Para muchos cristianos actuales, como pasaba en tiempos de S. Pablo, el Espíritu Santo sigue siendo “el gran desconocido”.
Y esto a pesar del movimiento pentecostal, de las comunidades carismáticas y neocatecumenales, que han acercado a muchos bautizados a esta realidad de la vida cristiana.
El Espíritu Santo es persona divina. Verdad que niegan los testigos de Jehová, para quienes sólo es “la fuerza activa de Dios”, negándole los demás atributos divinos, idénticos al Padre y al Hijo.
Según el libro de los Hechos descendió sobre la Iglesia el día de Pentecostés .Su activa presencia se muestra - según había prometido Jesús - de forma sorprendente a través de los acontecimientos relatados, de forma que pudo denominarse a este libro del N.T. “El evangelio del Espíritu Santo”.
Sabemos que los artistas de todos los tiempos han representado al Espíritu Santo en forma de paloma o de lenguas de fuego, símbolos tomados de las sagradas Escrituras. Él siempre ha permanecido en la Iglesia de Cristo, vivificándola y santificándola con sus siete dones produciendo abundantes y maravillosos frutos de santidad a lo largo de veinte siglos.
Nunca ha faltado su asistencia de modo especial al Vicario de Cristo en la tierra, para que pueda guiar a sus hermanos en la verdad revelada, sin error hasta el final de los siglos.
A menudo - y no sólo el día de Pentecostés - deberíamos todos los bautizados invocar al Espíritu Santo que llevamos dentro de nosotros. ¡Ven Espíritu Santo, ilumina nuestras mentes, abrasa nuestros corazones, transforma nuestras vidas y sobre todo renueva la faz de la Tierra¡
Miguel Rivilla Sanmartín
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