viernes, 7 de mayo de 2010

LA CURACIÓN III


C.- ENFERMEDAD DEL ESPÍRITU Y RECONCILIACIÓN
Nuestra alma también se puede enfermar, esto es más grave que un cáncer o un trauma psicológico.

Un sábado Jesús llegó a la piscina de Bezatá (que significa "Casa de misericordia"). Vio a un hombre que yacía sobre su lecho y le ordenó: ¡- Levántate. Toma tu camilla y anda! Aquel hombre que llevaba 38 años paralítico encontró gracia delante de los ojos de Dios, se levantó y comenzó a andar. Luego el Maestro se lo encontró y le advirtió: Mira que estás curado. Vete y no peques más para que no te suceda algo peor. Jn 5, 1-14.

Jesús de ninguna manera afirmó que si pecaba se quedaría más de 38 años paralítico; sino que el pecar sería peor que 38 años de parálisis. Es más, el pecado no sólo es una enfermedad sino que necesariamente produce muerte. San Pablo afirma que: El salario del pecado es la muerte. Rm 6,23

El pecado produce la muerte en cuanto que nos priva de la vida de Dios; o mejor dicho, de Dios que es la vida. Me dejaron a mí manantial de aguas vivas y se construyeron cisternas agrietadas que el agua no pueden contener. Jer 2,13

El pecado básicamente consiste en una falta de fe en Dios; generalmente provocada por un exceso de confianza en nosotros mismos. Es creer más en nosotros mismos (nuestros valores, pensamientos, seguridades, etc.) que en Dios. El fruto prohibido del paraíso es el hombre que confía más en sus propios medios para lograr la realización de su ser que en el camino propuesto por Dios.

El pecado perjudica más al hombre que a Dios mismo. (Prov 8,36; Jer 26,19) ¿Es acaso a mí a quien hieren sus rebeldías? ¿No es más bien ustedes mismos para su propia confusión? Jer 7,19.

Dios nos ama tanto que sabiendo la atadura que produce el pecado en nosotros, nos prohíbe pecar, nos prohíbe ser esclavos.

La sanación completa consiste en que somos liberados de la ley del pecado que nos lleva a hacer el mal que no queremos y nos impide hacer el bien que nos proponemos. Es decir, Dios no sólo nos perdona el pecado sino que nos fortalece para no volver a pecar.

Aún más, cambia nuestro corazón para "querer y hacer" lo que El manda; no porque está mandando exteriormente, sino como imperativo que brota como exigencia del propio ser que ha sido transformado por su Espíritu Santo. No hay hombre más hombre que aquel que ha sido liberado de la esclavitud del pecado.

Dios es el Dios de los perdones, (Neh 9,17) quien siempre perdona y perdona para siempre. Por su parte Él ya nos perdonó todos nuestros pecados. La sangre preciosa de Cristo en la cruz es la medicina sanadora de nuestros pecados.

¿Qué Dios hay como tú que quite la iniquidad y pase por alto la rebeldía de su pueblo? Tú no mantienes tu enojo por siempre porque eres un Dios que te complaces en el amor. Tú te vuelves a compadecer siempre de nosotros y pisoteas nuestras iniquidades. ¡Tú arrojas hasta el fondo del mar todos nuestros pecados! Miq 7,18-19.

A nosotros corresponde tomar, hacer nuestra esa medicina, mediante la fe y la reconciliación. Por la fe nos apropiamos los méritos de Cristo Jesús en la cruz. Por la conversión ponemos en juego todo el potencial de los frutos de su redención. Basta confesarnos pecadores frente a su misericordia para ser perdonados. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonarnos y purificarnos de toda injusticia. 1Jn 1,9

En este campo juega un papel imprescindible la Reconciliación que es el sacramento del encuentro de alegría; porque es el regreso del hijo amado a la casa de su Padre misericordioso que le pone zapatos nuevos (dignidad), vestido fino (vida nueva) y anillo (de heredero); organizando además una fiesta porque el hijo que estaba muerto ha vuelto a la vida. (Lc 15,11-24)

Jesús envió a los apóstoles a "resucitar muertos"; (Mt 10,8) y no hay gente más muerta que aquella que ha perdido la vida de Dios por el pecado.

Sin embargo, muchos no entienden todavía este bello sacramento y aún le tienen miedo y buscan mil excusas para no confesarse. El P. Emiliano Tardif nos cuenta unos bellos testimonios.

Había un sacerdote que trabajaba en una pequeña aldea en el Polo Norte. Para ir al pueblo más cercano donde radicaba otro sacerdote para confesarse no había carretera y debía tomar una vieja avioneta. Por esta razón él explicaba:
-Yo ya no me confieso porque, irme a confesar por un pecado venial, me sale demasiado caro el viaje en avioneta. Y si tengo pecado mortal, me da miedo subirme a ese viejo aparato...”

En una ocasión yo regresaba a mi pueblo en mi auto. Sin darme cuenta rebasé el límite de velocidad hasta que me alcanzó un policía en su motocicleta. Me detuve y se me acercó aquel policía con su pistola; enojado porque tenía muchos minutos siguiéndome y yo no me detenía. Cuando le entregué mis papeles y los leyó, me preguntó:
-“¿Es usted el famoso padre Tardif?”
- – contesté - ¿desea usted confesarse?”
El se asustó tanto que me entregó inmediatamente mis documentos y me dijo que tenía demasiada prisa. ¡Con todo y pistola tenía miedo a confesarse...! ¡No hubo multa ni confesión por el miedo que él tenía! Le tememos a la confesión porque no entendemos que es el sacramento del amor de Dios.

Siempre que le pedimos perdón al Señor, sea lo que sea, Él nos perdona. Él jamás se escandaliza de nuestros pecados. Sólo espera que los reconozcamos y que le pidamos perdón, sin excusarnos ni minimizar la falta.

Solamente existe un pecado que Dios no puede perdonar: aquel del que no le pedimos perdón, el pecado que no reconocemos como tal, el que auto justificamos.

El sacerdote es el ministro del perdón de Dios. No es juez, no es verdugo, sino el canal a través del cual pasa la misericordia divina. No existe labor más profunda y efectiva que acoger al pecador enlodado por el pecado y ponerle a la puerta del paraíso.

El sacerdote es la única persona en toda la parroquia que tiene el poder de perdonar los pecados y de presidir la Eucaristía. Nadie lo puede reemplazar.

Cada vez que el sacerdote confiesa es un profeta de Dios que en nombre del Señor nos dice: "Yo te absuelvo de tus pecados...". Habla en nombre de Dios.

Además, así como la Eucaristía es el lugar privilegiado para recibir la sanación física, la Reconciliación es el mejor momento para orar por la sanación interior.

Un sacerdote me objetaba muy convencido.
-No puedo orar detenidamente por cada persona porque entonces no me alcanza el tiempo para el trabajo
Yo le contesté:
-Pero, ¿cuál es tu trabajo sino liberar a los oprimidos y ser ministro de la reconciliación?”
Él pensaba que pintar el salón parroquial era su trabajo y, sacrificando lo suyo propio, lo que nadie más que él podía hacer, realizaba lo de otros muchos. Hay otros que prefieren contar el dinero de la cooperativa que contar a la gente las maravillas de Dios y liberarlas de sus esclavitudes.

D.- CONVALESCENCIA
Para cualquier caso de enfermedad que hemos visto, la etapa de convalecencia es de capital importancia pues de ella depende la total recuperación.

En el ministerio de curación, física, interior o de liberación, sucede lo mismo. Cuando el Señor ha intervenido de manera asombrosa o milagrosa la persona necesita una etapa de convalecencia para no recaer otra vez. He aquí unas ideas de lo que entendemos como convalecencia:
a.- La vida sacramental
La persona que ha recibido una curación de parte del Señor necesita un alimento especialmente tonificante que Dios nos ofrece a través de los sacramentos. Incluso hablamos de la vida sacramental porque es vida y vida divina la que se comunica a través de ellos. No es posible prescindir de los sacramentos si se quiere una recuperación total.

La oración es el contacto directo con la fuente de la salud. El contacto con el Señor es más importante que el suero o el oxígeno para un enfermo. Si rompemos este conducto nos exponemos a perder algo más valioso que la salud física o interior.

b.- La oración
La oración es una comunión de amor. La Palabra de Dios purifica (Jn 15,3) y sana: Ni los sanó hierba ni emplasto alguno sino tu Palabra que todo lo sana: Sab 16,12. La Escritura leída y orada con fe es la más eficaz medicina porque es palabra de Vida eterna (Jn 6,68).

Algunas veces se pierde el fruto de una sanación integral porque la persona se aísla y no se integra a la comunidad. Es más, podemos afirmar que Dios quiere que esté sano en su totalidad el Cuerpo de su Hijo, y no sólo algunos de sus miembros.

La sanación completa se da en la medida que vivimos el misterio de ser el Cuerpo de Cristo; comunidad de fe y amor con la esperanza de la patria definitiva.

Todos buscamos la felicidad, por eso queremos la sanación. Sin embargo la sanación completa la encontramos en las bienaventuranzas de Cristo Jesús.

Jesús nos ha dado una regla de oro para ser felices: "hay más alegría en dar que en recibir". Hech 20,31. En la medida que salgamos de nosotros mismos para darnos a los demás alcanzaremos la perfecta sanación.

Cuando Jesús liberó a María Magdalena de siete demonios siguió una larga etapa de convalecencia hasta su recuperación total. Si nos damos cuenta, María Magdalena tuvo estos puntos antes enunciados.

ORACIÓN EN LENGUAS
La oración en lenguas es maravillosa. Como nosotros no sabernos orar como conviene, El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad para interceder por nosotros con gemidos inefables. Rm 8,26.

No es el lugar, y ya pasó el tiempo de querer justificar el don de lenguas. Es una realidad en la Iglesia de hoy. Simplemente quiero confesar mi experiencia: he visto muchas más curaciones mientras oro en lenguas que con la oración normal, nos dice el P. Emiliano Tardif.

Un día me invitaron a un programa de televisión en la ciudad de Bogotá, Colombia, pidiéndome que orara por los enfermos. Lo curioso es que el programa sólo duraba un minuto, por eso se llamaba "el minuto de Dios". A mí me parecía demasiado poco tiempo y reclamé diciéndoles:
-Ustedes duran tres minutos anunciando las cervezas y al Señor le dan sólo un minuto...”

Comencé la oración tan apremiado por el tiempo que oré muy rápido. Al terminar abrí los ojos y vi el reloj: ¡me quedaban todavía treinta segundos! Mi problema entonces era que no sabía que hacer con tanto tiempo. Oré en lenguas frente a las cámaras de televisión.

Según testimonio reciente del padre Diego Jaramillo, gran predicador carismático, hubo varias personas que fueron curadas en esa ocasión.

La oración en lenguas facilita que se den palabras de conocimiento o discernimiento carismático. Es cuando estamos más disponibles para que el Señor nos use porque estamos completamente rendidos a El.

En el Segundo Encuentro Carismático de Montreal me pidieron hacer la oración por los enfermos. Había unas 65 mil personas en la Eucaristía, la cual era transmitida por televisión. Oré mucho en lenguas y vinieron algunas palabras de conocimiento que transmití tal y como me llegaban. Una de ellas era así:
-Hay una buena mamá de 74 años que está sentada frente al televisor de su casa. En estos momentos el Señor la está sanando de sus ojos que no pueden ver
Al terminar la misa se me acercó un sacerdote que me tenía cierta confianza y me dijo:
-“¿Pero es que tú estás loco? ¿Cómo anunciar ante 65 mil personas que una mujer ciega está delante del televisor?”
Era tan lógica su objeción que no le pude responder. Pero al día siguiente salí a visitar a mi familia a 200 kilómetros de Montreal. Cuando llegué, alguien me dijo:
-Padre, cerca de aquí vive la señora que se sanó de los ojos delante de la televisión.
A mí me dio tanto gusto que fui a visitarla. Se llamaba Joseph Edmond Poulin y efectivamente tenía 74 años. Había enfermado de la retina. Después de un tratamiento especializado, los médicos afirmaron que su enfermedad era progresiva e incurable.

Una amiga le sugirió estar delante del televisor siguiendo la misa de sanación del Congreso de Montreal. Cuando hice el anuncio, ella sintió mucho ardor en los ojos.
Yo le pregunté si podía leer a lo cual contestó negativamente. Entonces añadí:
-El Señor no hace las cosas a medias. Vamos a orar para que usted pueda leer la Palabra de Dios
Tres días después me llamó por teléfono para comunicarme la alegre noticia de que estaba leyendo la Biblia.

El don de lenguas me dispuso para que el Señor comunicara lo que El estaba haciendo.

RENUNCIA A SATANÁS
Cuando se depende del poder de las tinieblas sí se está bloqueando la acción salvífica de Dios. Por tanto es necesario renunciar explícitamente a todo ocultismo y esoterismo, curanderismo y magia, horóscopo, cualquier tipo de adivinación y supersticiones.

No se puede servir a dos señores ni tampoco ser propiedad de ambos. O con Cristo o contra él, o con él se junta o contra él se desparrama.

Este es el único punto que sí considero esencial ya que por el poder de las tinieblas también se producen curaciones. Para evitar esta confusión es absolutamente necesario renunciar a todo contacto con ciencias ocultas, amuletos, espiritismo, hechicería y todo aquello que usurpe el lugar de Dios.
Emiliano Tardif: Libro Jesús está vivo

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