Es natural sentirnos orgullosos de las cosas que hemos logrado en nuestras vidas.
Y no solo eso, sino que en ciertas ocasiones buscamos por los alrededores otras cosas que nos den motivos de orgullo. Muchos necesitan subirse a importantes vehículos para que los demás los miren embobados y sentirse así orgullosos. Rodearse de cosas materiales para sentirse con valor es un virus que nos está carcomiendo desde las bases. Los medios de comunicación resultan avales fieles para retransmitir estas ideas a toda la población.
Usted, querido lector, los habrá visto regodearse en las banalidades de otros, casi como diciéndole: “mire, observe, este es un estilo de vida al que usted nunca accederá” Y para acrecentar el desenfreno, esos personajes vacuos son como miembros de un circo que visitan todos los medios a su alcance, no sea cosa que usted se pierda por algún motivo la posibilidad de enterarse acerca de esos personajes.
Pero, ¿de qué cosas podemos estar orgullosos? Si lo pensamos con algo de detenimiento, veremos que nos quedan muy pocas cosas, y bastante concretas que nos pueden dar esos motivos. Pensemos en las funciones de nuestro cuerpo. Desde el momento mismo de la concepción se desencadenan una serie de eventos al mejor estilo “dominó” Estos eventos nos van moldeando y darán forma a todos nuestros rasgos, los cuales nos acompañarán a lo largo de nuestras vidas. Dentro del vientre nos vamos formando poco a poco, y nuestra psiquis nada tiene que ver en esto. No conozco nadie que al nacer haya exclamado al mundo: “!Aquí estoy! Miren lo que he logrado”.
A medida que vamos creciendo, nuestro cuerpo se sigue moldeando solo. Poca influencia nuestra podría haber cuando ni siquiera podemos controlar el esfínter y babeamos por doquier. Todos nuestros rasgos son la combinación de los rasgos de nuestros padres. Esa tarea, la mezcla de ADN, resultaría imposible aun para el mejor de los científicos. Sin embargo, esas combinaciones se realizan solas, sin nuestra influencia. Pasan los años y todo está en su lugar gracias a que funciona en modo automático, ya que si dependiera de nosotros veríamos nuestras vidas acabar en cuestión de minutos. Las funciones propias del cuerpo, por ejemplo, el latido del corazón, se realizan de la misma forma. No podemos estar orgullosos de eso, ya que el mismo cuerpo lo hace independientemente de nuestra voluntad. Y lo mismo pasa con las demás funciones. Sería largo de exponer, y creo que usted ha entendido la idea.
Lo que sí podemos hacer en darle al cuerpo la energía necesaria para que este realice su trabajo. Podríamos decir que ese sería un motivo de orgullo, sin embargo, no nos caracterizamos por ser muy coherentes a la hora de realizar esta tarea. A la hora de echarle alimentos a nuestro organismo lo terminamos invadiendo con elementos, en el mejor de los casos, poco saludables. Nuestras costumbres alimenticias atentan directamente contra nosotros mismos, y no solo eso, sino que, no conformes, cada pitada de cigarrillo que succionamos en las opíparas sobremesas agrega la suma de más 4000 elementos sumamente dañinos a nuestro pobre cuerpo. Hasta aquí, es más lo que restamos que lo que sumamos a la hora de sentir orgullo por ser quienes somos.
Las bellezas que nos rodean no son obras nuestras, la naturaleza las hizo. El cosmos en su inmensidad nos absorbe y nos hace parecer minúsculos, tampoco podemos sentir orgullo. Cuando miramos lo que hemos hecho con este planeta, nuestra casa, no queda otra que poner seriamente en duda nuestra capacidad para administrar la vida que se nos ha ofrecido tan gentilmente. No hemos sido capaces de cuidar este planeta ni siquiera porque en él vivirán nuestros hijos. ¿Podemos estar orgullosos de algo? Hemos aniquilado especies que nos eran útiles solo para poder sentirnos más cómodos. Cada generación ha decidido por cuenta propia, sin siquiera tener en cuenta los posibles deseos de las generaciones futuras.
¿De qué podemos sentirnos orgullosos? Creo que la única salida posible es replantearnos seriamente nuestra posición como administradores del lugar donde vivimos en función no solo de nuestros gustos, sino con la vista puesta en las futuras generaciones. La única cosa que puede llenar nuestros corazones de orgullo son aquellas cosas que hayamos logrado como individuos. El crecimiento espiritual, la educación, pensar en los demás, amar al prójimo, todas metas que fueron enseñadas por los más grandes maestros que afortunadamente nos han visitado a lo largo de los siglos. Ser, no parecer. Convertirnos en personas verdaderas, incambiables. No depender de tener posesiones materiales para sentir que valemos algo. El valor viene desde adentro, y nada tiene que ver con costosos relojes o suntuosos vehículos. Cosas útiles, en efecto, pero que no nos agregan valores personales.
Ricardo Gómez
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