Dicen, Señor, que no se puede hablar Contigo mientras uno trabaja o ayuda a tener en orden y limpia la casa.
Ya lo creo que sí. Mira, ahora me pillas justo quitando los platos de la mesa. Pues claro que no me apetece. Mejor estaría sentado en la terraza, con los pies en alto y la cabeza en actitud contemplativa. Y sin embargo aquí estoy – serviam -, tirando todos estos restos a la basura. Y mientras tanto voy comentando Contigo, para variar, el alma de mis hijos, el descanso de Ana, o el estado de mi tobillo. Se me hace más llevadera la vida si Tú me acompañas. Espera, llaman a la puerta... Ya está, perdona, era un mensajero que me traía un libro de Chesterton. ¿Qué Te estaba diciendo? Es igual. Eres testigo Jesús mío, mira las habitaciones que han dejado los críos. Oye, ¿no crees que ya van siendo mayorcitos? Deberías hacer algo. No sé, toma alguna carta en el asunto. Una luz, por pequeña que sea. Eres más persuasivo que nosotros y no te pones nervioso. ¿O sí? Ay, esta mancha no hay quien la quite. Me parece que se limpia con alcohol. ¿Tú que crees? ¿O será con el KH7? ¿Sabes? Pese a la subida de impuestos y precios en general, y el recorte salarial de Ana, estoy tranquilo. El objetivo es claro: que el alma esté en gracia. Sólo me interesa la santidad.
Tienes que ayudarme a desprenderme de lo vano, de lo superfluo. Falta sal en el lavavajillas. Y también falta un poco de sal y de sabor en mi vida interior, que gandulea, que se conforma. Me despisto de Tu presencia. Haraganeo entre libros y ventanas. Tengo que mortificar bastante más esta curiosidad, y los sentidos. Y cuando lea, leer para Ti. Y cuando escriba exactamente lo mismo: escribir para Ti. Eres el único lector que me interesa, y el más sagaz. Eso sí, no dejes de hacerme comentarios, para que mejore la escritura de mi vida.
Están cayendo unas gotas, huele a lluvia. ¿No Te gusta? Y de los árboles de la calle asciende un aroma delicioso. Jesús mío, Te lo ofrezco. Como un incienso vegetal para Tu gloria. Pero ¡se me olvidaba la ropa tendida! Voy, voy, voy. Es un momento solo. Señor, mira que nubes tan hermosas, y aunque llueve sale el sol, como un regalo que me haces. Brillan los tejados, y brilla el mundo que tú has creado. ¡Qué brillen igual las almas! Que brillen sus ojos, sus miradas. Que brillen de amor y de lágrimas. Lágrimas por el dolor que Te causamos. Yo el primero. Señor, ya está, creo que todo está bien. La casa está más o menos en orden y concierto.
Me tengo que ir. Ven conmigo y seguimos hablando por la calle. Que no nos separe nada. Ni nadie.
Guillermo Urbizu
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