lunes, 9 de agosto de 2010

DOS ORACIONES DIFERENTES


Perdona si no alcanzo a decirte algo más profundo y más sincero. Sé que me conoces y sabes que no llego a más.

Los frailes entraron, mientras anochecía, a la capilla. El calor era realmente intenso, hasta el punto de que el sudor corría por las frentes, las espaldas, los brazos y las manos.

En el fondo del ábside, un tabernáculo y un crucifijo. Dos frailes miraban al Sagrario con actitudes muy diferentes.

El primero musitaba en su corazón:
“¿Qué hago aquí, encerrado en la capilla, cuando podría estar fuera, tomando el fresco? ¿Qué sentido tiene este sudor y este desasosiego? Ojalá pronto pase esta ola de calor y podamos estar más frescos. En cierto modo, soy culpable de estar aquí, quejándome. Porque un día renuncié a una vida más cómoda y tranquila, porque quise vivir pobremente, porque soñé con seguir las huellas de Cristo y servir a los hombres mis hermanos. Pero ahora me agobia este calor, hasta el punto de que no le encuentro sentido a estos momentos de encierro en una capilla, casi sin aire, con hábitos que resultan incómodos, con un cansancio profundo en mi corazón. ¿Será que he perdido el norte de mi vida? ¿O tendrán razón quienes dicen que yo, como tantos otros religiosos, somos unos seres fracasados e insensatos, que nos apartamos de los beneficios del progreso para escoger modos de vida irracionales?”

El segundo fraile sudaba como el primero, pero mantenía un diálogo muy diferente con Cristo presente en el Sagrario.
Señor, otra vez me tienes aquí, ante Ti. Con mis pecados, con mis debilidades, con mi cansancio, con mis penas, con los sufrimientos de las personas que viven a mi lado o tal vez lejos. Pero es hermoso saber que me escuchas, que me consuelas, que me ayudas, que me levantas, que me perdonas. Vale la pena este pequeño sacrificio que Te ofrezco por el mundo, por quienes sufren sin sentido, por quienes lloran sin consuelo, por quienes callan porque piensan que nadie les escucha, por quienes mueren y van a tu presencia. Sé que mi oración es pequeña y pobre. Tú sabes que no tengo un corazón contemplativo. Pero quisiera que estos momentos, por encima del sudor y de las incomodidades, fueran una renovación de ese sí que te di, hace ya años, para seguirte, para estar contigo, para ayudar a mis hermanos, que son también tuyos. Perdona si no alcanzo a decirte algo más profundo y más sincero. Sé que me conoces y sabes que no llego a más en estas circunstancias. Pero me alegra mucho ver que estás entre nosotros, que no abandonas a tu pueblo, que buscas al perdido, que perdonas al que cae por culpa del pecado. Aquí me tienes. Dispón de mi vida, de mi tiempo, de mis ilusiones, de mi mente, de mi corazón, para lo que sea. Cuenta también con mis sudores, hoy en esta capilla, mañana en cualquier lugar donde me lleves. Y permíteme que te diga, nuevamente, que Te quiero, quizá con un corazón cansado por el paso del tiempo, pero todavía con esa fuerza que Tú me das, para seguir adelante, al menos durante las próximas horas, en este camino maravilloso que recorro tras tus huellas”.
Autor: P. Fernando Pascual LC

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