martes, 9 de febrero de 2010

LA LUCESITA ROJA


Un amigo, arrebatado por la fiebre de la cultura, se dedicó a ver catedrales e iglesias, de reconocidos valores artísticos y obtener fotografías de ellas. La finalidad que tenía mi amigo, era la de editar uno de esos costosos y gruesos libros, que la gente solo compra para hacer regalos y que al final los excedentes de la publicación, que pueden alcanzar el 80% de la tirada, van a parar a la sección de saldos de algunas librerías o lo que es peor desde el punto de vista económico, a la Cuesta del Moyano, donde el libro se liquida todavía más barato.

Sospecho que la intención que subyacía en este trabajo de mi amigo, era también movida un poco por la vanidad de publicar su nombre en un libro de categoría. Aunque cara le iba a salir la broma, pues ya se sabe el dicho de que: De la pluma nadie se hace rico. Pero bueno, la intención de mi amigo mirada desde el punto de vista humano, era y es laudable porque siempre es mejor que dedique su tiempo a una labor constructiva, que no a malgastarlo en otras actividades inconfesables o al menos poco recomendables. Pero hay desde mi punto de vista, un pero a la labor de mi amigo, que luego explicaré y que no se la perdono.

Una tarde me contó, todas las maravillas que había visto, y como es un hombre culto y de gustos refinados, supo valorar, no sola la fábrica de los inmuebles de las catedrales e iglesias visitadas, sino también, el contenido en muebles de estos inmuebles. Y no solo se refería al mobiliario, sino a los ornamentos y vasos sagrados que en muchas catedrales, españolas y extranjeras, está expuestas en unos pequeños museos. El cincelado de la plata, la pedrería que adorna en muchos casos los ornamentos sagrados, las filigranas artesanales de las custodias, los cuadros y tallas de imágenes. Lo que sospecho que no llegó a ver mi amigo es el interior de los antiguos sagrarios, pues los viejos orfebres que los construyeron, se esmeraban mucho más en el interior que en exterior de forma que por dentro son mucho más trabajado que el exterior, pues para ellos, su fe les hacia comprender que era más importante los que Dios iba a ver en el interior, que lo que los hombres iban a ver en el exterior. Para los que carezcan de fe esto de esmerarse en el interior y no en el exterior, carece de sentido. Todas estas realizaciones de nuestros antepasados, a más de uno les han fascinado, pero desgraciadamente no han sabido ver más allá de lo que todo esto significa y en función de que fue hecho. Solo han sabido ver el continente pero no el contenido, o dicho de otra forma, han visto la cara de la materia pero no la del espíritu.

Aprovechando que mi amigo tomó aire para respirar, en sus apasionadas explicaciones, aproveche para interrumpirle y le pregunté: ¿Te fijaste en una pequeña luz roja que había en una retirada capilla? Y él me preguntó: ¿En qué catedral o a que iglesia te refieres; son tantas las que he visto? Le respondí: En toda catedral y en toda iglesia existe esa luz roja, que es la que nos indica la presencia de Dios sacramentado en su tabernáculo. Mi amigo se calló, y desvió la conversación.

Vivimos de espalda a la realidad. Entramos en la casa de Dios, y lo primero que hay que hacer es saludar al dueño de la casa, que da la casualidad que es el dueño de todo lo creado de lo visible y de lo invisible. En el mundo humano y natural, cuando vamos a una casa extraña o de un conocido, lo primero que hacemos es saludar al dueño o a la dueña de la casa, y no se nos ocurre la grosería de darle la espalda y ponernos a charlar con una tercera persona que nos acompaña, marginando al dueño o a la dueña de la casa.

Pues bien, en el orden sobrenatural podemos observar, la cantidad de gente que va a una boda, y amén de entrar en la iglesia y no ir a saludar al dueño de la casa, que se encuentra donde se halla la lucecita roja, todo el mundo se pone a saludar a todos los conocidos y si son desconocidos a preguntar a otro que de quién se trata y si se trata de las señoras, la principal obsesión es el traje de la novia y saber quien lo confeccionó. De la capilla del Santísimo, que se ocupen los curas que para eso están.

Tres cuartos de lo propio, ocurre si se trata de un funeral, aquí se aplica el principio que dice: El vivo al bollo y el muerto al hoyo. Lo verdaderamente importante es que los familiares del difunto, le vean a uno o a una, y si se llega antes de tiempo, hay la posibilidad de saludar anticipadamente a los deudos del difunto, y no tener que quedarse al rollo de la misa. En ambos casos se ocupa la casa de Dios, como si ella fuese una sala para realizar eventos.

Y todo esto ocurre, porque hemos perdido el sentido jerárquico en nuestras propias escalas de valores. Hace tiempo que nos hemos olvidado que la auténtica escala de valores, es aquella que está presidida por el Señor, porque nada hay ni habrá jamás, más grande que Dios, es triste que los mahometanos nos den lecciones de de respeto y amor a Dios, cuando constantemente están repitiendo la frase: Alá es grande.

Los hombres que construyeron esos inmuebles y muebles, que tanto fascinan a mi amigo y a muchos que no conozco también, no tenían nada que ver con nosotros. Ellos tenían una escala de valores sólidos e incombustibles, que les movían tanto a levantar por amor al Señor, esos monumentos que ahora se exhiben y se valoran solo por su valor cultural, como dar su propia vida si ello fuese necesario, por defender los sacrosantos derechos del Señor. A ninguno de estos hombres se le pasó por la cabeza, que las obras salidas de sus manos iban a ser más importantes, que Aquel por razón del cual, ellos las ejecutaron.

Señor, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos. Ignoramos quién eres, y lo que es peor, nos importa un comino saberlo y así nos marcha todo. Perdónanos Señor, no nos tengas en cuenta nuestros pecados.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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