Cristo quiso continuar su acción salvadora por medio de la Iglesia.
El hombre necesita de Dios para salvarse. La experiencia cotidiana del mal, en la vida de los demás, en nuestra propia vida, no es sino la consecuencia del pecado original. Romper las cadenas que nos atan al mal sólo es posible si Dios decide descender, sacarnos de las tinieblas, tender su mano amorosa y rescatarnos de la situación en la que nos encontramos.
Todo eso ocurrió con la venida de Cristo al mundo. No tenemos otro nombre bajo el cual podamos salvarnos (Hch 4, 12). Jesús, con su aceptación total de la Voluntad del Padre, nos ha salvado y rescatado, por su sangre, de nuestros pecados (Ap 1, 5-6). "Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 9-11).
Por los Evangelios sabemos que Cristo quiso continuar su acción salvadora por medio de la Iglesia. Ha garantizado que estará con sus discípulos siempre, y, a la vez, los envía a bautizar en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt 28, 18-20). De forma que quien no recibe al discípulo de Cristo rechaza al mismo Salvador (Lc 10, 16).
Por lo cual, resulta claro que sólo la salvación se encuentra en la Iglesia. ¿Y qué pasa con los que están fuera de ella? Nosotros sabemos también, por la Biblia, que Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2, 4). La acción visible de Cristo y del Espíritu Santo en la Iglesia no impide el que haya una acción invisible, que puede alcanzar también a los que no pertenecen de modo explícito a la Iglesia, pero que, en el fondo, son tocados por la salvación del Señor. Podríamos decir, según un documento del Magisterio, que por su buena voluntad tienen un implícito deseo de ser miembros de la Iglesia, y, en cierto sentido, están unidos a nosotros por esa apertura de su corazón, que es resultado de la acción de Dios, aunque haya otros motivos históricos, psicológicos o sociales que les impida dar el paso para entrar plenamente en la Iglesia.
Podemos decir, por lo tanto, que sólo Cristo es el Salvador del mundo. La Iglesia católica es la señal visible y plena de la acción salvadora de Cristo y de la acción santificadora del Espíritu Santo. Fuera de la Iglesia católica hay elementos de salvación, pero no en su plenitud, por lo que conviene seguir anunciando a los hombres que sólo serán plenamente felices si viven el Evangelio de Jesucristo y se unen, en el amor, la fe y la esperanza, a la comunidad visible que Nuestro Señor creó y en la que sigue presente gracias a los sacramentos, el Santo Padre y los obispos que suceden en el tiempo a los primeros apóstoles.
Autor: P. Fernando Pascual
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