martes, 18 de mayo de 2010

NO SOMOS ACCIDENTE... SOMOS SORPRENDENTES


¿Nos ha dicho alguien alguna vez que somos realmente sorprendentes?

Probablemente no, a menos que seamos de aquellos pocos bendecidos que tienen al menos un poderoso animador en sus vidas al que realmente le importamos.

Medía 1.80 cuando estaba en el séptimo grado y pesaba 68 Kg. El ser delgaducho no lo describía bien; mondadientes se acerca un poco más. Con el cabello crespo que tenía largo y que luchaba por mantener recto, la mayoría de mis amigos me llamaban Q-Tip. Pueden imaginarse cómo aquello hacía maravillas a favor de mi auto estima… la verdad no mucho.

Mi padre me recordaba que mi nacimiento no había sido planeado y así parece. Tres chicos en menos de tres años: mi hermano tenía dos años e iba para tres. Mi hermana tenía un año, faltándole 9 días para llegar a los dos.

Mi padre sufrió la mayor parte de su vida de lo que ahora se conoce como desorden bipolar. Serios cambios de ánimo y una plétora de actitudes que no me ayudaban (ni a nadie más). Constantemente me recordaba que yo era un accidente y que con el abuso psicológico constante al que me sometía, me sentía más como un intruso en el planeta que como un niño.

Al crecer y comenzar a descubrir el desarrollo personal y qué podía hacer por mí para sanar mi pasado y crear mi futuro, comencé a desarrollar nuevas creencias sobre mí mismo.

Lo que descubrí cambió mi vida… descubrí que los hechos probaban que yo no era un accidente, sino en realidad que mi vida era y es un milagro.

Descubrí al leer varios libros sobre el desarrollo personal, que en primer lugar, las probabilidades de que yo fuese concebido eran de decenas de millones contra uno. De hecho, aprendí que había vencido entre 10 y 90 millones de otras “semillas” que luchaban por fertilizar un huevo.

Decenas de millones de candidatos posibles y solo uno iba a obtener la cita, es más, los demás iban a morir.

No era solo una carrera por afecto era una batalla por la vida.
Detengámonos y pensemos en esto. Si cualquier otra semilla hubiese fertilizado ese huevo, ni usted ni yo estaríamos aquí ahora. ¿Nos hemos preguntado por siempre nos sentimos especiales”? ¿Tal vez nos sentimos afortunados”? Bueno, obtuvimos acceso al santuario interior para fertilizar el huevo y millones que no lo lograron, murieron.

No sé ustedes, ¡pero solo ese hecho me hacer sentir bastante sorprendente! Ahora, no les pido que crean al algún concepto esotérico, metafísico o espiritual.

Les comparto esto como un hecho comprobado. Pueden confirmar estas estadísticas con un médico. Ahora, si estas probabilidades no le hacen sentir tan sorprendentes como a mí, entonces piensen sobre esto.

Vayamos cinco generaciones atrás en nuestra familia. Aquello serían nuestros tatara-tatara-tatara abuelos. Al tener extensos registros de mi genealogía familiar, sé quien fue mi tatara-tatara-tatara abuelo y dónde nació.

Él nació en 1795 en Kentucky. Tan sólo 18 años después que nuestra nación declarase su independencia, conoció a su esposa debido a unas circunstancias que desconozco. De todas maneras, pueden imaginarse según su propia experiencia o la de sus padres (o abuelos) que las probabilidades de seguir adelante juntos no eran buenas.

Ahora agreguemos a la ecuación las probabilidades de que jamás concibieran y tuvieran el hijo particular que tuvieron era de uno contra varios millones. Ahora, ese niño creció y conoció a alguien más y el proceso sigue hasta nuestros días.

¿El punto?
Imaginemos las probabilidades de que llegásemos a este planeta… trillones a uno. Nuestra vida es sorprendente. Tal vez no nos sintamos así… tal vez sintamos las emociones más bajas que un humano pueda experimentar, pero el hecho sigue siendo que ¡somos un milagro!

Tal vez en otro artículo, tocaremos la sorprendente composición biológica, ósea y muscular de nuestro cuerpo (que de por sí es otro milagro). Pero por ahora, démonos tiempo para pensar y considerar cómo llegamos aquí.

Mis queridos amigos, no somos un accidente. ¡Somos sorprendentes!
Fuimos un milagro desde el día en que comenzamos nuestra existencia en este planeta y todavía lo somos. La mayoría de la gente nunca es enseñada a amarse a sí misma ni tampoco a comprender en realidad cuán sorprendentes somos en realidad. A través de mucho daño emocional y psicológico que recibimos de fuentes mal informadas en este mundo, nunca enfrentamos la realidad de quienes somos en realidad.

¡Estoy aquí para decirles que somos sorprendentes! Lo sé… tenemos talentos, habilidades, inteligencia y corazón para hacer milagros en nuestra propia vida. Tenemos potencial que ni siquiera hemos comenzado a destapar.

Probablemente hemos olvidado o nunca sabido los hechos que apoyan la tesis que somos seres fenomenales. Tómense un tiempo hoy para pensar sobre lo que les he compartido. Piensen en los sueños, esperanzas, deseos y la increíble visión dentro de nuestra mente… no les estoy pidiendo que crean algo.

Tan solo les estoy dando los hechos… ¡somos sorprendentes!
Podemos hacer, ser y tener más de lo que jamás hemos soñado posible. Despertemos a la verdad. Retiremos nuestros sueños del estante y desempolvémoslos para que puedan vivir de nuevo en nuestro corazón, alma y mente. Sigamos creyendo que podemos y lo lograremos. Entonces esperemos que se cumplan y observemos cómo se desarrolla nuestra sorprendente vida.
Michael Murphy

Si bien la reflexión
de hoy se me antoja un tanto existencialista, no cabe la menor duda que no deja de hacer eco a la maravilla de la creación de Dios que en realidad somos. La verdad es que cada uno de nosotros fue creado y traído al mundo por Dios con un propósito específico. Si abrazamos los planes de nuestro Creador y Salvador, entonces descubrimos el significado de la vida abundante… si no lo hacemos, acabamos por desperdiciar nuestros años sobre la Tierra y al final nos sentiremos frustrados y amargados.

Sí, la verdad es que ¡somos sorprendentes! Pero todo lo que podemos llegar a ser y hacer sólo encuentra cumplimiento en Cristo. Atrevámonos a aferrarnos a Él y a Sus planes para nuestras vidas. Adelante y que el Señor les continúe bendiciendo.
Raúl Irigoyen.

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