SANACIÓN
No podrás cargar tu cruz si estas cargando resentimientos.
No podrás cargar tu cruz si estas cargando resentimientos.
Para entender el proceso de sanación espiritual, vamos primero a mirar qué sucede cuando tú eres herido de alguna forma.
La reacción al dolor de la mayoría de la gente es tratar de hacer algo al respecto. Una herida corporal, con frecuencia requiere algún tipo de tratamiento corporal. (Una herida corporal también puede ser tratada con imaginería mental y oración, pero nos estamos adelantando.) Una herida, por ejemplo, se tiene que limpiar y vendar.
Dolor emocional, sin embargo, exhibe un problema mayor. La forma en que muchas personas tratan al dolor emocional es escondiéndolo; esto es, ellos hacen algo auto-gratificante - como tomar alcohol, tener sexo, apostar, ver TV o cine, comer golosinas o frituras, y cosas por el estilo - que entumece el dolor pero no hace nada para sanarlo.
Muchas personas también usan la ira y la venganza para responder al dolor.
Ira, en el sentido técnico, es un “deseo” de hacerle daño a la persona o cosa que le hirió; venganza es un “acto” de llevar a cabo ese daño de alguna manera.
La venganza puede ser promulgada pasivamente a través de la obstrucción y el sabotaje, o puede ser promulgada activamente a través de la violencia. Pero, así como sucede al esconder el dolor, la ira y la venganza no sanan el dolor tampoco. Esto es porque todo dolor, en su esencia, es simplemente un recordatorio de tu vulnerabilidad humana inherente y tu impotencia. Aunque tú mates a la persona que te hiere, tú todavía permanecerás vulnerable a otro ataque de otra persona. Entonces, en toda ira y venganza, puede que te sientas poderoso temporeramente, pero el sentimiento es solo una ilusión. No importa lo que hagas, tú permanecerás vulnerable al ataque de cualquiera en cualquier sitio.
En contraste con toda ésta ilusión humana - y desatino - tenemos otra opción. Podemos darle nuestro dolor a Dios. Esto es, cuando estamos heridos, no tenemos que pelear con los demás, tratando de herir a otros como hemos sido heridos nosotros. Confiando en la perfecta justicia de Dios como nuestra protección, vamos a poder aceptar todo mal calladamente, pacíficamente, sin quejas ni protestas. A pesar de nuestras heridas, vamos a poder devolver paciencia, entendimiento, compasión, misericordia, temperancia, y perdón a aquellos que nos hieren, a la vez que oremos para que ellos se arrepientan de sus maldades.
En la sicología está un axioma que la ansiedad y la relajación no pueden existir en una persona simultáneamente; este hecho se ha convertido en la base empírica para la "desensibilización sistemática", un proceso para tratar las fobias. La esfera espiritual tiene un axioma similar: tú no puedes orar por una persona y odiarla a la misma vez. Y si tú te entrenas a ti mismo a orar por el arrepentimiento y la conversión de cualquiera que te insulte o te ofende, entonces se vuelve imposible el odiar a esa persona - y toda tu rabia primitiva por tanto, se disuelve.
TRANSFORMACIÓN A TRAVÉS DE LA ORACIÓN
¡Que carga tan ligera nos dio Cristo! Para sanar nuestras heridas todo lo que tenemos que hacer es, arrodillados ante el Crucifijo, y, mirando a la justicia divina, rendir nuestros deseos de vengar nuestras heridas. En imitación de aquel que aceptó la injusticia calladamente, pacíficamente, y, sin quejarnos ni murmurar, podremos decir:
“Señor, estoy herido. Me duele. Estoy indefenso. Estoy quebrantado. Soy vulnerable. Nada que haga con mis propias manos me puede proteger. Ayúdame, pues sin tu misericordia y protección voy a perecer. En tus manos, Oh Señor, encomiendo mi espíritu. Ayúdame a continuar mi trabajo en tu servicio a pesar del hecho que me siento (traicionado, abandonado, no amado, insultado, acusado falsamente, etc.)”.
Y luego deja que Dios haga lo que hará para transformar tu sufrimiento en valentía y perseverancia - y gracias sanadoras para los que te hirieron.
Muchas personas, en especial aquellas que en su niñez han sido abusadas emocionalmente, físicamente, o sexualmente, tienden a retroceder ante la idea del sufrimiento, principalmente porque inconscientemente identifican el sufrimiento con el castigo - el mismo castigo injusto e irracional que recibieron de las manos de sus abusadores. Y fue este castigo injusto e irracional que causó que tu dolor se hundiera en las profundidades aterradoras de furia e ira, para ser escondidas en las esquinas oscuras del inconsciente, rodeadas de victimización.
Si tan solo tú entendieras que Cristo aceptó todo sufrimiento voluntariamente, no como una víctima, y que, al cargar la cruz, Él soportó por nuestro bien el dolor de todo castigo injusto e irracional. Él le dio “sentido” al sufrimiento. Esto es, Él lo soportó todo públicamente y sin ira, para la redención de nuestros pecados, y, al hacer esto, nos enseñó que amor verdadero significa la buena voluntad de soportar el dolor emocional de los demás, sufriendo con ellos en la esperanza de su salvación.
Si tan solo oraras por los demás y llevaras tus sufrimientos como Cristo los llevó - no como castigo, sino como un regalo de perdón a los demás - entonces tú ya nunca tendrías la necesidad de esconder tu dolor y ya nunca estarías aterrorizado por tu capacidad para la ira; entonces podrás escuchar con honestidad a tu familia y amigos, soportar sus iras sin retroceder de ellas, y ayudarles a sanar sus dolencias y penas y, a que tomen sus propias cruces.
DARLE TU DOLOR A DIOS
Y todo lo que conlleva hacer esto - darle tu dolor a Dios - es que te digas a ti mismo, “Dale tu dolor a Dios” para que te acuerdes qué hacer cuantas veces te sientes herido. Que conste, esto no significa negar las emociones humanas; es una aceptación genuina de la vida emocional humana en su plena realidad.
No siempre está en tu poder el controlar tus sentimientos. Tú reconocerás que tienes amor si, después de experimentar fastidio y contradicción, tú no pierdes la paz, sino que oras por aquellos que te hicieron sufrir y les desea bien.
Entonces, habiendo dicho las palabras, anda, y dale tu dolor a Dios. Admite tu debilidad, tu miserabilidad, tu quebrantamiento - y ruégale a Dios para que Sus fuerzas te soporten a pesar de tus sentimientos.
Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso, me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte.
Sanación, como verás, es simplemente regresar a Dios en humildad y obediencia. No hay sanación para nuestro quebrantamiento si no es a través del quebrantado pan de la Eucaristía. No hay sanación sino a través de Él que aceptó todo dolor, silenciosamente, pacíficamente, sin protestar y sin murmurar - por nuestro bien. No hay sanación sino a través del perdón.
Pero si no perdonas a los demás, tampoco tu Padre perdonará tus transgresiones.
Entonces, darle el dolor a Dios, es evitar el tomar el asunto en tus propias manos - al esconder tu dolor, o a través de la protesta, o al tramar venganza y, en vez de eso, orar por los aquellos que te hirieron y acercarte a Dios en humildad para aceptar la sanación verdadera y perfecta que Él nos ofrece.
¿No estas progresando en la oración? Entonces sólo tienes que ofrecerle a Dios las oraciones que el Salvador derramó por nosotros en el altar. Ofrécele a Dios su amor fervoroso en reparación por nuestra pereza. En el transcurso de toda actividad ora lo siguiente:
“Mi Dios, (yo hago esto) o (soporto aquello) en el corazón de tu Hijo y de acuerdo con sus santos consejos. Te lo ofrezco como reparación por cualquier cosa reprochable o imperfecta en mis acciones”.
Continúa haciendo esto en cada circunstancia de la vida. Y cada vez que te encuentres con algún castigo, alguna aflicción, o injusticia, dite a ti mismo:
“Acepta esto como mandado a ti por el Sagrado Corazón de Jesús para así poderme unir a Él”.
Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia.
Recuerda que en el Padrenuestro decimos: “Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a quienes nos ofende…”. Le estamos diciendo a Dios que nos perdone de la misma forma como nosotros perdonemos… si no perdonamos realmente de corazón, no podemos esperar un total perdón de Dios… nosotros mismos le estamos pidiendo que sea de esa forma.
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