jueves, 20 de mayo de 2010

PENTECOSTÉS


Si tienes mil razones para vivir, si has dejado de sentirte solo, si te despiertas con ganas de cantar, si todo te habla, desde las piedras del camino a las estrellas del cielo, desde las luciérnagas que se arrastran a los peces, señores del mar, si oyes los vientos y escuchas el silencio... ¡Exulta! El amor camina contigo, es tu compañero, es tu hermano...”
Dietrich Bonhoeffer

Este 23 de mayo celebramos la fiesta de Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo, la fiesta de la iglesia, nuestra fiesta... celebramos el don del Espíritu Santo en los corazones como una alianza nueva y definitiva. Compartimos con nuestro Señor la misma vida, el mismo Espíritu que nos hace capaces de continuar su obra, que es anunciar la Buena Nueva, hacer el bien, curar, hacer unidad, ser Amor.

Esta alianza nueva y definitiva que se da con Dios Espíritu, no significa que podamos hablar en términos de poseer al Espíritu Santo, él viene a nosotros sin cesar y siempre nuevo. En algún sentido, podemos vivir un Pentecostés permanente en la medida que no cerremos nuestras puertas. Viene de algún lugar y nos lleva a otro lugar. Es el soplo de Dios, principio de todo, dador de Vida… en él y por él todo existe, nunca estamos solos, donde sea que estemos, está Dios.

Aquí podríamos preguntarnos, entonces si el soplo de Dios está ya con nosotros desde el inicio de la vida... ¿Pentecostés, qué nos dice de nuevo? Hemos dicho que el Espíritu viene a nosotros permanentemente, siempre nuevo, y aquello significa que nuestra creación continúa sin cesar, nos es contemporánea. Sin embargo, lo nuevo que nos trae el Espíritu Santo es justamente la puesta en el mundo de un hombre nuevo, una nueva humanidad. Es como si el Espíritu de Dios que nos hace vivir desde que existe la vida, no hubiese podido encontrar en nosotros la acogida total de nuestra libertad. Lo que llamamos pecado original puede corresponder a una especie de reflejo de defensa espontánea que nos acontece desde que la conciencia humana se despierta: miedo de la vida, miedo del otro Y es allí que viene Jesús, un hombre que rechaza responder a la violencia con violencia, con Él el Espíritu es acogido en el mundo en su totalidad y aprendemos que este Espíritu dador de Vida, es Amor. De ese modo, la humanidad se hace apta para constituir un cuerpo único en el que nuestras diferencias se conjuguen en lugar de oponerse. En nuestra libertad está de acoger las sugerencias unificadoras del Espíritu del Amor.

Y ¿cómo actúa? En nuestra libertad, docilidad y confianza... y esa es la fiesta, en cada Pentecostés, fundamentalmente, anima en nosotros nuestra fe, nuestra caridad y muestra esperanza. Y ¿qué nos ocurre? Se nos afina el corazón, somos más sensibles a aquello que daña nuestra relación con Dios. Todo ese desborde de Amor en nuestros corazones se hace alabanza, en comunidad y en nuestra oración personal, ¡Y se desbordan los cantos, las alabanzas, los Aleluyas! Y luego por supuesto aclara nuestras decisiones y elecciones. ¡Y las palabras sobran y faltan para expresar cómo actúa el Espíritu en ese desborde de Amor!

Por otro lado, a veces el Espíritu es difícil de notar porque es discreto y humilde. No desea centrar su atención en Él: nos pone delante del misterio del Padre, el misterio del Hijo, luego desaparece sin que lo notes. Y así nos enseña la humildad.
Sin embargo, lo que viene del Espíritu toca profundamente nuestros corazones y cambia en él algo para bien... cualquier otra aparente reacción sicológica es superficial y no deja huella en los corazones. Y ya que creemos que el Espíritu Santo actúa en los corazones, cada uno de nosotros puede y debe escuchar el Espíritu a través de su hermano.

¡Feliz Fiesta de Pentecostés! Que el Espíritu Santo Creador nos haga día a día testigos de sus maravillas en la riqueza de sus dones, en la belleza de sus frutos y que esa experiencia nos lleve desde cada vocación, a colaborar activamente en la anhelada construcción de la civilización del amor.
Jesús te ama

Envíame sin temor, que estoy dispuesto. No me dejes tiempo para inventar excusas, ni permitas que intente negociar contigo. Envíame, que estoy dispuesto. Pon en mi camino gentes, tierras, historias, vidas heridas y sedientas de ti. No admitas un no por respuesta...”

Envíame; a los míos y a los otros, a los cercanos y a los extraños a los que te conocen y a los que sólo te sueñan y pon en mis manos tu tacto que cura; en mis labios tu verbo que seduce; en mis acciones tu humanidad que salva; en mi fe la certeza de tu evangelio. Envíame, con tantos otros que, cada día, convierten el mundo en milagro...”

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