad que emana del orden espiritual y por lo tanto es muy superior a la felicidad que emana del pobre orden material.
Tenemos que pensar que la oración en sí y todo lo que a ella atañe es un don de Dios. Y como todo don o regalo que Dios da a sus almas, nosotros hemos de solicitarlo. Y aunque parezca un contrasentido, el medio de que disponemos para solicitarlo y obtener el don de la oración, es orar. Orando, siempre obtendremos con más agilidad, rapidez y seguridad, las peticiones de orden espiritual, antes que las de orden material.
Ya más de una vez hemos dicho que en la oración de petición, se pueden solicitar bienes materiales o espirituales existiendo una diferencia notable en estas dos clases de peticiones, ya que mientras en la oración de petición de bienes materiales, la obtención de estos está sometida a una serie de parámetros, que si no se dan no obtenemos lo que deseamos, en el caso de la oración de petición de bienes espirituales, nuestra voluntad o deseo coincide siempre con la voluntad divina, y el resultado tardará más o menos pero siempre obtendremos lo que pedimos.
El don de la oración, para ser perfecto, necesita que se den varias condiciones, entre estas destacan, primeramente la voluntad decidida de orar, la constancia o perseverancia en la oración, la debida atención a lo que oramos, la ausencia de distracciones y cuando un alma alcanza la perfección en el don de la oración, como guinda del pastel, le llega el gozo de la oración. Se trata de pasarse el día pensando en ese momento mágico en el que se frente a un sagrario, o se sitúe a solas con el Señor, en la intimidad de nuestra habitación, sin que nadie ni nada nos moleste, y podamos sentir en nuestro ser el gozo de la oración.
Desde luego que no se toma Zamora en una hora, porque las cosas de Palacio siempre marchan despacio y mucho más las del Palacio del Señor, pero la perseverancia diaria obra maravillas. Pensemos, que todo lo que se relaciona con el Señor, y con la vida espiritual íntima de uno o una, es desesperantemente lento. Se diría, que como Dios no tiene el dogal del tiempo puesto como nosotros y vive en la eternidad, para Él el tiempo no existe y jamás se impacienta, pero es también de pensar, que si Dios no fuese así, se le habría acabado la paciencia con más de uno, que lo mantiene en este mundo con la esperanza de que reaccione y no se condene. En todo caso vista las pocas prisas que el Señor tiene para todo, no hay que desesperarse nunca y ser constantes en luchar por obtener el don de la oración perfecta.
Y el que persevera, tal como escribe Jean Lafrance, maestro en temas de oración: “El que un día ha recibido la gracia de la oración, o el don de la plegaria, sabe muy bien que ha encontrado la perla preciosa del Evangelio y vende cuanto posee para comprar este tesoro oculto en el campo del Reino de Dios. Sabe por experiencia que es la fuente de la única dicha verdadera, de un gozo que puede compararse sin dificultad con la embriaguez espiritual de los apóstoles la mañana de Pentecostés”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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