Jesús, el saber que estás en el Sagrario, me hace pensar que si nos amaste hasta dar tu vida por nosotros pues... ¡si que debemos de valer!
Ante ti, Señor, pongo mis ojos en esa pequeña puerta, que esconde la grandeza de un amor infinito como infinita es tu bondad, infinita tu paciencia e infinita tu humildad. ¿Por qué, Señor?... ¿Por qué nos amas tanto?
No es posible saber de tu espera eterna en todos los Sagrarios de este mundo, y no sentir la nada que somos, lo poco que merecemos, el fardo que cargamos tan pesado de nuestros errores y faltas, de lo poco que valemos... pero ya ves, Jesús, el saber que estás ahí, me obliga a pensar que si valemos mucho, porque si nos amaste y nos amas hasta dar tu vida por nosotros pues... ¡si que debemos de valer!
Y al pensar en esto me dan ganas de llorar por lo mal que te correspondemos, lo mezquinos y tacaños que somos para todo lo concerniente a tu sagrada persona... horas y horas ante la televisión, ante la "ventanita" de Internet, tardes enteras de cine, de café, de espectáculos, a veces con grandes sacrificios de filas y de dinero para verlos... todo, todo lo damos, todo nos parece poco para asistir o lograr aquello que nos interesa y seduce...
Pero para ti, Señor, apenas y nos detenemos un instante ante tu figura de Dios hecho hombre muriendo en una cruz con los brazos abiertos para esperarnos y redimirnos... ¡Qué poco tiempo para Ti, Señor!
Los días trascurren... mañana, tarde y noche y vuelta a lo mismo... ni un pequeño rato, a veces ni un minuto para ti y cuando llega el domingo, que es el Día del Señor, tu Día, si es que nos late entramos al Templo donde tu estás, siempre esperando... ¡y que larga es la media hora de la misa!
Estamos empezando los cuarenta días que nos llevarán a desembocar en la Semana de los mayores tormentos que se le pueden infligir a un ser humano, pero aún peor a un Dios que por amor acepta libre y voluntariamente todo eso y más, hasta la muerte. ¿Nos paramos, en nuestro loco correr, para pensar un pequeño instante en esto? ¡Cómo desearías que esto ocurriera, Señor! Quizá nunca nos confesamos de este desamor, de esta gran indiferencia...
Como un acto de desagravio, a tanta frialdad y olvido, recordamos el Salmo 50:
"Misericordia, Señor, hemos pecado"
Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mi y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados.
Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados.
Contra ti solo pequé, Señor, haciendo a lo que a tus ojos era malo.
Crea en mi, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos.
No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mi tu santo espíritu.
Devuélveme tu salvación, que regocija, y mantén en mi un alma generosa. Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza.
"Misericordia, Señor, hemos pecado"
Sé que nos miras con ojos llenos de amor porque eres Padre y te damos un poco de pena al vernos tan vulnerables... pero ese gran amor nos dará la fuerza que necesitamos para tratar de ser cada día un poco mejores y pensar también un poco más en ti.
Es todo lo que nos pides... es todo lo que deseas.
Autor: Ma Esther De Ariño
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