viernes, 23 de abril de 2010

INJURIAS Y AGRAVIOS


Cabe preguntarse: ¿Quién es, el que jamás se ha sentido injuriado o agraviado?

Personalmente creo que nadie, en mayor o menor grado de acuerdo con nuestra mayor o menor grado de humildad, todos a los largo de la vida nos hemos sentido en más de un momento injuriados o agraviados, porque nuestro ego no nos ha permitido asimilar, la ocasión que se nos ofrecía de ganar méritos a los ojos de Dios humillándonos.

La injuria o el agravio están muy íntimamente unidos a un algo que no es fundamental, el no perder nunca la paz de Dios. Cuando perdemos paz de Dios en lo íntimo de nuestro ser, en nuestra alma, se nos altera lo conseguido hasta ese momento el avance y desarrollo de nuestra vida espiritual. Cuando perdemos la paz, se nos abre un boquete en las murallas de nuestra vida espiritual por la que se nos cuela el maligno que constantemente está al acecho. Ya nos lo advirtió San Pedro en su segunda epístola, cuando nos dijo: Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe (2Pdr 5,8).

La Madre Angélica nos dice: Cuando uno se siente ofendido, la memoria y la imaginación pueden inundar de dolor el alma repitiendo situaciones y confrontaciones, haciéndole a uno desear que hubiera dicho o hecho eso o lo otro. Este ataque infructuoso sepulta el intelecto y la voluntad en el polvo de la pasión. Uno puede obsesionarse con el dolor de un suceso y perder la respuesta cristiana a la situación. A este respecto también Henry Nouwen amplia el tema diciendo: La tentación que tenemos siempre, es la de quedarnos atascados en nuestras emociones negativas, palpándolas por todos los lados, como si ese fuese el lugar al que perteneciéramos. Entonces nos convertimos en el ofendido, o el olvidado, o el abandonado. Podemos adherirnos a estas identidades negativas, e inclusive derivar de ellas un morboso placer. Puede ser bueno examinar bien esos sentimientos oscuros y tratar de descubrir de donde vienen. Pero siempre llega el momento de pasar por encima de ellos, dejándolos atrás y seguir viajando.

Una de las maniobras clásicas de nuestro enemigo, es la de turbarnos, alterarnos, lograr que perdamos la paz interior, para así poder entrar en nuestro interior, y crearnos una situación de ofendidos que no tienen en cuenta para nada la virtud de la humildad. La paz de Dios es un bien inapreciable, es un escudo que no nos debemos de dejar arrebatar, aunque humanamente hablando sean justificadas las razones que tengamos para sentirnos ofendidos por el agravio o las injurias recibidas. La paz de Dios es un bien que siempre hemos de conservar y debemos guardarlo en el interior de nuestra alma.

Que no perdiésemos su paz, la paz de Dios, es lo que el Señor nos vino a decir en el pasaje evangélico en el que manifestó: Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No hagáis frente al malvado; al contrario, si alguno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra, y al que quiera litigar contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto, y si alguno te requisara para una milla, vete con el dos (Mt 5,38-41). Pero en la aplicación a la vida normal de estas palabras del Señor, hay quienes son radicales en su interpretación pero los hay que matizan su significado, como Etienne Brot al escribir que: Podemos concluir que, cuando se trata de cuestiones insignificantes, molestas y humillantes a veces por habituales, Jesús aconseja a su discípulo deseoso de perfección, que transija incluso ceda, aceptando la injusticia antes de permitir que se cree un círculo vicioso de enemistad con sus semejantes. Ahora bien, no le pide nunca, ni con la palabra ni con el ejemplo que admita una injusticia grave, incluso si le atañe directamente”.

Si somos lo suficientemente humildes, tal como debemos de ser, nunca permitiremos que en nuestra mente se forme una lista de pequeños o grandes agravios, con respecto a una determinada persona o con respecto a un conjunto de ellas. Estas listas nos robarán la paz y siempre serán un arma en manos del maligno para derribar nuestras defensas. Fdz. Carvajal, apunta que estas listas de agravios nos robaran la paz con Dios, perderemos muchas energías y nos incapacitaremos para los grandes proyectos que cada día tiene el Señor preparados para quienes permanecen unidos a Él.

Hasta aquí hemos venido escribiendo sobre situaciones de injurias o agravios con causa justificada desde el punto de vista puramente humano. Pero es el caso de que existen otras situaciones aún más absurdas en la mente humana cual es la de los agravios imaginarios. En el momento en que le hemos abierto las puertas de nuestra vida espiritual o interior al demonio permitiéndole que turbe nuestra paz de Dios, este maquina llevándonos a imaginar la existencias de imaginarios agravios que nunca se han producida por parte de una determinada persona. La conducta de esta persona con respecto a nosotros, la llegamos a justificar por un imaginario deseo que creamos en nuestra mente, de que esta persona quiere ofendernos, cuando resulta que en la mayoría de las veces nosotros le somos indiferentes a esta persona. Escribe la Madre Angélica diciendo a este respecto que: Las apariencias son bestias engañosas. No tiene ningún sentido verse atrapado en el proceso de perdonar a alguien por algo que ni siquiera ha hecho.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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