Eran las siete de la mañana. Había bebido como un salvaje, y como no había ligado nada esa noche, seguía bebiendo sin parar.
En aquellas noches de juventud desbocada el límite lo ponía el alba. Si no hubiese amanecido nunca, aún seguiría en aquella discoteca. Pero no. Dios me tendió una emboscada al filo del amanecer. Fue Él quien vino a por mí en una experiencia que he tratado de contar muchas veces, pero que nunca me ha salido.
Durante dos años no supe que había sido Dios, pero si alguien aquella misma tarde, mientras me vestía y me peinaba delante del espejo, me hubiese dicho que esa era la última noche de mi vida en la que saldría de farra, le hubiese estallado una carcajada en su cara. Al fin y al cabo, llevaba haciendo lo mismo cada sábado desde los 16 años, y ya pasaba de los 23. Sencillamente, no sabía hacer nada más.
No fui yo quien buscó a Dios. Le perdí la pista en alguna esquina de mi vida, aunque siempre supe que existiera. Dios vino a por mí. Sencillamente, Dios si sabía hacer algo más.
Aquella vida de fiesta y chavalas se evapora entre tus manos, no es más que agua pasada de una resaca cada semana. No satisface, no llena, no es nada. Nada de nada.
Siete años más tarde conocí a otra persona que vivió exactamente la misma experiencia que yo en otra discoteca. Se trataba de una chica de mi edad, y es monja de clausura.
La vida con Dios es plena, supera toda barrera inexpugnable y aunque no te libra del dolor, le da sentido. Absolutamente. Todo el sentido. Me atrevo a decir que te hace indestructible, inmortal, eterno.
En 2008 conocí a Mario en Medjugorje. Este tío había sido heroinómano desde los 16 hasta los 28 años. En ese momento, con 33, me contaba como él y todos los hermanos de su comunidad, se levantaban cada noche a las dos de la mañana para hacer adoración eucarística. “Nos levantamos para orar por los jóvenes que en ese momento se divierten de una manera desafortunada”, me dijo. “Ya te he contado mi vida, puedes imaginar lo que siento”. Apagué la grabadora en la que guardaba sus palabras y le dije: “Mario, si yo hoy estoy en Medjugorje haciéndote esta entrevista, es porque tú has rezado por mí”. Le conté mi historia y me abrazó como el que ha encontrado a la oveja perdida. No sabíamos nada el uno del otro y ya éramos como hermanos. Unidos en Cristo.
No sé describir aún lo que ocurrió en aquella discoteca. Solo recuerdo que eran las siete de la mañana y que le dije a mi amigo que si quería otra copa. Lo demás ocurrió muy rápido. Lo que tardé en llegar desde la barandilla de la pista hasta la barra, no más de siete segundos. Aunque no lo sepa describir, ya le he puesto un titular. No es mío, es de Joe Eszterhas, guionista de Instinto Básico, el thriller erótico que arrasó en los años 90. Parece ser que por él también rezaron, y Dios le tendió otra de sus emboscadas.
Podéis verlo
Gracias a Mario, y a todas las personas que rezan por los que no hemos conocido el amor de Cristo, Dios se nos presenta cuando menos lo esperamos, cuando estamos más desprevenidos. Como en una emboscada.
Escribo esto para dar testimonio de que cuando oramos, como Mario a las dos de la mañana, Dios está al otro lado del aparato. Y sencillamente, Él si sabe hacer algo más.
Jesús García
acabo de leer este articulo, casualmente siendo las 2:21 am y lo primero que voy a ahacer es orar por estos hermanos, que como yo tambien alguna perdia mi tiempo y mi vida, en esos placeres de la noche, haciendo abuso de mi libertad y con desenfreno.
ResponderEliminarQue Dios Bendiga y Fortalezca aun mas, mucho mas a Joe y toda su family.
gracias por este testimonio,
atte,
Susann.