sábado, 13 de febrero de 2010

EL TIEMPO QUE NOS RESTA


Nadie sabe el tiempo que le resta a uno para abandonar este mundo. Y sin embargo todo el mundo daría algo por saber cuándo se va a morir.

Hay personas que por razón de una enfermedad, los médicos le han asegurado que solo vivirá x años, pero sin tener en cuenta los patinazos que con su mejor buena fe estos profesionales se pegan, la realidad es que a los demás también nos dicen las estadísticas, que por término medio viviremos tantos años. Y aún en el caso de que rebasásemos el término medio, todos sabemos que nunca vamos a cumplir los 120 años.

San Agustín decía: Todo lo que tiene fin, es siempre breve, y nosotros tenemos un fin en esta vida que ya está marcado aunque lo ignoremos el cuándo. El paso del tiempo nos acerca a Dios, cada día que pasa estamos más cerca de Dios, porque bien es verdad que cada día, en cada momento nos acercamos a la muerte. La vida es una carrera hacia la muerte, decía San Agustín, pero detrás de la muerte está Dios esperándonos. La muerte es la puerta de la esperanza, porque tras ella lo que se espera se hará realidad.

El tiempo en una definición genérica es: La medida de la duración del movimiento de todo lo que está sujeto a mudanza. Pero pensemos de antemano, que lo que está sometido a mudanza es todo aquello que se comprende en el orden material. La materia siempre muere o perece; la física nos dice que la materia nunca perece, sino que solamente se transforma, pero la transformación es una forma de desaparición. En el orden del espíritu, reina el principio de la inmortalidad eterna.

Para nosotros el tiempo es como dogal que Dios nos ha puesto Para que seamos conscientes de que toda prueba tiene un principio y tiene un fin. Este dogal o servidumbre, tiene la función de impedirnos a los hombres, tener una noción exacta del pasado y del futuro. Ignoramos lo que pasará en el futuro, y en cuanto al pasado el propio tiempo transcurrido nos desfigura la realidad de lo que realmente ocurrió. Con el paso del tiempo, en la mente humana, la fantasía y la imaginación, van modificando a su conveniencia las vivencias almacenadas en la memoria, aceptándose las nuevas versiones como auténticas, y enterrándose las iníciales que son las auténticas. Y de tal forma se modifican, que incluso llegan a crearse situaciones que nunca existieron, y que a fuerza de repetirlas, la persona llega a auto convencerse de que si ocurrieron.

En la eternidad, el tiempo no existirá. Todo será siempre: presente pasado y futuro en un mismo momento o instante. Dios ha querido que esto fuese así, pues si tuviésemos una visión conjunta del pasado del presente y del futuro, seríamos eternos, y aquí hemos venido, a superar una prueba de amor a Dios. Aquí estamos de paso, y este paso nuestro por la tierra es completamente anecdótico. Porque... ¡vamos a ver! ¿Qué significan ochenta, noventa o cien años para la eternidad?, nada una minucia. Nosotros no hemos sido hechos para el tiempo, sino para la eternidad. Dios nos ha puesto este dogal del tiempo para nuestra santificación y este también tiene la función, de que ignoremos cual es la fecha en la que se acabará nuestra prueba. Solo en la eternidad, seremos libres de la esclavitud del tiempo. Nuestras ideas distorsionadas acerca de lo que es y representa la eternidad, o la infinitud, adquirirán una dimensión correcta y exacta, lo que nos permitirá comprender muchas cosas que ahora son enigmas para nosotros. Es entonces cuando seremos conscientes de ver o comprender la grandeza de Dios, y lo ridícula que es esta vida que en nuestra ignorancia tratamos de prolongar.

Dios nos ofrece la oportunidad de santificarnos de llegar a ser hijos suyos, y nos da un tiempo de paso por esta vida. Seamos pues cicateros con ese tiempo y no lo malgastemos. Escribe Fernández Carvajal: “El tiempo es un don de Dios; es una interpelación del amor de Dios a nuestra libre y decisiva respuesta. Debemos ser avaros del tiempo, para emplearlo bien, con intensidad en el obrar, amar y sufrir”. Debemos de ser avaros con el tiempo que nos resta, porque el tiempo pasado nunca vuelve, no existe una segunda oportunidad. Un antiguo proverbio persa, dice que hay tres cosas que nunca vuelven: la flecha tirada, la palabra pronunciada y la oportunidad perdida. Y los africanos disponen de otro proverbio que dice: El amanecer no llega dos veces al despertar de un hombre.

San Alfonso María Ligorio, escribía: Todo tiempo que no se emplea por Dios es tiempo perdido. Ahora es cuando tenemos la oportunidad de aumentar nuestra capacidad de amor a Dios, cuando se acabe nuestro tiempo, nos quedaremos tal cual, estemos en ese preciso momento. Al que haya forjado una gran vasija, Dios se la llenará igual que al que la haya forjado una pequeñita, pero el de la vasija grande tendrá más capacidad de gloria, que el de la pequeña. Siempre seremos saciados en lo que hayamos creado, pero si amando a Dios, somos ambiciosos, hemos de aprovechar el tiempo que nos resta en crear una gran vasija, este santo San Alfonso María Ligorio, nos pregunta: “¿Quieres ahora saber cual será tu casa en la eternidad?… Será la que merezcas; la que te fabriques tú mismo con tus obras.

Tomás de Kempis, también escribía: Ahora que tienes tiempo acapara todas las riquezas espirituales e inmortales que puedas y no te preocupes de nada, salvo de la salud de tu alma, y de las cosas de Dios. Se dirá: yo no puedo dedicar todo el tiempo a Dios, tengo que trabajar, estudiar, comer, y distraerme sanamente. Cierto, así es y Dios quiere que todo eso lo hagas, para ello te ha colocado en la vida con unas determinadas obligaciones. Lo que El quiere, es que todo lo que hagas, sea trabajar, estudiar, comer, o distraerte lo hagas siempre en función de Él, por Él, en Él y para Él. Así podrás prosperar en el camino hacia Él.

Solo tenemos una oportunidad, no hay posibilidad de reencarnación, tal como nos dicen que existen, las filosofías o religiones orientales, y sus adeptos occidentales. Ni en el Islám, ni por parte de los hebreos, ni por supuesto los cristianos, se aceptan estas teorías sin fundamento alguno, más nacidas del deseo de no morir y quedarse aquí para siempre que en mayor o menor medida más de uno tiene, que realidades que razonablemente se puedan aceptar. Sea poco o mucho, el tiempo que pensemos que nos queda, tratemos de aprovecharlo lo mejor posible. El minuto o la hora que se nos va, nunca más ha de volver. Empleemos nuestro tiempo en superar con la máxima nota la prueba de amor, para la que estamos aquí con nuestro dogal del tiempo puesto.

Quiero terminar esta glosa con unos antiguos versos españoles, que deben de hacernos meditar, estos dicen así:
Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que vas a morir, mira que no sabes cuándo.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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