domingo, 26 de septiembre de 2010

CUEROS VIEJOS Y CALZONES REMENDADOS


Quiero referirme en esta glosa a una parábola algunas veces, no muy bien entendida. Es la parábola del remiendo de los paños y el vertido del vino nuevo.

Esta, una o dos parábolas juntas y similares, según se quiera entender, muchas veces ha sido oscuramente explicada y lógicamente mal comprendida. Y a mi juicio, ha sido oscuramente explicada y mal comprendida, ya que ella se presta a varias interpretaciones, aparte de que muchas veces se la saca del contexto inicial y las circunstancias en las que el Señor la pronunció.

Con ligeros matices diferenciales, los tres evangelistas sinópticos la desarrollan. El más escueto en su exposición es San Marcos y el que más se explaya, incluso con un añadido final del que luego hablaremos es San Lucas, por ello utilizaremos este texto para los comentarios de esta glosa.

Es importante analizar estas dos parábolas, dentro del contexto de los hechos que ocurrieron anteriores a estas palabras del Señor. En el Jordán, más o menos a la altura de Jericó, el Señor ya habían sido bautizado y presentado al mundo. El Espíritu Santo descendió sobre Él, en forma de paloma y en el cielo se oyó una voz que decía: Tu eres mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias". (Lc 3,21-22). También el Señor había terminado su ayuno de cuarenta días en el desierto de Judá, al oeste de Jericó. Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto y tentado allí por el diablo durante cuarenta días. No comió nada en aquellos días, y pasados, tuvo hambre. (Lc 4,1-2). Estos hechos ocurrieron en Judea entre enero y marzo del año 28, pasados los cuales el Señor subió al norte a Galilea donde comenzó la que podríamos llamar parte luminosa de su vida pública.

En Galilea, ya había realizado varios milagros y curaciones que habían asombrado al pueblo. Los evangelios nos dicen que: Su fama se extendía cada vez más y acudían grandes multitudes para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Pero él se retiraba a lugares desiertos para orar. (Lc 5,15-16). Y un día, mientras Jesús enseñaba, había entre los presente algunos fariseos y doctores de la Ley, llegados de todas las regiones de Galilea, de Judea y de Jerusalén. Unas personas le introdujeron por el techo de la habitación donde se encontraba el Señor predicando, una camilla con un paralítico, para que fuese curado. Al ver su fe, Jesús le dijo: «Hombre, tus pecados te son perdonados. Los escribas y los fariseos comenzaron a preguntarse: ¿Quién es este que blasfema? ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios. Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: ¿Qué es lo que están pensando? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados están perdonados", o "Levántate y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico– yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa. Inmediatamente se levantó a la vista de todos, tomó su camilla y se fue a su casa alabando a Dios. Todos quedaron llenos de asombro y glorificaban a Dios, diciendo con gran temor: Hoy hemos visto cosas maravillosas. (Lc 5,20-26). Todos quedaron maravillados, pero además los fariseos y doctores quedaron humillados y escocidos, por lo que nada tiene de extraño lo que luego sucedió.

Todos estos hechos y los siguientes sucedieron en Galilea sobre junio del año 28 como ya antes hemos dicho en el primer año de la vida pública del Señor. Después de lo anterior, presumible e inmediatamente después, el Señor, “… salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. 28 El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. (Lc 5,27-28). San Mateo, pues de él se trataba ofreció al Señor un gran banquete en su casa. La conversión de San Mateo debió de ser muy sonada pues se trataba de un hombre rico, caso similar al de Zaqueo en Jericó. Y en este banquete había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos, posiblemente gran parte de ellos acababan de presenciar la curación del paralítico, y no era simpatía, precisamente lo que estaban dispuestos a demostrar al Señor, por lo que murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: “¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores? Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: No son los sanos que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan. Luego le dijeron: Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben. Jesús les contestó: ¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar”. (Lc 5,30-35).

Para analizar este pasaje evangélico, hay que ver que en la Ley solo se establecía un solo ayuno el del Kippur preceptuado en la ley divina (Lev 16,29) y llamado por excelencia el ayuno. Pero los fariseos habían establecido especialmente, por su cuenta, dos días de ayuno a la semana, lunes y jueves, porque según su tradición, Moisés había subido al Sinaí un lunes y bajado un jueves. Algunos exégetas sostienen la idea, de que esta obsesión por los ayunos entre los judíos, se basaba en la idea de que cumplimentando la ley y además lo que no estaba fijado por la ley, de esta forma se aceleraba así, la llegada del Mesías. El Señor en su contestación da una respuesta irónica y contundente, anunciando de paso por primera vez su muerte. Él es el esposo y el esposo llegará un momento en que desaparecerá. El Señor toma la imagen de un festín de bodas, ya que en los invitados del esposo no pueden entristecerse. Es la hora de la fiesta. El Talmud recomienda a los invitados en un banquete de boda como una obligación, el saber comportarse y tener una alegre expansión festiva. Pensemos que dentro de la simbología del Apocalipsis, la boda es el símbolo bíblico del establecimiento del Reino y de la salvación (Ap 19,7-9). Los invitados no pueden ayunar porque el ayuno es señal de penitencia y de luto.

A continuación el Señor les proporciona dos comparaciones: Nadie pone un remiendo de paño nuevo en un vestido viejo; de lo contrario romperá el nuevo, y el remiendo tomado del vestido nuevo no ajustará sobre el viejo. Ni echa nadie vino nuevo en cueros viejos; de lo contrario el vino nuevo romperá los cueros y se derramará, y los cueros se perderán; sino que el vino nuevo se echa en cueros nuevos, 39* y nadie, cuando bebe el vino añejo, quiere el nuevo, porque dice: El añejo es mejor”. (Lc 5,36-39). Lo que nos viene a decir el Señor, es cuestión de principios, es el nuevo espíritu evangélico frente a la antigua conducta y el espíritu farisaico. Al nuevo espíritu no le valen los antiguos moldes, y si se trata de hacerlos pasar por estos moldes, ellos se romperán. Para el P. Heredia S.J., el sentido de la parábola, es el de que no se puede verter la doctrina del nuevo testamento (vino nuevo) en los escribas y fariseos (odres viejos). Realmente el Señor en aquella ocasión los llamó cueros viejos y calzones remendados.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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