viernes, 4 de diciembre de 2009

¿DÓNDE ESTÁ NUESTRO CORAZÓN?


¿Hay algo más irracional que poner el énfasis de nuestra felicidad en lo exclusivamente material?

Y nos devanamos los sesos en adquirir nuevas cosas y objetos. Queremos más. Nunca nos parece suficiente. Nos apetece y ya está: ¡nuestro! Vamos poniendo el corazón en ello, y coleccionamos su tacto, su propiedad. No hay que desaprovechar nada, no nos podemos negar nada. Son caprichos que relajan y amortiguan el dolor de la vida, su contundencia. Puede que no lo necesitemos, que sea innecesaria gollería, pero no queremos privarnos de su insignificante regocijo.

Nunca es suficiente. Nunca llenamos el corazón de los necesarios cachivaches o chismes. Siempre hay un hueco que llenar, un olvido que cubrir. Por favor, ¿cómo vamos a poder vivir sin esa cosa, la que sea? Y hay quien roba por conseguirlo o pide un anticipo o un préstamo, sin pensar mucho más. Mío, mío, mío. Esa veleidad tiene que ser mía y sólo mía. Pero el corazón sigue vacío, esa es la realidad. Estamos tan pendientes del propio gusto que nos olvidamos de los demás.

Antojadizos de la nada, de lo absurdo, de lo más inhóspito. No hay cosa que no nos entre por los ojos. Y cada vez más tristes, con el alma híspida, desaparecida entre tanta alienación y extravagancia. Queremos ser felices, pero no damos con el cómo. Y mientras tanto compramos un relámpago detrás de otro, tanteando. Sí, sí, lo que sea.

Buscamos consuelo y creemos encontrarlo en otro bolso, otro reloj, u otra falda. Objetos que almacenamos muy pronto en cajones y armarios. Y la vida se nos vuelve inverosímil, una ficción casi, si no fuera por tantos problemas...

Y es mucho más fácil la amargura. Por supuesto no en la apariencia que vivimos, disimulando como se puede esa deriva del alma, tan alejada de la verdad de nosotros mismos. Conceptos como austeridad o sobriedad, tengas poco o mucho, son como fantasmas que no vienen a cuento, que ya son ganas de aguar la fiesta, con lo bien que lo estamos pasando. Tan apegados estamos a la molicie, tan aturdidos y codorros. Desprendámonos de lo inútil. De una vez por todas. Vivamos con señorío.
Guillermo Urbizu

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