En esta vida, Dios ni nos castiga ni nos recompensa, por nada de lo que hagamos.
Y sin embargo está muy extendida la idea de que Dios nos castiga y nos premia, mientras deambulamos por este valle de lágrimas, llamado mundo. Esta idea se encuentra muy arraigada sobre todo en diversas ramas del protestantismo, que llegan hasta ver en los seres lisiados físicamente o que han fracasado en su vida, unas personas castigadas por Dios y a “sensu contrario”, ven en los llamados triunfadores personas amadas por Dios. ¡Vaya disparate! Esto demuestra, un perfecto desconocimiento de quien es el Señor y cuáles son los estímulos que le mueven a su intervención en la vida de nosotros.
Partamos de una clara definición de quién es Dios y esta es la que nos da el evangelista San Juan, cuando nos dice: “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él” (1Jn 4,16). Dios es un Espíritu puro en el que su esencia es el amor, y Él es la fuente de todo amor. El amor que nace en nosotros es solo un reflejo del único amor existente que es el de Dios. Y nosotros somos criaturas creadas por el Amor y para el amor, seremos felices en el amor de ver el rostro del Amor.
Dios solo tiene una obsesión con respecto a nosotros, y es la de atraernos hacia Él. Que se cumpla en todos y cada uno de nosotros, el fin para el que fuimos creados. Para ser eternamente felices integrados en el Amor supremo que es Él. El Señor desea, ante todo y sobre todas las cosas de este mundo que a nosotros nos parecen importantes, que nos salvemos todos. Esto es, lo que se denomina la: “la voluntad salvífica universal de Dios”. Por lo tanto a Dios, que ve todo lo que ocurre en este mundo de distinta forma que nosotros, utiliza en nuestro favor, aunque nosotros no lo veamos ni lo comprendamos, lo que nos interesa y más nos afecta, esencialmente los bienes materiales y también nuestros sufrimientos, que nos hemos ganado a pulso por nuestra estupidez y que Él no nos los desea. Pero los permite como estímulos para nuestro bien.
Todos los males que permite que nos sucedan, y todos los bienes que podamos recibir, son siempre estímulos para que nos acerquemos a más a Él. Pero este manejo, que Dios hace de los sufrimientos y de los bienes materiales que podamos llegar a obtener en nuestro favor, no suponen en ningún caso ni premio ni castigo. De igual forma que tampoco busca castigarnos aquí, cuando obtenemos males, tampoco busca nuestra recompensarnos en esta vida, cuando obtenemos bienes que hayan sido pedidos anteriormente o no: Él, lo que busca, es estimularnos con los bienes o con males, para que caminemos hacia Él. Prueba de lo anterior es la gran cantidad de conversiones de personas, tras sufrir un duro palo de la vida.
En esta vida no recibimos de Dios, ni premios ni castigos, entre otras razones, porque si así fuese, Dios no sería consecuente consigo mismo. En reiteradas ocasiones, Jesucristo nos anunció el juicio final; en la parábola de la cizaña, en la parábola de la red barredera en el mar, y sobre todo en la descripción que hace San Mateo del juicio final: "Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha; Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregrine y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; preso y vinisteis a verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis. Y dirá a los de la izquierda: apartaos de mi, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui peregrino, y no me alojasteis; estuve desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis, entonces ellos responderán diciendo: Señor, ¿cuando te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos? Él les contestara diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna”. (Mt 24,34-46).
Está claro que habrá un juicio final, la doctrina tradicional católica habla de dos juicios, uno parcial cuando seamos llamados a la Casa de Padre, y otro al final de los tiempos. Aunque modernamente, hay teólogos que mantiene la idea de que al entrar en la eternidad quedamos liberados del dogal del tiempo, y por ello, el juicio particular será al mismo tiempo que el del final. A esta tesis, hay quién le contrapone, que en el momento de una persona muere no puede haber juicio final, porque no se ha muerto todo el mundo. Los teólogos partidarios de esta tesis, manifiestan: Primero la idea del concepto tiempo ha desaparecido para el que muere; en segundo lugar, hay que considerar que para Dios nada es imposible. Pero sea como sea, el hecho es que seremos juzgados, y esencialmente sobre la fuerza y la categoría de nuestro amor a Dios y al prójimo, demostrada en este mundo.
Tengamos presente que hasta en la imperfecta justicia humana, ¿dónde se ha visto que a un reo se le condene o se le premie, sin un previo juicio? No, desde luego que no, Dios no nos recompensa ni nos castiga antes de ser juzgados. Otra prueba de esta afirmación, es el último punto del párrafo del evangelio de San Mateo, antes mencionad, al decir este al final: “E irán al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna”.
Se prueba también lo dicho, porque cuando Nuestro Señor habla en los evangelios, estos siempre posponen la recompensa para el cielo. Así por ejemplo tenemos lo que le contesta Nuestro Señor a Pedro, cuando este le dice que ha dejado todo por seguirle: “Y todo el que dejare hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o campos, por amor a mi nombre, recibirá el céntuplo y heredará la vida eterna. Y muchos primeros serán los postreros, y los postreros, primeros”. (Mt 19,29-30). También habla en futuro referido a la vida eterna cuando dice: "Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su Señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más”. (Lc 12,47-48).
Prueba evidente que Dios en este mundo, no recompensa siempre a los buenos, que son sus elegidos aquí en la tierra, es la vida de los santos; personas que vivieron soportando enormes cruces. Se cuenta de Santa Teresa de Jesús, que cuando se quejó al Señor de peso de su cruz, este le contestó: Así trato yo a mis amigos, y la santa le respondió: Por eso tienes tan pocos. Si trata así a sus amigos, es porque desea que estos sigan creciendo en santidad, y adquiriendo méritos para el futuro, y todos sabemos que esto solo se consigue, soportando pacientemente el sufrimiento y no estando todos los días de juerga. En el sufrimiento está la llave de la puerta del cielo. Si Dios recompensase ya en la tierra a sus santos y elegidos, a la vista del resultado, todos nos volveríamos santos, pues sería una formidable forma de vivir estupendamente aquí, y luego asegurarnos la vida eterna.
Por consiguiente, tengamos las ideas claras y pensemos sensatamente, no envidiando al que tiene más bienes y riquezas, ni deseando adquirir más de lo necesario, para vivir honestamente. Lo mismo que aceptando los males y sufrimientos que Dios permite que soportemos, pues ello es signo de que Dios estima que nos conviene para nuestra santificación. San Francisco de Sales, tenía un lema de vida muy a propósito para recordarlo aquí: “Nada, pedir, nada desear, nada rechazar sea malo o bueno”. Nosotros tenemos que pensar que todo viene de las manos del Señor y es lo que más nos conviene aunque no lo comprendamos.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario