¡Qué triste es ver a muchos hombres sin fe, al no creer en el amor de Dios, van buscando seguridad en adivinos para que les lean el futuro o les hagan su carta astral para poder así controlar el futuro y poder defenderse de las fuerzas del mal!
Sin embargo, no creen en el poder de Dios ni en el poder de la oración y sus vidas van cada día más a la deriva, como barcos sin rumbo en medio de las tormentas y dificultades de la vida.
Es lamentable ver como proliferan en las grandes ciudades modernas, especialmente del primer mundo, los adivinos, los brujos y toda clase de sectas filosóficas, orientales o de cualquier otro tipo, que tratan de vender la idea de la felicidad a tantos millones de hombres, que están vacíos por dentro. Al no tener fe, quizás tienen una vaga idea de Dios, caminan a oscuras y, cuando tienen problemas, tratan de solucionarlos con amuletos o leyendo los horóscopos.
Incluso, cuando tienen enfermedades, van buscando igualmente médiums o curanderos, que los convencen de sus “bondades” y, de esta manera, los convierten en clientes fijos. Pero su corazón, alejado de Dios, no puede disfrutar de la auténtica felicidad, que sólo Dios puede dar. Muchos de nuestros contemporáneos ya no creen en milagros ni quieren oír hablar de la providencia de Dios. Para ellos creer en la providencia sería creer que Dios, un ser tan “importante”, se rebajara para estar pendiente de nuestros pequeños asuntos de cada día, pues creen que tiene cosas más importantes en qué pensar. Ellos no pueden entender que un Dios tan omnipotente e infinito pueda tener tiempo para cuidar de los pajaritos y de las flores del campo. Ellos creen que es suficiente con que éste Dios, tan grande y majestuoso, se preocupe del cuidado de los astros y del ir y venir de los planetas y de las estrellas.
Para ellos todo lo que sucede en nuestro mundo se debe a las causas segundas, como dicen los filósofos, es decir, simplemente, a la relación de causa-efecto de las fuerzas naturales. No pueden creer que éste Dios pueda ser tan humano y cariñoso como para cuidar de los mínimos detalles de sus hijos. Ellos no pueden entender ni podrán entender nunca a un Dios humano como Jesús, que amaba a los niños y curaba a los enfermos. Nunca podrán entender que Dios se “rebaje” hasta el punto de cuidar nuestra vida y guiarnos, personalmente, hacia, el bien y la felicidad.
Por eso, nosotros debemos hacer un acto de fe en el amor de Dios y en su providencia. Dios no sólo cuida de los pajaritos, sino también de los más pequeños de los seres humanos. Como dice Jesús: Mirad de no despreciar a ninguno de estos pequeñitos, porque, en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo el rostro de mi Padre celestial…. La voluntad de vuestro Padre, que está en los cielos, es que no se pierda ninguno de estos pequeñitos. (Mt 18, 10-14) No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino. (Lc 12, 32) Hasta los cabellos de vuestra cabeza los tiene contados (Lc 12, 7) Sí, existe la providencia de Dios, porque Dios nos ama.
P. Ángel Peña: Libro “La providencia de Dios”
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