miércoles, 27 de enero de 2010

MURIÓ CON EL SEÑOR EN LAS MANOS


Algunos medios se han hecho eco del acontecimiento.

Cuando fue descubierto el cuerpo sin vida del Vicario General de Puerto Príncipe entre los escombros de la Catedral, llevaba abrazado un copón con Formas Consagradas, es decir, con el Santísimo Sacramento. Fue una muerte agridulce. Por un lado terrible por las circunstancias que ya sabemos, y por otro lado saber que el Señor está contigo.

Esto me ha hecho reflexionar sobre el amor a la Eucaristía. Es el tesoro más grande que tenemos en la Iglesia, y debe ser la preocupación principal de los sacerdotes: estar muy cerca de Dios. Y en la Eucaristía esto se puede conseguir. Estamos celebrando el Año Sacerdotal en memoria del Santo Cura de Ars. Y esto me ha movido a espigar en la vida de este Santo enamorado de la Eucaristía y, por tanto, de todos los hombres por los que el Señor se ha quedado permanentemente en la tierra. Y me he encontrado estas perlas espirituales y teológicas que comparto con mis lectores:

A su llegada, Ars estaba frío y, de alguna manera, indiferente con respecto a Dios. El quería conquistar el pueblo. El humilde cura rural tuvo como la intuición de que la devoción a la Sagrada Eucaristía es y será siempre entre los pueblos el medio más eficaz de renovación cristiana. Nuestro Señor está ahí escondido, esperando que vayamos a visitarle y a pedirle. El está ahí, en el sacramento de su amor; él suspira e intercede sin cesar junto a su Padre por los pecadores. Está ahí para consolarnos; de esta forma, debemos visitarle a menudo. Cuánto le agrada ese pequeño rato que quitamos a nuestras ocupaciones, o a nuestros caprichos, para ir a rezarle, a visitarle, a consolarle de todas las injuria que recibe. Cuando ve venir con prisa a las almas puras… ¡él les sonríe! ¡Y qué felicidad experimentamos en la presencia de Dios, cuando nos encontramos solos a sus pies, delante de los santos sagrarios.

Dice en otro momento ante la multitud que se agolpa en la pequeña iglesia de Ars: Sin la divina Eucaristía, no habría felicidad en este mundo, la vida no sería soportable. Cuando recibimos la santa comunión, recibimos nuestra alegría y nuestra felicidad.

El santo cura vivía en una extrema pobreza. En su casa no tenía casi nada. Vestía de lo poco que le quedaba, ya que todo lo que podía se lo daba a los pobres. Su comida, si es que se puede llamar a ello comer, se reducía a la mínima expresión. Pero le dolía que el Señor estuviera en aquella vieja iglesia rodeado de tanta pobreza. Hizo todo lo que pudo para tener el mejor sagrario y altar, unos buenos ornamentos, y todo lo necesario para rodear dignamente al Amor de los amores, a Dios mismo. En esto se parecía mucho a la Madre Teresa de Calcuta, y tantos santos que han buscado la dignidad del culto, al mismo tiempo que han defendido la dignidad del ser humano. Pobres para con uno, pero no para con Dios.

Hijos míos, no hay nada tan grande como la Eucaristía. ¡Poned todas las buenas obras del mundo frente a una comunión bien hecha: será como un grano de polvo delante de una montaña! Si pudiésemos comprender todos los bienes encerrados en la santa comunión, no haría falta nada más para contentar el corazón del hombre el avaro no correría tras los tesoros, ni el ambicioso tras la gloria; cada uno abandonaría la tierra, sacudiría el polvo y se iría volando a los cielos.

En las biografías de San Juan María Vianney encontramos abundantes referencias a sus sermones, catequesis y estilo de vida. Todo en el mismo tono de amor a Dios y a los hombres. Este acontecimiento del sacerdote muerto en Haití abrazado a la Eucaristía, es un buen testimonio, y una excelente catequesis, sobre lo que el Santo Cura de Ars, como todos los santos y el Magisterio de la Iglesia, no se cansan de repetir: La Eucaristía hace a la Iglesia y la Iglesia hace a la Eucaristía. Y ella es el tesoro más grande que tenemos, porque es la permanente encarnación del Hijo de Dios. Es Dios con nosotros. Sin la Eucaristía la Iglesia no pasaría de ser una organización religiosa más, con proyección social, pero no sería en verdad la Familia de los hijos de Dios, que cada domingo se reúne para Celebrar su presencia entre nosotros.

El Señor tendrá en el cielo, junto así, al sacerdote de Haití que murió con El en los brazos.
Juan García Inza

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