miércoles, 11 de noviembre de 2009

LA MIRADA DEL ALMA


LA MIRADA DEL ALMA PRIMERA PARTE
Puestos los ojos en el autor y consumador de la fe, en Jesús. Hebreos 12:2

Pensemos en el hombre sencillo e inteligente que se detiene por primera vez a leer las Sagradas Escrituras. Se acerca a la Biblia sin ningún conocimiento previo de lo que contiene. No tiene ningún prejuicio; nada tiene que probar, nada que defender.

Este hombre no leerá por mucho tiempo sin darse cuenta que algunas verdades comienzan a destacarse nítidamente. Son los principios espirituales con que Dios ha tratado a los hombres, que aparecen entretejidos en los escritos de varones santos que fueron movidos por el Espíritu de Dios. Según prosiga en la lectura deseará hacer un resumen de las verdades que está entendiendo.

Estos resúmenes vendrán a ser los principios de su credo bíblico. Y si lee por más tiempo, las nuevas lecturas no afectarán estos principios; por el contrario los aumentarán y fortalecerán. Nuestro hombre está descubriendo lo que la Biblia enseña.

Muy arriba en las enseñanzas de la Biblia se encuentra la doctrina de la fe. Es tanta la importancia que la Biblia asigna a la fe, que es imposible que pase desapercibida. El tendrá que reconocer muy pronto que la fe es de vital importancia para la vida del alma. Sin fe, es imposible agradar a Dios. Por la fe es posible adquirir cualquier cosa; ir a cualquier parte en el reino de Dios, pero sin fe nadie puede allegarse a Dios, ni ser librado de sus culpas, ni tener libertad, ni salvación, ni comunión, ni nada. Nunca tener vida espiritual. Cuando nuestro amigo haya llegado al capítulo once de la Epístola a los Hebreos, no le será extraño el elocuente encomio que se hace allí de la fe. Antes de eso habrá leído la brillante defensa de la fe que hace Pablo en Romanos y en Gálatas.

Más adelante, si lee la historia de la iglesia, podrá ver el asombroso poder espiritual que tenían los reformadores debido a su fe inalterable en la religión cristiana.

Pues bien, si la fe es algo tan importante en la vida cristiana, si es algo imprescindible en la búsqueda de Dios, es perfectamente natural que deseemos cerciorarnos si en verdad tenemos este don. Y siendo nuestra mente como es, tarde o temprano ha de querer investigar cual es la naturaleza de la fe.

¿Qué es fe? Junto a esta pregunta viene enseguida otra. ¿Tengo yo fe? Y debemos encontrar alguna respuesta dondequiera esta se halle.

Casi todos los que predican o enseñan acerca de la fe dicen más o menos lo mismo. Nos dicen que es creer en una promesa, que es aceptar lo que Dios dice, que es reconocer la verdad de la Biblia, y actuar conforme a ella. El resto de lo que ellos dicen en sermones o en libros son relatos acerca de personas que por fe hallaron respuesta a sus oraciones.

Esas respuestas son por lo general bendiciones materiales, tales como sanidad, dinero, protección física o éxito en los negocios. O si el maestro es un filósofo, nos llevará en excursión por los ámbitos de la metafísica, o nos sumergirá en los hielos de la jerga psicológica, definiendo y redefiniendo conceptos, partiendo delgados pelillos hasta hacerlos desaparecer por completo. Cuando finaliza la exposición nos damos cuenta que hemos salido por la misma puerta por la cual entramos. Sin duda, debe haber algo mejor que eso.

La Biblia no hace ningún esfuerzo para definir la fe. Aparte de una breve definición en la Epístola a los Hebreos, en la cual se emplean diecinueve palabras (Hebreos 11:1), yo no sé de ninguna otra definición bíblica, y si la hay, la fe no es definida filosóficamente, sino en manera funcional. Se afirma lo que la fe es en operación, no lo que es en esencia. Se asume la presencia de la fe, y muestra lo que ella produce, no precisamente lo que ella es. Es bueno y sabio llegar hasta aquí, y no pretender saber más. Se nos dice de dónde procede, y por qué medios viene. La fe es un don de Dios y la fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios. Hasta aquí todo va claro, y parafraseando a Tomás de Kempis, “¡Prefiero ejercer la fe, antes que definirla!”

De aquí en adelante, cada vez que en este artículo aparezca la palabra fedebe entenderse como fe en acción, tal como es ejercida por un hombre verdaderamente creyente.

Dejamos de lado la idea de definir la fe, y vamos a pensar en ella como se la siente cuando se pone en acción. La naturaleza de nuestros pensamientos será pues práctica, y no teórica.

En una dramática narración que se halla en el libro de Números se le va fe en acción.

El pueblo de Israel se desalentó, y murmuró contra Dios, y Dios envió entre ellos serpientes ardientes. Estas mordían a las gentes, y muchos murieron. Moisés intercedió ante el Señor por ellos y el Señor les dio un remedio. Le ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de metal, y la pusiera enroscada en un poste en medio del campamento, de modo que cualquiera pudiera verla". ”¡Será que cualquiera que fuere mordido, y mire a la serpiente, vivirá!” Así lo hizo Moisés. “¡Y fue que cuando alguna serpiente mordía a ¡alguno, miraba a la serpiente de metal, y vivía (Números 21:4-9).

En el Nuevo Testamento encontramos la explicación de este suceso y nada menos que por el propio Señor Jesucristo. Él les explica a sus oyentes como pueden ser salvos. Y les dice que es por medio de la fe. Para hacer bien clara su explicación recurre al libro de Números.

Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado, para que todo aquel que en él creyere, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:14, 15).

El hombre inteligente que lee esto no tardará en hacer un descubrimiento: las palabras mirar y creer son sinónimas. La palabra mirar que se emplea en el Antiguo Testamento tiene idéntico significado que la palabra creer. Mirar la serpiente es lo mismo que creer en Cristo.

Pero debemos tener en cuenta que mientras los israelitas tenían que mirar con sus ojos físicos, los creyentes del Nuevo Testamento deben creer con el corazón. La conclusión es que la fe es la mirada del alma que se dirige a un Dios salvador. Después de haber entendido esto, habrá de recordar otros pasajes cuyo significado comenzará a serle más claro. Por ejemplo, A él miraron, y fueron alumbrados, y sus rostros no se avergonzaron (Salmo 34:5). "A ti, que habitas en los cielos, alcé mis ojos; he aquí que como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva a la mano de su señora, así nuestros ojos miran al Señor nuestro Dios, hasta que haya misericordia de nosotros (Salmo 123:1-2).

He aquí el hombre que busca misericordia, y mira rectamente al Dios de misericordia hasta que halla la misericordia. Nuestro Señor mismo siempre miraba a Dios, Y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos (Mateo’ 14:19).

¿Estamos Nosotros mirando a Dios? ¿Qué es Mirar a Dios?.
Seguiremos en la Segunda Parte.

LA MIRADA DEL ALMA SEGUNDA PARTE
En la Primera Parte hablamos de la conexión que hay entre Mirar y Creer. Y cerramos el artículo preguntando Qué Es Mirar a Dios?

La verdad es que Jesús enseñó siempre que todo lo que Él hacía podía hacerlo porque se mantenía mirando a Dios. Su poder descansaba en el hecho de que siempre estaba con su mirada interior puesta en su Padre (Juan 5:19-21).

El tenor de toda la Biblia está en completo acuerdo con lo que dejamos dicho. Y todo se resume en la exhortación de la Epístola a los Hebreos cuando nos dice que corramos la carrera “puestos los ojos en el autor y consumador de la fe, en Jesús” Todo lo cual enseña que la fe no es un acto que se realiza una sola vez, sino una actitud continua del corazón que se mantiene mirando a Dios.

Creer, entonces, es dirigir la atención del corazón hacia Cristo. Es levantar la mirada a He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y nunca dejar de mirar por el resto de nuestra vida. Al principio podrá parecer difícil, pero dicha actitud se hace más fácil con el continuo mirar a la maravillosa personalidad de Cristo.

Podremos distraernos a veces, pero al haber encomendado nuestro corazón a él, cada vez que nos apartemos un poco, sentiremos el fuerte deseo de retornar al igual que un pajarillo que vuelve a su nido.

Insisto en que es necesaria esta entrega personal y voluntaria a Cristo, que hace que el alma fije para siempre su mirada en Jesús. Dios acepta esta intención como la elección nuestra, y tolera las distracciones que sufrimos al vivir en este mundo malo.

Dios sabe que hemos encaminado nuestro corazón a Jesús, y nosotros también lo sabemos, y nos consolamos al saber que nuestra alma está adquiriendo un hábito que no tardará en formar parte de nuestra naturaleza, de modo que pronto no ha de requerir ningún esfuerzo de nuestra parte.

La fe es la virtud que menos piensa en sí misma. Por su propia naturaleza es escasamente conciente de que existe. Igual que el ojo, que ve todo lo que tiene delante de sí, pero él no se ve nunca, la fe se ocupa del Objeto sobre el cual ella descansa, y no pone nunca atención en sí misma.

Mientras estamos mirando a Dios, no nos estamos mirando a nosotros mismos, El hombre que ha luchado por purificarse a sí mismo, y no ha conseguido nada más que fracasos, encontrará grande alivio al quitar la mirada de sí mismo y fijarla en aquel Único que es perfecto.

Mientras mire a Jesús, se realizarán dentro de él todas aquellas cosas que deseó por tanto tiempo. Dios estará dentro de él, obrando el querer y el hacer por su buena voluntad.

La fe, por sí sola, no es un acto meritorio; el mérito depende de aquel en quien se pone la fe.

La fe es un cambio de mirada: dejamos de mirarnos a nosotros mismos para mirar a Dios. El pecado ha torcido nuestra visión interior. La incredulidad es poner al yo en el lugar que le corresponde a Dios, y se halla peligrosamente cerca del pecado de Lucifer, que dijo, Sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo(Isaías 14:14).

La fe mira hacia afuera, y no hacia adentro, y sobre esto reposa la vida entera.

Todo esto podrá parecer demasiado sencillo. Pero no pedimos disculpa por ello. A aquellos que quieren subir al cielo en busca de ayuda, o descender al infierno, les dice,Cercana está la palabra de fe (Romanos 10:8)

La palabra nos induce a levantar nuestros ojos a Cristo y allí comienza la bendita vida de fe.

Al levantar nuestra mirada hacia Dios podemos esta seguros de hallar una mirada amistosa, porque está escrito que los ojos del Señor recorren toda la tierra para ver a los que tienen corazón perfecto para con Él.

La gran expresión de la experiencia es, , oh Dios, me ves. Cuando los ojos del alma se encuentran con el Señor quien busca, se puede decir que el cielo ha comenzado a existir en la tierra".

Nicolás de Cusa en su obra Visión de Dios, escribió esto hace más de quinientos años: Cuando todo mi afán es dirigirme hacia Ti, porque Tú haces todo para dirigirte hacia mí; cuando solo miro hacia Ti con entera atención, sin despegar de Ti los ojos de mi mente, por que Tú me abrazas con tu constante cariño; cuando dirijo mi amor únicamente a Ti, porque Tú que eres amor, Tú te has tornado hacia mí, ¿qué es mi vida, Señor mío, sin todo dulzura por tu amoroso abrazo?

Me gustaría decir más de este antiguo varón de Dios. Él es muy poco conocido entre los cristianos corrientes y entre los fundamentalistas, menos. Creo que ganaríamos mucho si nos relacionáramos un poco con hombres de la escuela cristiana de la que Nicolás de Cusa es uno de los representantes más genuinos.

Pero para que los líderes denominacionales de hoy aprueben la literatura que el pueblo ha de leer, esta debe ser enteramente del gusto partidista de ellos.

Medio siglo transcurrido en América con esta misma actitud nos ha hecho a todos presumidos y satisfechos con nosotros mismos.

Nos imitamos unos a otros, y repetimos los unos las frases de los otros, y buscamos excusas pueriles para disimular nuestra falta de originalidad.

Nicolás fue fiel seguidor de Cristo; amaba a nuestro Señor, su devoción era brillante y radiante. Su teología era ortodoxa, pero fragante y dulce como todo lo que emana de Jesús. Por ejemplo, su concepto de la vida eterna no podía ser más encantador. Si no me equivoco, era lo más parecido posible a Juan 17:3, que es lo corriente entre nosotros hoy en día.

La vida eterna - decía Nicolás - no es otra cosa que la manera bendita en que miras constantemente, penetrando hasta lo más secreto de mi alma. Tu mirada imparte vida, incesantemente; imparte tu amor; me alimentas inflamándome; y mientras me alimentas, despiertas en mí mayores deseos de Ti; me das a beber del rocío de la felicidad, y al mismo tiempo abres en mí una fuente de vida cuya corriente Tú abasteces y haces permanente”.

Pues bien, si la fe es la mirada que el corazón dirige a Dios, y si dicha mirada no es otra cosa que el levantar los ojos del alma para que se encuentren con los de Dios, que todo lo ve, se comprenderá que dicha operación es bastante fácil. Dios siempre hace fácil el desempeño de las cosas vitales, y las pone al alcance de los más débiles y pobres de nosotros.

De todo esto se pueden sacar varias conclusiones. Su simplicidad, por ejemplo. Desde que creer es mirar, eso se puede hacer sin necesidad de ninguna aparatosidad religiosa.

Dios ha dispuesto que lo esencial para la vida o para la muerte esté sujeto al capricho o al accidente.

El mobiliario puede romperse o perderse; el agua puede escurrirse, los registros consumirse por el fuego, el pastor puede tardar en llegar o el edificio incendiarse. Todas estas cosas son externas y pueden sufrir accidentes. Pero el mirar es una actitud del corazón que puede asumirla cualquiera, ya sea de pie, de rodillas, o reclinado en su última agonía, aunque se encuentre a miles de millas de cualquier templo.

En vista que el creer es mirar, dicha mirada se puede efectuar en cualquier momento.

Seguiremos en la Última Parte.

LA MIRADA DEL ALMA TERCERA Y ÚLTIMA PARTE
En La parte primera y Segunda de este artículo, estuvimos tratando la conexión que existe entre Creer y Mirar y lo que es mirar al Señor.

Terminamos este tema mencionando que Ningún instante es mejor que otro para realizar el más noble de los actos. Nadie se encuentra más cerca de Cristo el domingo de resurrección que lo está el sábado 3 de agosto o el lunes 4 de octubre.

Mientras Cristo esté sentado en el trono como Mediador, un día es tan bueno como cualquier otro, y todos los días son días de salvación.

Tampoco tiene importancia, en esta obra bendita de salvación, el lugar en que estemos cuando creemos en Dios. Levantad vuestro corazón a Cristo, e inmediatamente os sentiréis en un santuario, sea que estéis en un coche de ferrocarril, en una fábrica o en una cocina. Podéis ver a Dios en cualquier parte, con tal que vuestro corazón haya decidido amarle y obedecerle.

Tal vez alguno preguntará: “¿No es esto cosa propia de monjes o de ministros, que de por sí están acostumbrados a tener momentos reposados de meditación? ¡Yo soy obrero, y dispongo de poco tiempo para eso!”

Me alegra poder decir que esta clase de vida es accesible a cualquier hijo o hija de Dios. De hecho, es practicada diariamente por miles de personas muy ocupadas, yno está fuera del alcance de cualquiera.

Muchos han hallado el secreto de lo que vengo diciendo, y sin preocuparse demasiado por lo que ocurre dentro de ellos, practican continuamente el hábito de mirar a Dios desde su templo interior. Ellos saben que algo muy profundo en sus almas contempla a Dios.

Aun en los momentos cuando exigencias terrenales les obligan a apartar la vista de ello, no por eso interrumpen la comunión con Dios. No bien se ven libres de lo que impedía vuelven a concentrarse en él. Este es el testimonio de muchísimos cristianos, y mientras escribo, tengo la sensación de estar simplemente transcribiendo lo que ellos me han dicho.

No quiero dejar la impresión de que los medios comunes de gracia son de poco valor.

Ciertamente, ellos valen mucho. La oración privada debe ser practicada por todo cristiano.

Largos períodos de lectura de la Biblia
y meditación purificarán nuestra vista interior, y la dirigirán; la asistencia a la iglesia amplía nuestros conocimientos, y nos mantiene en comunión con los hermanos.

Servicio, trabajo, actividad, todos son buenos, y debieran ocupar a todo cristiano. Pero en el fondo de todas estas cosas, y dándoles verdaderamente significado, debe estar el hecho de mirar constantemente a Dios. Un nuevo par de ojos (para hablar así) han de desarrollarse dentro de nosotros, capacitándonos para contemplar a Dios, mientras los ojos físicos siguen mirando el mundo que pasa ante nosotros.

Tal vez haya alguno que diga que estamos magnificando la religión privada, que el nosotros del Nuevo Testamento está siendo desplazado por un egoísta yo ¿Se les ha ocurrido pensar alguna vez que cien pianos afinados todos con el mismo sintonizador, están automáticamente sintonizados unos con otros?

Tienen el mismo tono, no porque hayan sido sintonizados unos con otros, sino porque todos fueron sintonizados por el, mismo sintonizador.

Del mismo modo cien personas, que están todas adorando a Dios con la mirada fija en Cristo, están perfectamente unidas unas con otras, mucho más que otras cien que al parecer adoran unidas pero cada una con sus pensamientos puestos en cualquier parte. La religión social se perfecciona al purificarse la religión individual. El cuerpo se hace fuerte cuando todos sus miembros están en perfecta salud.

La iglesia de Dios gana cuando todos y cada uno de sus miembros tratan de vivir mejor y más elevadamente.

Todo lo que antecede presupone sincero arrepentimiento y entrega completa a Cristo.

Apenas es necesario decir esto, porque solamente personas muy consagradas habrán seguido la lectura hasta aquí.

Cuando hayamos adquirido el hábito de mirar interiormente a Dios nos sentiremos llevados a un nivel de vida espiritual más alto, en conformidad con las promesas de Dios y las enseñanzas del Nuevo Testamento.

El Dios Trino y Único será nuestra morada, aun cuando nuestros pies pisen el prosaico sendero de los deberes cotidianos. Habremos hallado en verdad el summun bonum de la existencia. Hay una fuente de deseos que podemos codiciar. Son estos de la clase que ni los ángeles ni los hombres pueden comprar, pero pueden adquirirlo aquellos que posean las cualidades que dejamos expuestas, pues ellas satisfacen plenamente todos los deseos racionales, y no puede haber mayor satisfacción que esa (La Visión de Dios).

¡Oh, Señor! He oído una buena palabra invitándome a que mire a ti, y me asegura que si así lo hago, hallaré satisfacción. Mi alma anhela esa satisfacción, pero el pecado ha nublado mi visión a tal punto que apenas puedo distinguirte. Te ruego que me purifiques con tu preciosa sangre, limpiándome interiormente para que pueda mirarte sin velo ninguno, todos los días de mi peregrinaje.

Solo así podré contemplarte en todo tu esplendor el día que aparezcas para ser glorificado con tus santos y admirado por todos aquellos que te esperan, amén.
A. W. Tozer
Chicago. E.U.A.

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