domingo, 13 de diciembre de 2009

UNA RECETA DE BENEDICTO XVI PARA TIEMPOS DIFÍCILES


La cita no es reciente, sino del año pasado, pero realmente es intemporal, vale para siempre y especialmente para los tiempos difíciles.

Se puede resumir en las siguientes palabras del Papa: "Quien ora no pierde nunca la esperanza". Vivimos en un mundo en que muchas cosas no van, se mire por donde se mire, pues si uno es de una tendencia o con unos gustos o sensibilidad determinados se fijará en determinadas cosas que no le gustan y si es de distinta tendencia se fijara en otras. En la Iglesia, que es una gran madre, caben dichas distintas tendencias y el creyente, tenga el bagaje cultural y teológico que tenga, con facilidad, se da cuenta de muchas cosas que en el mundo no van según el plan del Creador. Con esta constatación el cristiano de conciencia delicada puede sufrir grandemente, no hay duda.

Soluciones: ¿Enfadarse? ¿Estresarse? ¿Aumentar cada vez más el volumen de nuestra crítica a "los malos"? ¿Perder la paciencia? Cada uno que se quede con la que quiera, a mi me encanta la que nos propone Benedicto XVI y os la presento como posible meditación para el fin de semana, después de una semana (y otras anteriores) llena de noticias que nos pueden quitar la paz del corazón. He aquí las palabras del Papa:

"Quien ora no pierde nunca la esperanza, aun cuando se llegue a encontrar en situaciones difíciles e incluso humanamente desesperadas. Esto nos enseña la sagrada Escritura y de esto da testimonio la historia de la Iglesia. En efecto, ¡cuántos ejemplos podríamos citar de situaciones en las que precisamente la oración ha sido la que ha sostenido el camino de los santos y del pueblo cristiano! Entre los testimonios de nuestra época quiero citar el de dos santos cuya memoria celebramos en estos días: Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, cuya fiesta celebramos el 9 de agosto, y Maximiliano María Kolbe al que recordaremos mañana, 14 de agosto, vigilia de la solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María. Ambos concluyeron su vida terrena con el martirio en el campo de concentración de Auschwitz. Aparentemente su existencia se podría considerar una derrota, pero precisamente en su martirio resplandece el fulgor del amor que vence las tinieblas del egoísmo y del odio. A san Maximiliano Kolbe se le atribuyen las siguientes palabras que habría pronunciado en el pleno furor de la persecución nazi: «El odio no es una fuerza creativa: lo es sólo el amor». El generoso ofrecimiento que hizo de sí en lugar de un compañero de prisión, ofrecimiento que culminó con la muerte en el búnker del hambre, el 14 de agosto de 1941, fue una prueba heroica de amor.

Edith Stein, el 6 de agosto del año sucesivo, tres días antes de su dramático fin, acercándose a algunas hermanas del monasterio de Echt, en Holanda, les dijo: «Estoy preparada para todo. Jesús está también aquí en medio de nosotras. Hasta ahora he podido rezar muy bien y he dicho con todo el corazón: “Ave, Crux, spes unica”». Testigos que lograron escapar de la horrible masacre contaron que Teresa Benedicta de la Cruz, mientras vestida con el hábito carmelitano avanzaba consciente hacia la muerte, se distinguía por su porte lleno de paz, por su actitud serena y por su comportamiento tranquilo y atento a las necesidades de todos. La oración fue el secreto de esta santa copatrona de Europa, que «aun después de haber alcanzado la verdad en la paz de la vida contemplativa, debió vivir hasta el fondo el misterio de la cruz» (Juan Pablo II, carta apostólica Spes aedificandi, 1 de octubre de 1999, n. 8).

«¡Ave María: fue la última invocación salida de los labios de san Maximiliano María Kolbe mientras ofrecía su brazo al que lo mataba con una inyección de ácido fénico. Es conmovedor constatar que acudir humilde y confiadamente a la Virgen es siempre fuente de valor y serenidad. Mientras nos preparamos a celebrar la solemnidad de la Asunción, que es una de las fiestas marianas más arraigadas en la tradición cristiana, renovemos nuestra confianza en Aquella que desde el cielo vela con amor materno sobre nosotros en todo momento. Esto es lo que decimos en la oración familiar del avemaría, pidiéndole que ruegue por nosotros «ahora y en la hora de nuestra muerte»".
Alberto Royo Mejía

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