Acallar la propia vanidad y no pronunciar palabras que son incienso orgulloso del propio ego.
Hace algunos años, los obispos franceses a los cristianos realizar un ayuno muy particular: renunciar a palabras inútiles y emplear palabras para dar testimonio.
Hoy retomamos el tema ya que quizás muchos no nos planteamos con seriedad qué palabras saltan el cerco de nuestros dientes - parafraseando al poeta Homero. Nuestro modo de pensar, a veces tan poco orientado, no deja espacio a una serena reflexión sobre las expresiones que utilizamos. Decimos lo primero que nos llega a la boca y después, vistas las consecuencias, nos viene el remordimiento de no haber dicho lo que deberíamos o de haber dicho lo que no deberíamos decir. Queremos entonces dar marcha atrás y pretendemos en vano arrancar al viento nuestras palabras. ¿Hay de verdad “palabras inútiles”? El hombre de pensamiento y juicio superficial diría que no, pero incluso los niños, en cuanto estrenan su uso de razón, se dan cuenta de que ciertas palabras y expresiones “no las deben decir”. Tal vez, con la mano sobre el pecho, cada quien debería reconocer la ristra de “palabras inútiles” que ha pronunciado y que giran el mundo hiriendo a todo pobre mortal que cruza por su camino.
“La Cuaresma es un momento privilegiado de búsqueda de sentido” - dicen los obispos franceses. Es ciertamente un camino de preparación hacia la Pascua, en el que buscamos caminar con mayor firmeza sobre las huellas de Cristo, obediente por amor hasta la muerte de cruz. La invitación a la penitencia, a la oración, y a las obras de caridad viene a tonificar el alma y a purificarla del pecado para mejor disponerla a “morir y resucitar con Cristo”.
El ayuno de “palabras inútiles” y la exhortación a emplear “palabras de testimonio” se insertan perfectamente en este triple camino de penitencia, de oración y de caridad.
Es en verdad una grande penitencia acallar la propia vanidad y no pronunciar palabras que son incienso orgulloso del propio ego. Duele también contener la respuesta acalorada ante una humillación o un insulto. Cuesta sujetar las críticas que saltan de la lengua como de un trampolín cuando uno es contrariado y la soberbia se yergue en desafío. Ya decía el apóstol Santiago que quien domina su lengua es “un varón perfecto”. Da pena ver cómo hay personas que se juzgan enraizadas en el círculo de sus amistades cuando su lengua se embarra con palabras soeces o expresiones de doble sentido. ¿Piensan que siendo malhablados serán mejor escuchados? Tal vez se sientan más seguras de sí mismas por sus palabras gruesas, pero uno queda sumamente incómodo al escucharlas. El condimento insustancial de las “palabras inútiles” no hace más que desvelar una inmadurez humana y pobreza de espíritu.
Hablar lo justo, hablar bien, hablar educadamente es una conquista de hombres recios y de mujeres finas, con ideal y hondo aprecio por la dignidad propia y ajena. Esta penitencia invita además a cerrar oídos para que la lengua no aprenda lo que no debe decir. Hoy en día la televisión y el cine se han convertido en los maestros del léxico. Viene siendo algo habitual que los niños y jóvenes sean entretenidos por personajes que apuestan su simpatía en la vulgaridad. Y cuando se anuncia que el programa es “para mayores de 18 años” es casi infalible que habrá, además de escenas inconvenientes para todo hombre que se precie de tener un mínimo de rectitud y honestidad moral, una retahíla de expresiones indecentes, irrespetuosas e incluso obscenas. Es muy aconsejable para la Cuaresma el ayuno de todas estas palabras. El alma se ahorra una mala digestión.
Por otra parte, qué duda cabe que toda palabra respetuosa, ponderada y educada es una oración. Esta lengua nuestra no debe queda atada cuando hay mucho que decir y testimoniar sobre el amor de Dios y la vocación eterna del hombre. “De la riqueza del corazón habla la boca”, dijo Jesucristo. ¿Y quién no lleva en su propio corazón alguna riqueza? Hemos de hablar mucho, sin cansarnos, de todo el bien que se ve, que se sabe, que se oye y que se toca. Estamos rodeados de personas maravillosas y vivimos en un mundo incomparablemente bello. Todo es una poesía del amor de Dios. ¿Cómo se va a quedar muda la lengua? Bien sentenciaba san Agustín que “no podemos creer y quedarnos callados”. El amor coloca en la lengua la palabra feliz, justa, amistosa y rica. Una palabra o una expresión “inútil” sería aquella que procede sin amor del corazón, pues todo lo que no tiene amor es de verdad “inútil”. La oración del hombre que habla bien de y a los demás tiene su origen en el diálogo de la propia alma con Dios. Quien vive con el corazón en el cielo camina con respeto sagrado sobre la tierra. La lengua que ora aprende a alabar, bendecir, perdonar, disculpar y a ofrecer a los demás la palabra digna. Si cada cristiano y hombre de buena voluntad se empeña en purificar su vocabulario de acuerdo a su ideal de vida eterna, se dará cuenta de un resultado estupendo: no hay suficiente vocabulario para hacer el bien y es insuficiente el diccionario para expresar la alegría del alma. Por el contrario, bien se sabe, basta una sola “palabra inútil” para manchar una relación consigo mismo y con los demás.
La caridad de la Cuaresma también abraza nuestras expresiones. El diccionario de la Real Academia Española define la maledicencia como “el hábito de maldecir o denigrar”. Ésta es una herida mortal para el alma del cristiano. La persona maldiciente se coloca fuera del espíritu de caridad que Cristo nos ha dejado como su tesoro y testamento. Hay una brutal ruptura entre el ejemplo de Cristo y su doctrina de amor sin límites al prójimo, frente a la maledicencia que denigra la fama y el buen nombre de los demás. Por lo general, el maldiciente o dado a la crítica ataca como los traidores, siempre por la espalda, cuando su pobre víctima no se encuentra presente. La Cuaresma debe purificar este cáncer de la lengua y del corazón. Que las palabras no sean malas, sino buenas hasta que se pueda instaurar una sólida “benedicencia” que actúe como una estructura de nuestras amistades. Da pena escribir “benedicencia” entre comillas, pues el vocablo no está en el diccionario. La razón - según se expresaron los peritos - es porque se trata de una palabra que no usa la gente y como “el pueblo crea el vocabulario”.... Uno se sonroja leyendo en el diccionario la definición de las palabras usadas en los insultos y viendo que no existe el vocablo “benedicencia”. El pueblo, por lo visto, no habla bien.
Para las fiestas de la Pascua, Dios quiera que el Resucitado escuche de nuestros labios las palabras que son dignas de un hombre y de una mujer preparados para participar de su triunfo sobre el mal y la muerte.
Autor: Álvaro Correa
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