Un domingo escuché a Miguel hablar acerca de su relación con sus dos padres, el que lo crío cuando era niño y su Padre en el cielo.
Primero describió su confianza infantil hacia su padre terrenal como “sencilla y sin complicaciones”. Esperaba que su papá arreglara lo que se había roto y le diera consejos. Sin embargo, le aterraba la idea de no complacerle, porque a menudo olvidaba que el amor y el perdón siempre venían a continuación.
Miguel continuó:
-“Hace algunos años causé todo un enredo y herí a muchas personas. Debido a mi culpa, terminé una relación feliz y sencilla con mi padre celestial. Olvidé que podía pedirle que arreglara lo que yo había roto y buscar su consejo”
Pasaron los años. Finalmente, Miguel tuvo una necesidad desesperada de Dios, pero se preguntaba qué hacer. Su pastor simplemente dijo:
-“Dile a Dios que lo lamentas, ¡y hazlo en serio!”
En vez de ello, Miguel hizo preguntas complicadas, como:
-“¿Cómo funciona esto?” y “¿Qué pasará si…?”
Finalmente, su pastor oró:
-“Dios, por favor, ¡dale a Miguel la fe de un niño!”
Más tarde, Miguel dio un testimonio gozoso:
-“¡El Señor lo hizo!”
Miguel encontró la intimidad con su Padre celestial. La clave para él y para nosotros es practicar la fe sencilla y sin complicaciones de un niño.
La fe brilla con mayor fulgor en un corazón de niño.
Fuente: Nuestro Pan Diario 2010-04-20
De cierto os digo, que si no volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Mateo 18:3
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