Estoy retomando la lectura del libro de Shane Clairborne “La revolución irresistible”, quien es para mí un ejemplo de santo postmoderno, a caballo entre el quijotismo y la más pura tradición de Madre Teresa y Dorothy Day, a quien muchos toman por una especie de hippie cristiano porque ha decidido vivir con los más pobres en el peor barrio de Philadelphia.
Contaba Shane cómo en su colegio un chico que había dado el paso de entregar su vida a Jesús y lideraba grupos de jóvenes, fue arrestado a las pocas semanas de darlo por posesión de drogas. Cuando le preguntó qué había ocurrido la respuesta fue simplemente: “me aburría”.
Estas palabras resuenan profundamente en mi. Es domingo y esta mañana tengo que pensar donde iré a Misa, y confieso que uno de los criterios para elegir dónde ir será si la misa de turno será aburrida o animada, si será larga o corta y si podré cubrir el expediente de la manera más cómoda para mí.
Aunque la Misa sea la misma, en la Iglesia católica podemos encontrar muchas maneras de celebrarla. Para empezar tenemos distintos ritos, siendo el romano el más extendido - aunque no el único - y también existen ritos particulares, como puede ser el que viven los neocatecumenales.
Por supuesto existen sensibilidades de todo tipo y visto desde fuera, aunque en esencia sea lo mismo, ir a una misa del Opus Dei y una de la Renovación Carismática, pueden parecernos asistir a galaxias completamente diferentes, y eso que ambos son caminos reconocidos por la Iglesia.
Pero el tema no es hablar de los diferentes tipos de misa, sino de por qué hemos hecho del Evangelio algo tan tremendamente aburrido, por sintomática de esto que sea la manera en que celebramos el acto central de nuestra fe.
El problema va mucho más allá del tedio que supone ir a iglesias donde se siguen cantando las mismas canciones que hace cuarenta años machaconamente todos los domingos, donde la sensación es que la gente que las canta sigue siendo la misma que lo hacía entonces pero con cuarenta años más a las espaldas.
El problema es mucho más serio que pensar en si los curas hacen las homilías más largas o cortas, más o menos aburridas, por mucho que la Congregación del Clero esté insistiendo en que abreviemos, y la Conferencia Episcopal ya se haya pronunciado en el mismo sentido.
Dicen los tradicionalistas aquello de “lex orandi, lex credendi” que si no lo entendido mal, viene a significar que la manera en que celebramos la liturgia informa la manera en la que creemos.
Déjenme darle la vuelta a la tuerca y formular algo así como “lex orandi, lex vivendi”; la manera en la que oramos es la manera en la que vivimos.
Y ahora díganme qué tipo de vida se puede observar en una parroquia de hoy en día, y qué impresión tendría un visitante externo que asistiera a una misa cualquiera, a juzgar por la manera en la que oramos y celebramos.
Me comentaban dos amigos latinoamericanos cómo se les caía el alma a los pies ante la tristeza de las celebraciones dominicales en España, y yo no sabía con qué argumentos defender lo indefendible pues no son los únicos a los que les pasa esto. También nos pasa a los de dentro, la diferencia es que nos hemos conformado o hemos olvidado que las cosas podrían ser de otra manera.
Pero el problema no está ahí, va mucho más allá. Creo que la raíz del mismo es que hemos hecho del Evangelio algo tremendamente aburrido y predecible. Sin querer queriendo hemos domesticado el cristianismo, para acomodarlo a una mentalidad y un “modus vivendi” que no nos complica demasiado la vida.
Si Jesucristo dijo que nos odiarían por su causa, y la iglesia primitiva experimentó por causa del Evangelio, la persecución, la cárcel, la infamia y hasta la muerte, quizás no estaría de más preguntarnos si no nos habremos conformado a la mentalidad del mundo actual.
Creer en Jesucristo tiene un componente de complicarse la vida, porque Jesús no propone un programa de vida fácil, nos llama a perder la vida para ganarla, nos incita a dejarlo todo y seguirle sin mirar atrás, nos interpela a amar a los que nos odian y alegrarnos cuando seamos perseguidos por su causa y demos la cara por Él.
Contaba Shane cómo en su colegio un chico que había dado el paso de entregar su vida a Jesús y lideraba grupos de jóvenes, fue arrestado a las pocas semanas de darlo por posesión de drogas. Cuando le preguntó qué había ocurrido la respuesta fue simplemente: “me aburría”.
Estas palabras resuenan profundamente en mi. Es domingo y esta mañana tengo que pensar donde iré a Misa, y confieso que uno de los criterios para elegir dónde ir será si la misa de turno será aburrida o animada, si será larga o corta y si podré cubrir el expediente de la manera más cómoda para mí.
Aunque la Misa sea la misma, en la Iglesia católica podemos encontrar muchas maneras de celebrarla. Para empezar tenemos distintos ritos, siendo el romano el más extendido - aunque no el único - y también existen ritos particulares, como puede ser el que viven los neocatecumenales.
Por supuesto existen sensibilidades de todo tipo y visto desde fuera, aunque en esencia sea lo mismo, ir a una misa del Opus Dei y una de la Renovación Carismática, pueden parecernos asistir a galaxias completamente diferentes, y eso que ambos son caminos reconocidos por la Iglesia.
Pero el tema no es hablar de los diferentes tipos de misa, sino de por qué hemos hecho del Evangelio algo tan tremendamente aburrido, por sintomática de esto que sea la manera en que celebramos el acto central de nuestra fe.
El problema va mucho más allá del tedio que supone ir a iglesias donde se siguen cantando las mismas canciones que hace cuarenta años machaconamente todos los domingos, donde la sensación es que la gente que las canta sigue siendo la misma que lo hacía entonces pero con cuarenta años más a las espaldas.
El problema es mucho más serio que pensar en si los curas hacen las homilías más largas o cortas, más o menos aburridas, por mucho que la Congregación del Clero esté insistiendo en que abreviemos, y la Conferencia Episcopal ya se haya pronunciado en el mismo sentido.
Dicen los tradicionalistas aquello de “lex orandi, lex credendi” que si no lo entendido mal, viene a significar que la manera en que celebramos la liturgia informa la manera en la que creemos.
Déjenme darle la vuelta a la tuerca y formular algo así como “lex orandi, lex vivendi”; la manera en la que oramos es la manera en la que vivimos.
Y ahora díganme qué tipo de vida se puede observar en una parroquia de hoy en día, y qué impresión tendría un visitante externo que asistiera a una misa cualquiera, a juzgar por la manera en la que oramos y celebramos.
Me comentaban dos amigos latinoamericanos cómo se les caía el alma a los pies ante la tristeza de las celebraciones dominicales en España, y yo no sabía con qué argumentos defender lo indefendible pues no son los únicos a los que les pasa esto. También nos pasa a los de dentro, la diferencia es que nos hemos conformado o hemos olvidado que las cosas podrían ser de otra manera.
Pero el problema no está ahí, va mucho más allá. Creo que la raíz del mismo es que hemos hecho del Evangelio algo tremendamente aburrido y predecible. Sin querer queriendo hemos domesticado el cristianismo, para acomodarlo a una mentalidad y un “modus vivendi” que no nos complica demasiado la vida.
Si Jesucristo dijo que nos odiarían por su causa, y la iglesia primitiva experimentó por causa del Evangelio, la persecución, la cárcel, la infamia y hasta la muerte, quizás no estaría de más preguntarnos si no nos habremos conformado a la mentalidad del mundo actual.
Creer en Jesucristo tiene un componente de complicarse la vida, porque Jesús no propone un programa de vida fácil, nos llama a perder la vida para ganarla, nos incita a dejarlo todo y seguirle sin mirar atrás, nos interpela a amar a los que nos odian y alegrarnos cuando seamos perseguidos por su causa y demos la cara por Él.
Y este es un programa que cualquier joven de los que ven películas de acción y vibran con la épica del Señor de los Anillos podría comprender… pero no es lo que vivimos, y obviamente en consecuencia todo el tema de la religión les parece aburrido y hueco.
En vez de hacer del Evangelio algo difícil y elevado, hemos hecho de él algo tremendamente fácil. Basta con aguantar una aburrida misa los domingos, basta con confesarse con frecuencia y cumplir una moral, basta con exigirse un compromiso de vida, con renunciar a fumar, o a ver la tele en cuaresma…
“Misericordia quiero y no sacrificios”. Y la misericordia es radicalidad, y difícilmente podemos decir que la vivimos, mientras sigamos acomodados en la facilidad de esta sociedad, siendo parte del engranaje de la misma, sin entender que la única cosa que puede hacernos verdaderamente signo de contradicción en este mundo, es la radicalidad de perder la vida por el Evangelio.
El cristianismo está en peligro no porque las misas sean aburridas, sino que las misas son aburridas porque el cristianismo que vivimos está en peligro de una franca decadencia.
Imagínense la iglesia perseguida en las catacumbas de Roma, recitando el Credo maquinalmente y de media voz como lo hacemos hoy en día, mirando el reloj para ver cuando se acaba la celebración y se pueden ir a disfrutar del domingo, y cantando con ritmillo de funeral nuestros más famosos “hits” de los años setenta que siguen cantándose hasta la extenuación en nuestras parroquias de hoy en día.
Más de uno diría: “yo para esto no me juego la vida y me arriesgo a acabar despedazado en el foso de los leones”… algo me dice que sus celebraciones serían más vivas que las nuestras, porque serían el reflejo de la celebración que su vida cotidiana era, donde no se podían permitir el lujo de dejar de ser cristianos ni un minuto.
Hablando de leones, en el primer libro de las “Crónicas de Narnia” de C.S. Lewis “El león, la bruja y el armario”, se describe el peligroso encuentro con Dios que nos tendría que hacer a todos temblar.
Lucy está a punto de conocer a Aslan, el león, y pregunta:
-“¿Es un hombre?”
-“¡Un hombre Aslan! - responde el castor- por supuesto que no. Él es el Rey del bosque y el hijo del Gran Emperador que vive allende los mares. ¿Acaso no sabes quién es el Rey de todas las Bestias? Aslan es un león, el León, el gran León”
-“¡Oh! Pensé que él era un hombre - dijo Susan - ¿es peligroso? Me siento un poco nerviosa ante la perspectiva de conocer a un león”
-“Eso tienes que sentir, querida, y no te equivoques - dijo la castora - si existe la persona que puede presentarse ante Aslan sin que tiemblen sus rodillas, esa persona es o bien la más valerosa o bien simplemente un necio”
-“Entonces, ¿es él peligroso?”- dijo Lucy.
-“¿Peligroso? - dijo la castora - por supuesto que lo es, pero él es bueno. Él es el Rey, te lo aseguro”
Aslan obviamente es Jesucristo, y mucho me temo que a un león nunca lo podremos domesticar del todo, y a un Rey hemos de seguirlo con el amor, el respeto y la fascinación que muestran los personajes de Lewis.
El problema de nuestro cristianismo no es sólo que se haya vuelto inocuo, es que se ha vuelto tremendamente aburrido.
Y Dios nos perdone por haberlo hecho así, porque muchos verán este antitestimonio antes que nada, y se harán ciegos a la Verdad del hijo de Dios, que me amó y dio su vida por mí, y por ti, y por todos y cada uno de los seres humanos de este planeta.
José Alberto Barrera
Su articulo me ha puesto a pensar!! En la escuela de mi hijo le dejaron hacer evangelio esto porque es una escuela católica ! El punto del que habla me pone a idear un modo de hablarle y enseñarle la plabra de dios de una forma mas creativa para despertar su interés!!
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