Para enmendar un mal hay que reconocerlo, para curar una enfermedad hay que diagnosticarla, ¿tendremos el suficiente valor para hacerlo? ¿es el momento tan crítico como para que no podamos sustraernos a este deber?, la verdad es que no lo sé, no sé si a pesar “de la que está cayendo” y de “la que se avecina” tendremos el valor de reconocer nuestros propios errores, posiblemente sigamos buscando al galeno que nos regale los oídos con el diagnóstico más benigno.
Como cristianos y españoles, esto es, como parte del Pueblo de Dios, que es la Iglesia, y que por designio divino peregrina en España, hacia la patria de todos, que es el Cielo, hemos:
Confundido la caridad con la simpatía, hemos pensado que la fortaleza era soberbia y la esperanza locura.
Puesto como meta y culmen de nuestras vidas la amabilidad, el colegio y esa actitud permanente de pedir perdón por seguir vivos y por no se que pecados de nuestros padres.
Hemos cercenado del Evangelio aquellos pasajes, aquellas enseñanzas de Jesús que pudieran molestar, mostrando un evangelio desnaturalizado, edulcorado, plano y gris, apto para los que lo rechazan y falto de vida para los que lo buscan.
Hemos transmitido un cristianismo de guitarra, tómbola benéfica y ONG que aburre al más fiel y sigue dejando indiferente al alejado.
Durante “la transición” hemos confundido el bien común con el hacernos amigos de todos a cualquier precio, hemos preferido alcaldes, diputados, senadores y ministros no cristianos por no se que pedigrí democrático. Las cosas dejaron de ser buenas o malas para ser “constitucionales o anticonstitucionales”, justas o injustas para ser “ajustadas a derecho”, abandonamos el derecho natural por el derecho democrático donde la aditividad de los errores puede imponerse a la verdad de las cosas.
Más que perdonar al enemigo lo hemos justificado, dejando de denunciar, como nos corresponde como profetas, el mal; el mal pasado abandonando la historia en aras de la mentira y el mal presente en aras de la convivencia cómoda y pacífica
Hemos cedido templos para reuniones sindicales, conciertos vecinales, odas a la primavera y reivindicaciones ecologistas.
Puesto al mismo nivel a mártires y verdugos, a aquellos que velan por el bien común y a aquellos que se empeñan en destruirlo.
So pretexto de libertad y ¿sana? laicidad hemos abandonado nuestro deber de construir el Reino de Cristo en la tierra, en nuestra sociedad, hemos hecho a Jesucristo Rey, de algo tan lejano como el Universo, y no lo hemos querido como Rey de nuestro pueblo.
Nos gusta mucho decir si y decimos poco NO, como si oponerse, denunciar, actuar no fuese cristiano.
Hemos preferido la inmanencia a la transcendencia ¿Cuántos cristianos viven hoy con la tensión de la espera del “Venga a nosotros Tu Reino”? ¿Cuántos saben que es la Parusía y creen que el Señor como Rey de la Historia volverá? ¿Cuánto vivimos como si la vida en la tierra fuese un absoluto? ¿Cuántas veces se predica desde el pulpito sobre la muerte, el cielo, el infierno y el purgatorio?
¿Cuántas productoras cinematográficas hemos creado los cristianos? ¿Cuántos diputados auténticamente cristianos hemos sentado en el parlamento?
¿De que nos quejamos ahora?, ¿de la retirada de crucifijos cuando tantos religiosos y sacerdotes han abandonado sus hábitos?, ¿de las leyes anticristianas cuando hemos procurado por todos los medios que ningún político auténticamente católico llegase a destacar?
Pero ahora es tiempo de Esperanza, no de optimismo que es una nota psicológica, sino de la autentica virtud de la Esperanza que es un regalo del Cielo.
Así que, abandonemos nuestros errores y MANOS A LA OBRA.
Como cristianos y españoles, esto es, como parte del Pueblo de Dios, que es la Iglesia, y que por designio divino peregrina en España, hacia la patria de todos, que es el Cielo, hemos:
Confundido la caridad con la simpatía, hemos pensado que la fortaleza era soberbia y la esperanza locura.
Puesto como meta y culmen de nuestras vidas la amabilidad, el colegio y esa actitud permanente de pedir perdón por seguir vivos y por no se que pecados de nuestros padres.
Hemos cercenado del Evangelio aquellos pasajes, aquellas enseñanzas de Jesús que pudieran molestar, mostrando un evangelio desnaturalizado, edulcorado, plano y gris, apto para los que lo rechazan y falto de vida para los que lo buscan.
Hemos transmitido un cristianismo de guitarra, tómbola benéfica y ONG que aburre al más fiel y sigue dejando indiferente al alejado.
Durante “la transición” hemos confundido el bien común con el hacernos amigos de todos a cualquier precio, hemos preferido alcaldes, diputados, senadores y ministros no cristianos por no se que pedigrí democrático. Las cosas dejaron de ser buenas o malas para ser “constitucionales o anticonstitucionales”, justas o injustas para ser “ajustadas a derecho”, abandonamos el derecho natural por el derecho democrático donde la aditividad de los errores puede imponerse a la verdad de las cosas.
Más que perdonar al enemigo lo hemos justificado, dejando de denunciar, como nos corresponde como profetas, el mal; el mal pasado abandonando la historia en aras de la mentira y el mal presente en aras de la convivencia cómoda y pacífica
Hemos cedido templos para reuniones sindicales, conciertos vecinales, odas a la primavera y reivindicaciones ecologistas.
Puesto al mismo nivel a mártires y verdugos, a aquellos que velan por el bien común y a aquellos que se empeñan en destruirlo.
So pretexto de libertad y ¿sana? laicidad hemos abandonado nuestro deber de construir el Reino de Cristo en la tierra, en nuestra sociedad, hemos hecho a Jesucristo Rey, de algo tan lejano como el Universo, y no lo hemos querido como Rey de nuestro pueblo.
Nos gusta mucho decir si y decimos poco NO, como si oponerse, denunciar, actuar no fuese cristiano.
Hemos preferido la inmanencia a la transcendencia ¿Cuántos cristianos viven hoy con la tensión de la espera del “Venga a nosotros Tu Reino”? ¿Cuántos saben que es la Parusía y creen que el Señor como Rey de la Historia volverá? ¿Cuánto vivimos como si la vida en la tierra fuese un absoluto? ¿Cuántas veces se predica desde el pulpito sobre la muerte, el cielo, el infierno y el purgatorio?
¿Cuántas productoras cinematográficas hemos creado los cristianos? ¿Cuántos diputados auténticamente cristianos hemos sentado en el parlamento?
¿De que nos quejamos ahora?, ¿de la retirada de crucifijos cuando tantos religiosos y sacerdotes han abandonado sus hábitos?, ¿de las leyes anticristianas cuando hemos procurado por todos los medios que ningún político auténticamente católico llegase a destacar?
Pero ahora es tiempo de Esperanza, no de optimismo que es una nota psicológica, sino de la autentica virtud de la Esperanza que es un regalo del Cielo.
Así que, abandonemos nuestros errores y MANOS A LA OBRA.
Germán Menéndez
PD. La imagen que puede observarse es el escudo de Puerto Rico, me parece muy ilustrativo de como puede, debe, convivir una sociedad civil, una nación concreta, con su Fe y su cultura si excluir a nadie ¿a quien le molesta este símbolo?
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