El primer y más importante mandamiento de la ley de Dios, nos dice que hemos de amar a Dios.
Pero este mandamiento, con lleva para el que está dispuesto a observarlo, una serie de elementales añadiduras que son corolario del amor a Dios. De estos corolarios el más trascendente e importante es el amor a los demás. El amor a Dios no se agota, solo con amarle a Él, sino que también estamos obligados a no odiar ni desear algún mal a nadie y lo que es más difícil todavía, encima hemos de amarle y para colmo hemos de servirle, si es que de verdad amamos al Señor, o queremos demostrar que le amamos.
Hace años fui por primera vez a uno de los dos Monasterios Jerónimos que hay en España, visita esta que repetí luego más de una vez y en la celda que se me asignó, encontré una nota del prior del monasterio que me daba la bienvenida y terminaba agradeciéndome la posibilidad que le daba a los frailes jerónimos, de poder servir al Señor, sirviéndome a mí. Aquella nota me impactó tremendamente y aún hoy en día sigo reflexionando sobre ella.
El primer mandamiento de la Ley de Dios es el de amarle a Él, pero esto no es suficiente porque el amar al prójimo forma parte del amor a Dios. No es posible amar a Dios sin amar al prójimo. El amante siempre ama todo lo relacionado con su amor y en este caso el amor de su amado Creador es el prójimo. Desde luego que a todos, nos es mucho más fácil amar al Señor que nunca nos está chinchando, que amar al prójimo cuyas flaquezas y chinchorrerías estamos siempre soportando. Hay un refrán español que dice: Quién quiere la col quiere las hojas de alrededor. Y las hojas de alrededor es nuestro prójimo.
Las referencias evangélicas del amor al prójimo, son varias. Así la más llamativa, no dice: "Habéis oído que fue dicho: Amaras a tu prójimo y aborrecerás a tus enemigos. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que hace salir el sol sobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos. Pues si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis? ¿No hacen eso también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen eso también los gentiles?” (Mt 5,43-46). Otra referencia importante nos dice: “Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así que también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos a otros” (Jn 13,34-35).
En el epistolario de los apóstoles, esencialmente en el de San Juan, que es el discípulo del amor, podemos leer: “Carísimos amémonos los unos a los otros, porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor” (1Jn 4,7-8). Y asimismo también: “Si alguno dice: Amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21).
El tema está muy claro, es imposible amar a Dios si no amamos todo lo que de sus manos sale y esencialmente nuestros hermanos. Escribo estas palabras y me viene a la mente la idea de los ecologistas, que por un camino equivocado y sin reconocer a Dios, aman lo que de sus manos florece. El amor tal como nos indican los tratadistas y esencialmente el mejor de todos, San Juan de la Cruz, es esencialmente expansivo, y este sentido expansionista del amor de Dios es la razón de nuestra existencia. Y si el amor tiende siempre a expansionarse, este amor de verdad nos obligará siempre a demostrar nuestro amor a nuestro prójimo, que al igual que nosotros, ha sido creado por nuestro único amor que es el Señor.
Pero este tema, no se agota con el examen del concepto amor, porque el amor dentro del sentido expansionista que le caracteriza, está unido al concepto del tema del servicio. El que de verdad ama tiene siempre la necesidad de hacer patente la existencia de su amor sirviendo a su amado. Podríamos afirmar que amar es servir, el que ama sirve siempre al amado. La caída de Lucifer y sus acólitos fue realizada al grito de “non serviant”, no serviremos al Señor, que es tanto como decir: no amo al Señor. Amar de verdad al Señor, con lleva siempre el deseo de servirle absolutamente en todo. El que ama al Señor, en todo momento se está preguntando: ¿Lo que estoy haciendo, es lo que Dios quiere que yo haga en este momento?
Y si amar es servir, habríamos de preguntarnos ¿Estoy yo sirviendo siempre a mi prójimo? Pocos son los que podrían salir victoriosos de una repuesta afirmativa a esta pregunta. En las relaciones humanas, a la mayoría de nosotros, la mala uva nos aflora constantemente y lo peor es que encima no nos damos cuenta y hasta nos jactamos de lo inteligentes que hemos sido en nuestras maniobras comerciales o relacionales. Hablamos con ligereza de los demás, cuando bajo el mando de informar a todo el mundo, nos hinchamos de poner verde a nuestro prójimo. Anteponemos nuestro orgullo a nuestro amor al prójimo y muchas veces consideramos a los demás como unos macarras que nos están jorobando, o unos hijos de su madre, como creemos que son los políticos que nos están rompiendo nuestros esquemas. Seamos conscientes de que el Señor, también ama a los mantenedores e impulsores del crimen del aborto. Nosotros podemos odiar estas conductas, pero jamás a las personas que las impulsan. Nunca hemos de identificar, conducta y persona y meter todo en el saco de nuestra acritud.
Amar a Dios de por sí, no es tan fácil como de entrada podamos pensar, pues un amor entregado a Él, es algo complicado y difícil de llevar a cabo con perfección y desde luego es imposible conseguirlo sin su ayuda, pues claramente nos lo advirtió: “Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Pero si difícil es amar debidamente a Dios, el amar a los demás el amor al prójimo y el servirle debidamente esto es para nosotros una hazaña de titanes.
Desde luego que es duro amar y servir a la clase política que nos gobierna, pero esto es lo que Dios quiere, porque podemos odiar sus conductas, pero nunca sus personas que han sido creadas por el Señor, que es nuestro amor y Él, aunque nos parezca mentira, también ama a estas personas. Vete a saber, lo que hubiésemos sido cada uno de nosotros, que tanto nos jactamos de nuestro inquebrantable amor a Dios, si Él hubiese dispuesto para nosotros una educación y un entorno similar al que estas personas, han tenido. Tenemos que acordarnos de los primeros cristianos, que a pesar de que los emperadores romanos los crucificaban y los enviaban al circo para ser devorados por las fieras, eran fieles a su autoridad y rezaban por ellos. Y que yo sepa, por ahora a nadie nos han echado todavía a los leones, aunque si las cosas siguen así, todo se andará.
Concluyendo debemos de tener muy claro, que si amamos y en consecuencia servimos a los demás, sea quien sea, nos caiga gordo o bien, siempre estaremos amando al Señor.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario