Algunas veces, la enfermedad vine a tocar la puerta de nuestra vida y, con frecuencia, nos rebelamos contra Dios, como si Él fuera la causa de nuestros sufrimientos.
Lo mismo podemos decir, cuando ocurren las catástrofes naturales o accidentes, que nos producen sufrimientos en nosotros mismos o en nuestros seres queridos sin culpa nuestra.
¿Tiene algún sentido en la providencia de Dios nuestro dolor? Quizás nos pueda parecer absurdo e incomprensible de acuerdo a nuestro modo de pensar. Pero Dios tiene una visión más amplia de la vida y del mundo. Por ello, en los momentos difíciles, cuando no entendamos nada, debemos decir como Jesús en el huerto de Getsemaní: “Padre mío, que no se haga mi voluntad sino la Tuya” (Mt 26, 39)
Dios tiene un plan superior, que no nos ha mostrado, y que es mejor que nuestros planes humanos. Nos dice en Isaías: “Mis caminos no son vuestros caminos ni mis pensamientos son vuestros pensamientos”
Lo que Él quiere es que confiemos, que no dudemos en ningún momento de su bondad ni de su amor por nosotros, aunque no comprendamos sus motivos. Dejémonos llevar como un niño en brazos de su madre, sabiendo que lo que Él ha dispuesto para nosotros es lo mejor. Él tiene una visión de conjunto de la realidad de las cosas y desea nuestra santificación personal, ya que, de acuerdo a ella, así será nuestra felicidad eterna.
Por eso, podemos decir con seguridad que, si aceptamos sin rebelarnos los sufrimientos que nos vienen sin buscarlos, Dios nos puede adelantar en el camino espiritual más que en muchos años de vida normal. Eso quizás no lo podamos entender fácilmente, pero así es en verdad. Al aceptar nuestras enfermedades, nos estamos asemejando a Jesús y nuestro sufrimiento, unido al suyo, nos hace ser colaboradores de la humanidad en la gran tarea de la salvación.
Los enfermos y todos los que sufren con amor, o al menos sin rechazarlo expresamente, son bienhechores de la humanidad, aunque no lo sepan. Decía la Madre Teresa de Calcuta: “La vida de los pobres, de los rechazados de la sociedad, de los físicamente disminuidos, de los ciegos, de los sordos, de los moribundos…, es una continua oración a Dios Con su paciencia y sus sufrimientos interceden, sin saberlo, por la salvación del mundo”. Sus sufrimientos, pues, no son inútiles. Y ella misma decía que la casa del moribundo en Calcuta era su banco espiritual del que sacaba infinidad de bienes espirituales para todas sus obras.
Además, los pobres y enfermos, al sentirse humanamente débiles, son, generalmente, más humildes y esto es una bendición desde el punto de vista espiritual. Por eso, confiemos en los planes de la providencia de Dios sobre nosotros.
Él nos dice: “No tengas miedo porque Yo estoy contigo” (Is 43, 5) “Yo te he tomado de mis manos” (Is 49, 16) “Y serás como una corona de gloria en la mano del Señor, una diadema real en la palma de tu Dios” (Is 62, 3) “Porque con amor eterno te amé… y nunca se apartará de ti mi amor” (Is 54, 8-10) “Y los que en Mí confían jamás serán confundidos”. (Is 49, 23)
Mira, hermano, con el paso de los años te harás viejo y un día morirás. Tu nombre se olvidará de la memoria de los hombres. Pero, si has contribuido a la redención del mundo, aún sin saberlo, con tu amor y tu dolor, tu vida habrá valido la pena haberla vivido, aunque hayas muerto joven. Tu nombre nunca se apartará de la mente de Dios y, aunque nadie se acuerde de ti, habrás realizado una labor trascendente, porque tu vida y tus dolores redentores estarán escritos en el corazón de Dios y habrán salvado muchas almas. Piénsalo, cuando sufres, estás haciendo por el progreso del mundo y por el cumplimiento del plan de Dios, mucho más que todos los científicos y sabios del mundo juntos. Acepta con amor la voluntad de Dios y di como Job: “Dios me dio (la salud), Dios me la quitó ¡Bendito sea el nombre de Dios!” (Job 1, 21)
La Madre Teresa de Calcuta decía que el sufrimiento es el beso de Jesús, un regalo de Jesús, que nos quiere asociar a su pasión y participar en su plan de salvación del mundo.
Y contaba un caso concreto: Hace unos meses encontrándome en Nueva York, uno de nuestros enfermos de sida me mandó llamar. Y, cuando estuve a su lado me dijo:
-“Puesto que Ud. Es mi amiga, quiero hacerle una confidencia. Cuando el dolor de cabeza se me hace insoportable, lo comparo con el sufrimiento que tuvo Jesús con la corona de espinas. Cuando el dolor se desplaza a la espalda, lo comparo con el que debió soportar Jesús, cuando fue azotado por los soldados. Cuando siento el dolor en las manos, lo comparo con el sufrimiento de Jesús al ser crucificado. Soy muy conciente de que no tengo curación y que me queda poco tiempo de vida. Pero encuentro coraje para vivir en el amor de Jesús, compartiendo su pasión. Por eso, tengo paz y alegría interior”
Sí, solamente para el que tiene fe puede tener sentido el sufrimiento. Sin fe, uno se desespera y no tiene más camino que el suicidio.
Oto caso contado por ella misma: Una madre tenía doce hijos. La más pequeña de todos, que era niña, tenía una profunda minusvalía. Es difícil explicar esto desde el punto de vista físico y emocional. Se me ocurrió brindarme a acoger a la niña en uno de nuestros hogares, donde teníamos otros niños en condiciones parecidas. Pero la madre empezó a llorar:
-“Por favor, Madre Teresa, no me diga eso. Esta criatura es el mayor regalo que Dios ha hecho a mi familia. Todo nuestro amor se centra en ella. Si se la lleva, nuestras vidas carecerán de sentido”
¡Cuánto amor podemos dar, al cuidar enfermos, y cuántas bendiciones podemos recibir a través de ellos! Cuando tengamos que sufrir por enfermedades propias o ajenas, digamos con fe: Señor, te ofrezco mis dolores y te pido que hagas de mí un colaborador tuyo en la tarea de la salvación de mis hermanos. Haz que pueda ser para ellos, un ángel que los conforte, los consuele y los ayude a salvarse. Amén.
P. Ángel Peña: Libro: “La providencia de Dios”
¡Muchas gracias Hermano José!, Dios le bendiga.
ResponderEliminarGRACIAS POR TUS BENDICIONES
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