Todos sabemos que la extremaunción es un sacramento, y por ello es un canal para recibir gracias divinas. Es el último sacramento que por orden cronológico una persona ha de recibir o puede recibir a lo largo de su vida.
En la epístola de Santiago se puede leer: “¿Está afligido alguno entre vosotros? Ore. ¿Está de buen ánimo? Salmodie. ¿Alguno entre vosotros enferma? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor le hará levantarse y los pecados que hubiese cometido le serán perdonados”. (Sant 5,13-15). La síntesis de este sacramento podemos encontrarla en el contenido del parágrafo 1.499, del Catecismo de la Iglesia católica al decir este que: “Con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia entera encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y los salve. Incluso los anima a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo; y contribuir, así, al bien del Pueblo de Dios”.
El sacramento de la extremaunción sitúa al enfermo en la Iglesia como a un miembro sufriente de Cristo, y le consagra, por así decir, en una misión muy especial, al paso que le limpia las culpas, si alguna queda aún por expiar y las reliquias del pecado antes de la muerte. Fdz. Carvajal escribe que: “Siguiendo la obra de purificación del alma comenzada por la penitencia, la Extremaunción establece al hombre en una santidad sin tacha, que hace a su alma inmediatamente capaz de la visión de la Trinidad reservada a los corazones puros. Ella estará pronta a comparecer ante Dios. La liturgia de la unción de los enfermos pide la remisión plenaria de los pecados y la vuelta a la salud para el alma y para el cuerpo. Aún después de una larga vida culpable, el cristiano que recibe con las disposiciones requeridas el sacramento de los moribundos, se va directamente al cielo sin pasar por el Purgatorio. La Extremaunción obra con la misma plenitud de gracia que el sacramento de la confirmación con respecto al bautismo. Los Padres y los Doctores de la Iglesia se han complacido en descubrir en él la “consumación” de la obra purificadora de Cristo. Ningún rastro de pecado ya todo está perdonado y purificado”. Este extremos o posibilidad que nos dona el sacramento de la Extremaunción, de adquirir una completa remisión de las culpas de nuestro pecados, no es muy conocida y en general se tiene una vaga idea de este sacramento, pensándose que es como una última comunión eucarística.
Los efectos de este sacramento en el cuerpo y en el alma del que lo recibe, son los siguientes: El sacramento de la unción de los enfermos, otorga un don particular del Espíritu Santo. Es una gracia de consuelo, paz y ánimo para hacer frente a las dificultades propias de la enfermedad o de la situación de vejez de quien recibe el sacramento. Se renueva la confianza y se fortalece la fe, amén de fortalecer el espíritu frente a las tentaciones del maligno. El sacramento da salud al alma y al cuerpo si le conviene. Además si hubiere cometido pecados, en concordancia con lo dispuesto en su día en el Concilio de Trento (DS 1717), le serán perdonados.
El enfermo recibe la fuerza y el don de unirse más íntimamente a la Pasión de Cristo. El sufrimiento de su enfermedad, recibe un nuevo sentido, ya que su sufrimiento pasa a participar en la obra salvífica de Cristo. Cuando celebra este sacramento, la Iglesia, en la comunión de los santos, intercede por el bien del enfermo. Y el enfermo a su vez por la gracia de este sacramento, contribuye a la santificación de la Iglesia y al bien de todos los hombres. A este respecto Juan Pablo II manifestaba: La Virgen María, en el calvario, estando de pie valerosamente junto a la Cruz del hijo, participó en primera persona de su pasión, sabe convencer siempre a nuevas almas para unir sus propios sufrimientos al sacrificio de Cristo, en un “ofertorio” que sobrepasando el tiempo y el espacio abraza a toda la humanidad y la salva. La unción de los enfermos acaba por conformarnos con la Muerte y Resurrección de Cristo, como el bautismo había comenzado a hacerlo. Es la última de todas las unciones, que jalonan toda la vida cristiana. Esta última unción nos proporciona un seguro escudo para repeler, las asechanzas del maligno en nuestro último combate contra él, ya que este suele ser a la desesperada por parte del maligno que ve como se le escapa un alma.
El sacramento de la extremaunción es modernamente más conocido bajo el nombre de “unción de los enfermos”. Quizás que este cambio de denominaciones sea en parte debido, al amplio sentido de administración, que hoy en día, después del II Concilio Vaticano, tiene este sacramento. Anteriormente, solo se administraba el sacramento de la Extremaunción, aquellos enfermos que se encontraban, en fase agónica que había de ser y verse bien clara, y que de esa situación no iban jamás a recuperarse. Hoy en día la administración del sacramento es mucho más generosa y se extiende mucho más allá del círculo de los enfermos agónicos.
Fue en la isla de Malta, cuyo pueblo está arraigado a unas profundas raíces católicas, donde un día, entré en una iglesia para oír misa, y me extrañó el ver la anómala liturgia que se seguía. Llegue a pensar que me había metido en una iglesia anglicana, pero poniendo más atención me di cuenta, de que aquella misa seguía la liturgia de una misa de unción de enfermos. Efectivamente puede ser que hubiese allí, unas setenta u ochenta personas entre enfermos y ancianos, y a los que el sacerdote, fue a los bancos a llevarles la eucaristía. Ninguno de aquellos enfermos tenían cara de estar agonizando, y en muchos casos se trataba de personas de avanzada edad, pero que no parecían tener enfermedad alguna. La fe y devoción de aquellos enfermos era extraordinaria. Tampoco es de extrañar que esto sucediese, en un país que a pesar de su pequeñez, está orgulloso de poseer 365 iglesias, una por cada día del año. Es una tristeza que en nuestras iglesias no se celebren con frecuencia, unciones de enfermos, en los que lógicamente está incluida la Eucaristía.
Otro día ya en España, asistí invitado a una extremaunción, de un amigo que iba a ser sometido a una complicada operación a corazón abierto, de la que no se sabía si iba a salir del quirófano. Fue una eucaristía gozosa donde nos encontrábamos, la familia esposa e hijos, familiares y amigos del que iba a recibir la extremaunción, después fuimos invitados a su casa dónde se nos obsequió. Todo resultó tan natural y festivo que otro amigo también invitado me dijo: Chico esto más bien parece una boda.
La unción de los enfermos ha vuelto a ser lo que inicialmente era: un sacramento para los enfermos. Como ya hemos reiteradamente manifestado, la muerte es una consecuencia del pecado, y la enfermedad, antesala de la muerte, lógicamente también es una consecuencia del pecado. En la Iglesia primitiva no faltaban ni los milagros ni las curaciones, pero ahora desgraciadamente esto no parece ser así. Posiblemente no estén fallando ahora la firmeza de dos columnas fundamentales. La fe y la oración.
El Catecismo de la Iglesia católica señala en su parágrafo 1.509 que: “¡Sanad a los enfermos! (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor, e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos como por la oración de intercesión que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta presencia actúa particularmente, a través de los sacramentos y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna y cuya conexión con la salud corporal insinúa San Pablo”.
El nuevo ritual para la unción de los enfermos, confirma firmemente lo que desde siempre la Iglesia preveía, pero que, durante muchos siglos, había raramente practicado: El sacramento no debe de estar reservado únicamente a los moribundos, y ni siquiera solamente a los enfermos. Adminístrese también a los ancianos que lo soliciten: “senectus ipsa morbos”, - la vejez misma es la enfermedad -, advertía la sabiduría antigua. Asimismo puede y debe de administrarse este sacramento a aquellas personas que van ser sometidas a una operación quirúrgica grave.
Escribe Vittorio Messori, que: “El anciano cristiano que solicita con antelación la extremaunción, - que ahora no es tan extrema, porque podrá renovarse cuando llegue el momento -, es el que demuestra no haber perdido la antigua sana conciencia, de que hay una relación entre su declinar y el pecado del mundo. No relaciona pues, la senilidad y lo que de doloroso significa, solamente con la idea del remedio farmacológico. Sino que la relaciona con el mal moral, que hay que vencer con la fuerza omnipotente que se le ofrece. En su declinar en sus males y en el final que le espera sabe que puede contar no solo con los analgésicos y los anestésicos que se le ofrecen. El es un hombre afortunado en la solicitud del sacramento que la fe le sugiere, en él está implícita, la confianza en el apoyo de las virtudes infusas por el Espíritu y que el mundo intenta difamar de todas formas, al no poder concedérselas: la paciencia, la templanza y la perseverancia”.
Pero en los últimos días o momentos de la que puede ser la última enfermedad, el enfermo puede perder y de hecho muchas veces pierde la iniciativa y capacidad de decisión, siendo entonces los familiares más allegados, los que toman las decisiones. Desgraciadamente, hay veces en que estos familiares, bajo una falsa caridad de no alarmar al enfermo, se niegan rotundamente a que se le administre a este, la unción de los enfermos, pues, según ellos, esto agravaría su situación, al angustiarlo con la idea de que se va a morir. Posteriormente y cuando el enfermo ya ha fallecido sin recibir este último sacramento, vienen, aunque no siempre, los arrepentimientos y las lamentaciones de estos familiares por su insensata actuación. De esto desgraciadamente he sido testigo y le pido a Dios que si me llega ese momento nadie tenga caridad conmigo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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