domingo, 14 de febrero de 2010

REFLEXIONAR Y ACTUAR ANTE UNA CRISIS MATRIMONIAL


En la actualidad existe una creencia típica de la modernidad que consiste en creer que la afectividad y la razón se oponen entre sí.

La identificación de la afectividad con la autenticidad es fruto de una sensibilidad posmoderna que rechaza la visión racionalista, según la cual la esencia humana y la conciencia formarían una unidad inseparable. Así vemos a cantidad de personas que se comportan como si su vida fuese un calidoscopio de vivencia sin continuidad ni relación entre ellas. Personas ordenadas y eficientes en trabajos que requieren el máximo autocontrol se abandonan en actividades con las que intentan conscientemente anular la propia conciencia o en las que se da cabida a impulsos destructivos de la persona en sí misma o de su continuo biográfico. Para estos seres humanos la autenticidad consistiría en reconocer lisa y llanamente que eso que llamamos identidad personal es un mito que debe abandonarse; lo único que existe es un deseo polimorfo, dirigido exclusivamente por el principio de búsqueda de placer. O para otros, más allá de las apariencias y de las formas de la tradición y cultura occidental se hallaría la verdadera realidad, cuya puerta de acceso son los sentimientos y la pretensión de sacar a la luz la propia autenticidad, liberándola de los escombros de normas y leyes que han sido arrojados sobre la subjetividad por siglos de educación y cultura, lo que equivaldría a considerar ese núcleo del yo como dotado de una bondad natural; por ello, el sentimiento, o la escucha atenta a las inclinaciones que brotan de la subjetividad, se convertiría en el guía para orientarse en el vivir cotidiano, independientemente de que ésta contenga comportamientos que los demás juzguen irracionales o inmorales.

Esta es una concepción del hombre que se nota incluso en las organizaciones políticas nacionales e internacionales y se caracteriza por un individualismo que infravalora la capacidad innata del hombre de desarrollarse y de abrirse a los demás. Esta concepción tiende a reducir al hombre a la mera dimensión biológica, se olvida de que el ser humano desarrolla su personalidad continuamente desde el instante de su concepción hasta la muerta, a través de un proceso de educación continuo y del ejerció de sus facultades superiores: la inteligencia y la voluntad que lo habilitan a autoposeerse, a ser libre y a ser capaz de comprometerse con una proyección biográfica responsable. Es decir, que la personalización incide en el perfil concreto que adquiere un sujeto gracias el modo de orientar su propia existencia, el hombre al mismo tiempo es y se hace.

Cada persona humana posee aptitudes concretas y diversas a las de los animales, que le distinguen y lo colocan por encima de todos los seres vivos, que deberá utiliza para actualizar el ser potencial que se encierra en sí mismo y en su matrimonio. Pero, la naturaleza humana está dañada por el pecado original y esto, en muchas ocasiones dificulta descubrir lo que debemos decidir para actuar y crecer como creaturas queridas por Dios y destinadas a su amor eterno. El hombre es materia apta para la virtud y para el vicio, y se puede moldear desde valores o contravalores gracias a la flexibilidad de la libertad y a su proyección biográfica. Por eso, la formación de una conciencia bien formada es una responsabilidad irrenunciable de cada quien, que permite el desarrollo de lo potencial y de lo posible del sujeto, según su naturaleza y dignidad.

La persona es aquel individuo distinto a cualquier realidad del entorno, que se caracteriza por ser de naturaleza racional y relacional. Es un sujeto vivo (no un objeto), que encierra en sí grandes realidades imprevisibles, pues rompe con todo programa o instinto. Es un quien (no un qué) que se vive desde su intimidad y desde donde percibe el mundo que le rodea, lo conoce, lo desea y lo asume como propio. Pero, además, lo trasciende pudiendo dar un sentido y un significado a lo que le rodea y a sus acciones que rebasa lo meramente bio-somático.

Por eso, es un error cuando a las personas y especialmente al cónyuge o a los hijos se les ve únicamente desde fuera pues se corre el riesgo de cosificarlos; hay que verlos como un acontecimiento dramático único e irrepetible, como un alguien que se vive como yo, con la misma dignidad y que siempre es novedoso pues es acontecer biográfico, con capacidad de iniciativa y una subjetividad tan rica de conocimientos, tendencias, sentimientos, etc. que es imposible que pase desapercibida. Las personas que forman nuestra familia son: un alguien, un yosemejante a , en los que nos descubrimos como valiosos y gracias a los que nos personalizamos a través de la convivencia amorosa, desinteresada y continuada por toda la vida. La familia es el único lugar donde se nos acoge por lo que somos y no por lo que tenemos o aportamos. En la familia se vive y se con-vive a través de un diálogo de amor inteligente y voluntario, en que cada uno se abre a los otros; acoge y es acogido, de forma natural, para formar una común-unidad interpersonal, que se perfecciona con la común-unidad con Dios. Esto es así porque, el origen de la persona se encuentra en Dios, hasta el punto que lleva grabada en su propio ser la imagen divina de relación interpersonal de amor, total, permanente, fiel, generoso y creativo de Dios. Pero, no sólo eso, al encarnase el mismo Dios en nuestra naturaleza humana ésta adquiere una dignidad superior que ha sido elevada para facilitar nuestra participación de lo divino. Y para los Bautizados se inaugura en la existencia humana tal novedad que lo divino se injerta en lo humano y en el hombre se inician relaciones teologales con Dios.

En consecuencia, la persona no puede actuar y ser tratada de cualquier modo. La condición personal del individuo no se puede guiar por la simple espontaneidad, menos aún por la fuerza de los instintos, sino que, tanto su índole “racional” como la libertad que se origina de su condición espiritual, y sobre todo, su calidad de “hijo de Dios”, imponen al hombre un tipo de conducta y reconocimiento, que exige un comportamiento que refleje la altura de su ser:

· Corpóreo-espiritual: con libertad, conciencia y afectividad iluminadas por la reflexión inteligente que descubre lo bueno, lo bello y lo verdadero; y de la voluntad que le permite alcanzar lo que le perfecciona y le acerca a su fin de amor...
· Inclinado al mal: por lo tanto, necesita estar alerta y no ser ingenuo, además de buscar los medios para superar tal inclinación (para los cristianos, los sacramentos).
· Con naturaleza social: que le permite comunicarse con los demás y llevar a la convivencia las exigencias que implica la dignidad personal del ser humano y superar el egoísmo individualista, para buscar el bien común.
· Ético: Las exigencias morales brotan de la propia estructura de su ser y no por imperativo de las costumbres, de la sociedad o de las religiones.
· Insertado en la historia: Por lo tanto, cuenta con el tiempo y su actuar para hacerse, para proyectarse.
· Con apertura a la trascendencia: Por lo tanto, quien intenta cerrarse en si mismo se empobrece. El hombre se siente religado a un ser superior al cual debe su existencia y al cual orienta su vida. Dios lo invita, lo convoca al amor íntimo con Él a través del seguimiento e imitación de Cristo que nos une a Él gracias al amor que le tiene al Hijo (por eso, entre más nos parezcamos y estemos unidos al Hijo, seremos más gratos a su vista).
· Con una dimensión sobrenatural del ser y de la existencia (en el bautizado): La vida del hombre comunicada con la de Dios, demanda un comportamiento que conduce a la trasformación en Cristo. Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí (Gal 2,20). Pero, que depende de la libertad de cada quien.

El matrimonio siendo una institución natural, se define como la alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, que se considera sacramento entre los bautizados debido a su inserción en lo divino. La esencia del matrimonio consiste en la unidad en el ser, que surge del consentimiento libre de los cónyuges, por el cual el varón y la mujer se entregan y se aceptan en compromiso de amor para constituir un matrimonio y una familia, que implica la unidad y su proyección en el tiempo, que a su vez, facilitan la obtención de las riquezas del matrimonio: el enriquecimiento y cuidado mutuo entre los mismos esposos, y la de las nuevas vidas personales surgidas de su amor y de su desarrollo biográfico y su educación.
La constitución somático-psíquica del ser humano es de alteridad y complemento, de ahí que la vocación común del hombre y de la mujer sea el matrimonio. No es bueno que el hombre este solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada para él (Gen 2,18). La entrega total y para siempre, a imagen de la de Dios, contribuye a la felicidad de ambos. Porque, al ser una unidad de vida y amor, el matrimonio implica un programa completo de existencia humanizada. El amor auténtico entre marido y mujer, manifestado de varias maneras, por ser eminentemente humano, ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca y descubre el bien de toda la persona y por lo tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de ennoblecerlas como elementos y señales específicas de la amistad conyugal. Este amor que asocia lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, que se comprueba por sentimientos y actos de ternura, e impregna toda la vida y que por su generosa actividad crece y se perfecciona. Supera, por tanto, con mucho la inclinación puramente erótica, que, por ser cultivo del egoísmo, se desvanece rápida y lamentablemente. El amor en el matrimonio se debe expresar y perfeccionar singularmente con la acción propia de los cónyuges.

La afectividad es uno de los componentes inseparablemente unidos al ser corpóreo-espiritual del hombre. El ser humano es en su totalidad varón o mujer desde la realidad misma de su ADN, por lo tanto, la sexualidad es la condición orgánica y psíquica que caracteriza al ser humano en cuanto hombre y como mujer. El sexo en la persona afecta a lo más primitivo de la constitución orgánica, dado que ser macho o hembra se determina por sus genes y por lo tanto, lleva cargas muy altas de afectividad. Pero, la sexualidad se integra también en todas y cada una de las manifestaciones espirituales del individuo. Por eso, hay que armonizar la sexualidad con el amor, que a su vez, es su finalidad. Los elementos de la sexualidad humana que se integran en la unidad de la persona en el matrimonio son:
· La genética: nos dice que 44 cromosomas + 1 cromosoma X y 1 Y, es lo que constituye el sexo masculino. Y 44 cromosomas + 2 cromosomas X es igual a sexo femenino. El origen genético de la sexualidad se da desde la concepción y se mantiene durante toda la vida de la persona.
· La morfología: es consecuencia de la constitución genética, que produce una distinción en casi todos los miembros del cuerpo, que los hace complementarios y adecuados a su misión como varón y como mujer unidos a la finalidad procreadora inscrita en la misma sexualidad.
· Los instintos: responden a la necesidad de comunicar y perpetuar la especie pero, en el ser humano los instintos pueden reconducirse racional y voluntariamente.
· Lo racional: todo lo humano, hasta los instintos, está atravesado por la racionalidad y por lo tanto, los hombres viven y actúan de forma diversa a los animales, dando sentido a su vida y eligiendo o rechazando los impulsos y los deseos que se le presentan, para dar continuidad y perfección a su existencia.
· La voluntad y la libertad: el hombre dispone libremente sobre su actuar y por lo tanto, es responsable de las consecuencias que se deriven del mismo, que habrá de elegir también.
· Lo afectivo-sentimental: La sexualidad humana, dado que desde la genética tiene un sentido de complementariedad entre el varón y la mujer, va unida a los afectos y al amor, es una afectividad sexuada e inteligente que habrá que fomentar y acrecentar con las acciones de los cónyuges durante la vida del matrimonio y su desarrollo biográfico, favoreciendo la unidad que son.
· Lo placentero: la sexualidad va unida al placer: sensible y afectivo que supera cualquier disfrute humano porque por un lado, el placer sensible es tal que San Agustín decía que hace perder la racionalidad y por otro lado, ese placer es mayor y llega al nivel más alto posible para el ser humano debido a que va precedido y acompañado del amor profundo que se tienen los esposos, que logran el encuentro interpersonal y la autodonación y comunicación total en lo que son en esencia y no en lo que tienen.
· La procreación: de forma natural el ejercicio de la sexualidad se sigue por la procreación de un nuevo ser nacido del amor de los padres y de Dios, en el amor de una familia y de la creación, y para el amor interpersonal que incluye el humano y el divino.

Los cónyuges tienen la responsabilidad de sacar adelante este proyecto de amor de Dios impreso en su propia naturaleza y por lo tanto, posible de realización, con la ayuda de la Gracia, ya que lo eligieron libremente. Como cualquier proyecto que valga la pena, el proyecto conyugal implicará también esfuerzo, tiempo, dedicación, paciencia, compromiso, ilusión, dedicación, estudio, proyección de futuro, balances continuos, rectificaciones, alegrías, tristezas, logros y fracasos, muchos cuidados y previsiones. No es un proyecto que se deba dejar al azar o al destino o a las circunstancias de la vida, porque en él va implicada la felicidad presente y eterna de los esposos y de sus hijos, y tal vez de gente allegada a ellos que los tomen como modelo. Lo importante es no perder de vista la meta: la perfección a la que está llamado cada uno de ellos y su relación matrimonial. Conociendo estas dos realidades, se pueden elegir y poner en práctica todas las acciones que fomenten la unidad que son y la acrecienten; se trata de salir de sí mismos y de querer ser un bien para el otro. Es cuestión de hacerse cargo del propio destino y ponerse al timón del barco de la vida, que habrá de conducirnos a las profundidades del amor y de la plenitud, belleza, bondad y perfección que ofrece.
Blanca Mijares

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