«ESTAS RELACIONES SE BASAN EN LA INFIDELIDAD»
Esta es la primera parte de un testimonio cargado de crudeza, realismo y esperanza. Pablo es un hombre que ha luchado durante años para controlar su tendencia homosexual y vivir, tras años de desenfreno, castamente. Ahora que lo ha logrado, detalla la miseria moral en la que vivió y denuncia la sordidez de un mundo en el que «no hay nada gratis y el precio es el sexo».
El relato estremecedor que nos hace llegar Pablo - le llamaremos así, para mantener su anonimato -, comienza con una denuncia, cuando menos, intrigante: «En estos momentos me gustaría poder hablar con vosotros sin tener que recurrir al anonimato para protegerme. La situación político social me impone hablaros con más libertad, pero no me impide abrir mi corazón».
¿Qué situación es la que hace temer a Pablo? ¿Acaso es un inmigrante ayuno de documentación en regla? ¿Tal vez un activista por los Derechos Humanos en alguna dictadura como la cubana o la venezolana? ¿Se enfrenta Pablo acaso a los poderes de algún Estado manejado por extremistas? ¿Es un cristiano en Irak? No. Pablo ha mantenido durante décadas, relaciones homosexuales. Ahora, asegura, ha recuperado su masculinidad plena «a través de un proceso de autoayuda y sanación». Hoy, trabaja cada día por vivir en castidad, pero su experiencia de tantos años le ha dejado una profunda huella.
«He empezado otro camino»
A mitad del relato, Pablo lanza la que posiblemente es su denuncia más rompedora y la razón por la que tiene miedo. Pablo nació y vive «en dos ciudades en las que la homosexualidad es un plus. Es decir, nunca jamás me he sentido coartado, presionado, incomprendido, cuando decía que era gay. La incomprensión, el rechazo, la intolerancia han comenzado desde que ya no lo soy, desde que he empezado otro camino», denuncia.
«Vergüenza ajena en los Días del Orgullo Gay»
«Donde sí he sido discriminado ha sido en los "templos de la tolerancia": los locales gay, el ambiente gay, donde me han insultado por viejo cuando pasé los 35; me han llamado estrecho y reprimido por no querer hacer el sexo con el primero que me lo propusiera o lo que querían que hiciera; me han insultado por medir 1,71 (demasiado "enano"); me insultaron por ser extranjero durante mis vacaciones; por sentir vergüenza ajena en los días del Orgullo Gay (sic); etc».
«En el submundo gay o hay nada gratis»
Pablo reconoce que «ya con 12 ó 13 años me sentía atraído por otros chicos, pero no de una manera carnal, sino que fantaseaba con cómo sería una amistad con este o ese chico concretos. Para mí, no eran personas reales, accesibles, sino seres alcanzables sólo en mi fantasía». Aquellos pensamientos, «nacidos de mi desorientación en el mundo masculino», con la llegada de la pubertad, se acompañaron de «estímulos sexuales», de tal forma que «acabé fijando mi sexualidad en torno a la idea del acercamiento a un hombre (inalcanzable)», asegura Pablo.
A los 18 años, tuvo su primer «contacto físico con un hombre» -desconocido, para más señas-. «Todavía recuerdo, reconoce, esa sensación de querer vampirizar su masculinidad, de ser como él, de ser aceptado por él, porque viera en mí a un hombre como él. Pero en el submundo gay no hay nada gratis y el precio a pagar era el sexo».
«Sólo conocía gente muy herida, como yo»
Las relaciones que ha mantenido Pablo a lo largo de su vida han variado en cierto sentido con la edad. Cuenta que «hasta los veintipocos» era ingenuo, y buscaba más ser «recibido con ternura». Más tarde, «con más experiencia sexual se iba al grano: la gente quería sexo»; de los 30 a los 40, «uno se siente joven, pero ya no es un chaval y algunos buscaban en mí y yo en ellos una pareja». Más allá de los 40, «era ya transparente (demasiado viejo) y sólo conocía gente muy herida que era, como yo, incapaz de relacionarse con normalidad, y confundíamos el entenderse bien con el estar enamorados».
«La imposibilidad de encontrar al "hombre de mis sueños" hizo que me dedicara a, simplemente, pasármelo bien», subraya Pablo.
Dependencia psíquica.
Durante buena parte de este recorrido vital, Pablo «no era realmente consciente de la dependencia psíquica que tenía del sexo, al submundo gay y al hombre de turno en particular». Eso, hasta que «empecé a ver que consumía horas de sueño en el chat, que salía tardísimo de casa para ir a un club en busca de sexo, que descuidaba tareas urgentes, etc».
«Las relaciones se basan en la infidelidad»
Esa dependencia emocional se alternaba en sus relaciones con «rechazos por agobio», pero «nunca hubo fidelidad» y, aún así, «creía que el próximo sí que sería la pareja adecuada. Que se trataba sólo de eso. Y no he conocido en nadie nada diferente, por muchas historias bonitas que se cuenten. Las relaciones se basan en la infidelidad (consentida o no) y en una colección inacabable de amantes. Yo mismo no sé con cuántos hombres me he acostado. Ni idea».
«Me identifiqué con esa sordidez»
Pablo reconoce que «llegó un momento en que ya no sabía quién era. No me sentía heterosexual, pero tampoco me identificaba con el mundo gay: me miraba al espejo y no me reconocía. Veía a un hombre incapaz de controlar su vida, que se había inventado multitud de pretextos para hacerla llevadera, y otros aspectos secundarios (trabajo, éxito) tenían un espacio exagerado. Haberme identificado con un mundo tan sórdido destruyó mi autoimagen: me identifiqué con esa sordidez: yo era parte de ello. Y fue muy duro».
El negocio de la mentira gay.
Pablo ha recorrido un largo camino y desde la experiencia, hoy es capaz de preguntar en voz alta por algunos «dogmas» de la cultura dominante: «¿Por qué nos mienten acerca de la homosexualidad? ¿Por qué ofrecen los condones como solución a todo (y, a la vez, aumenta el porcentaje de gente que realiza prácticas de riesgo aún estando sanos)?». Su respuesta es clara: «Por el gran negocio que mueve toda la gran mentira gay».
Adoctrinamiento.La convicción profunda de Pablo, desde su intensa y larga experiencia vital atrapada en lo que llama el «submundo gay» va más allá: «Estoy convencido de que este adoctrinamiento viene de gente que, en el fondo, da la razón a quien dice - como yo - que la homosexualidad es el resultado (uno de los tantos que podrían darse) de unas heridas afectivas. Y muchos activistas gay y políticos las conocen tan bien que juegan con ellas para utilizar a los gays, manipularlos para conseguir sus objetivos. Tratan a los gays de tontos y estos, encima, les dan las gracias».
«Sé del drama que viven»
Lejos de ensañarse con quienes antaño compartía el mismo planteamiento vital, Pablo expresa un gran respeto por quienes viven en la homosexualidad y defiende su recorrido vital: «¿Soy homófono por haber seguido este camino? No. Soy una de las personas que respeta más profundamente a los homosexuales, porque sé del drama que viven, tanto los que han aceptado su estado como los que no, tanto los que reconocen sus heridas como los que no las ven».
De cómo llegó Pablo a replantearse el discurrir de su vida, abandonó la práctica homosexual y ha logrado vivir en castidad «gozosa, positiva, afirmativa», ReL dará cuenta en un próximo reportaje, no sin antes dejar este aperitivo: «Si yo he salido adelante, cualquiera puede hacerlo. Cualquiera que lo quiera de verdad, que busque los medios, que confíe en Dios y que se deje ayudar».
Nicolás de Cárdenas/ReL
No hay comentarios:
Publicar un comentario