jueves, 12 de noviembre de 2009

EL NÚMERO 40 Y EL CAMBIO


La civilización occidental, se caracteriza por su extremado pragmatismo, lo que la lleva a considerar siempre con preferencia, todo aquello que es real y tangible, marginando lo imaginativo.

Esta reducción y muchas veces casi anulación, del sentido imaginativo es más fuerte y se da en los pueblos anglo sajones y germánicos y al norte de ellos. Por el contrario los latinos son más imaginativos, e inclusive en España nos referimos jocosamente a los germánicos diciendo, que tienen la cabeza cuadrada, sin darnos cuenta que esta misma opinión pueden tener de nosotros los orientales.

A medida que nos desplazamos hacia el oriente vamos entrando, en lo que denominamos la civilización oriental, en la cual, lo imaginativo se excede sobre lo real. El concepto tiempo y su aprovechamiento también varia, con respecto a los criterios que rigen en el mundo occidental. Todas estas diferencias entre las dos civilizaciones orientales y occidentales, se agudizan mucho más, si nos remontamos a los antiguos orientales de los tiempos bíblicos, antes y después de la venida del nuestro Señor Jesucristo.

Una importante consecuencia de la diferencia de estas dos mentalidades, hace referencia al simbolismo que encierran muchos de los mensajes de los textos sagrados. En nuestro mundo, en el occidental, la simbología carece prácticamente de valor, pero en el mundo oriental, todo tiene un extraordinario sentido simbológico.

Concretamente cuando se lee la Biblia, nos perdemos muchas veces, el doble sentido que tienen determinadas frases y sobre todo los números, a los que abundantemente se refieren los textos sagrados que componen la Biblia. Los números que se expresan en la Biblia, en muchos casos, no siempre afirman o nos envían un mensaje matemático, sino simbólico. Para nosotros, dos y dos son cuatro, y no hay que darle más vueltas al tema; nuestro sentido de lo pragmático, que tanto nos ha hecho prosperar materialmente, nos impide detenernos en otro tipo de consideraciones, pero en el mundo oriental, que vive muy imaginativamente y con otra idea y apreciación del factor tiempo, esto no es así.

Los orientales le dan a los números un segundo significado, de carácter simbólico. Por ejemplo el número cuarenta, además de expresar cuarenta unidades de lo que se trate, expresa también en muchos casos una referencia de carácter simbológico.

En la Biblia se emplea este número cuarenta, 102 veces, y muchas de ellas tienen su significado simbólico, en cuanto se emplea la cifra de cuarenta, no para expresar un número de unidades contadas, sino para enviar un mensaje subyacente en el número que se expresa.

Comienza la Biblia con el libro del Génesis, en el cual Dios anuncia el diluvio universal que durará cuarenta días y cuarenta noches. Cuarenta años tenía Isaac cuando tomó por esposa a Rebeca y otros cuarenta también tenía Esaú cuando tomó por esposas a Judit, y a Basmat. Cuarenta días permaneció Moisés en lo alto del Monte del Sinaí, y también cuarenta días tardaron en volver los exploradores enviados por Moisés a la tierra prometida. Fueron también cuarenta días, los que permaneció el profeta Elías en el desierto del Sinaí huyendo del acosa de la reina Jezabel. El profeta Jonás predice la destrucción de Nínive en cuarenta días. Nuestro Señor ayunó cuarenta días en el desierto. Simbólicamente el número cuarenta representa la idea de «cambio», o del paso de una generación a otra. En el diluvio la humanidad cambia. Con los matrimonios de Isaac y Esaú, se inicia una nueva generación. Los cuarenta días de Moisés y de Elías en lo alto del monte, implican su cambio espiritual, Dios los llama para mostrarse más íntimamente a ellos. Los cuarenta días que tardaron los exploradores, simbolizan el cambio de actitud del pueblo judío antes las nuevas, que les traen los exploradores, acerca de la tierra prometida. Los cuarenta años del pueblo judío en el desierto, simbolizan el cambio generacional que ha de producirse, hasta que se extinga la generación infiel que salió de Egipto. A Nínive se le dan cuarenta días para que cambie. Los cuarenta días de Nuestro Señor en el desierto simbolizan el cambio de su vida privada a su vida pública. No obstante lo anterior, hay casos concretos en que es difícil ver el simbolismo, cual son por ejemplo, los cuarenta azotes que se indica en el Deuteronomio, como pena que ha de sufrir el condenado a este castigo. Pero dado el profundo respeto a las formas exteriores, que tenía el pueblo judío, en la realidad solo se daban treinta y nueve azotes, para no sobrepasar nunca por equivocación los cuarenta, lo cual era ya advertido en el Deuteronomio.

Podríamos tal vez, forzando la imaginación, ver aquí el simbolismo, en el cambio que se ha de esperar, en la conducta del que sufre la pena. Las cifras son abundantes en todos los textos sagrados, pero centrándonos en el simbolismo del número cuarenta que es el del cambio, vemos que en nuestra vida espiritual el cambio tiene una tremenda importancia, porque para avanzar en esta vida, en el camino del encuentro con nuestro Creador, continuamente hemos de estar cambiando.

En la espiritualidad de las Iglesias cismáticas orientales se emplea el término metanoia. La metanoia representa el cambio de mentalidad que se necesita tener para avanzar en el desarrollo de la vida espiritual, es la profunda transformación de nuestra escala de valores para adecuarla a lo que el Señor nos demanda. La metanoia, va unida a lo que conocemos con el nombre de conversión de una persona. Es el entierro del hombre viejo y el nacimiento del hombre nuevo que muchas veces espectacularmente se origina en una persona que atiende la llamada del Señor. La conversión determina un cambio en la vida del converso. Cuando esto le ocurre a un alma no suele haber marcha atrás. Dios sabe muy bien que a los que llama se le entregarán.

Muchos destacan dentro del contenido de este término el arrepentimiento. Indudablemente el arrepentimiento está incurso en la metanoia, pero esta es mucho más que un simple arrepentimiento. La metanoia que puede sufrir un alma, para ser considerada como tal, necesita de la perseverancia que a su vez esta necesita del tiempo, pues en el transcurso del tiempo donde se consigue la perseverancia. No se puede asegurar que una persona ha sufrido una conversión si no ha mediado una metanoia. El impulso de un fervorín, fruto de unos ejercicios espirituales, que como un fuego de artificio dura lo que este, no puede considerarse una conversión, podrá haber, eso sí un arrepentimiento pero si no hay perseverancia no hay conversión. Entre otras razones, porque en esta vida lo que muy fuerte entra, muy fuerte sale.
Mi más cordial saludo lector, con el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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