martes, 13 de octubre de 2009

CUANDO LOS SACERDOTES DESPARRAMAN PORQUE NO TIENEN A QUIEN DAR CUENTAS


Me lo comentaba Father Luke, un sacerdote de Lousiana, con quien coincidí camino de Ars, en el rato que compartimos en el avión.

Fue una conversación de lo más interesante, pues este sacerdote americano de treinta años y cara de niño, hizo una reflexión que me ha inspirado este comentario.

Acabamos hablando, como no, de la Iglesia y la evangelización. Lo interesante es que su discurso era el de un clásico tradicionalista, y de hecho se confesó un fan del rito tridentino. Me gustó escuchar sus argumentos sobre el clásico lex orandi, lex credendi, y cómo la Iglesia es depositaria de una tradición que la conforma.

El caso es que hablando de la comunidad de fe, me comentó que a muchos sacerdotes les falta lo en inglés se llama accountability. Esta palabra es difícil de traducir, pues aunque tenga que ver con el rendir cuentas, no tiene traducción directa al español.

En español se rinde cuentas a quien debemos rendir cuentas, pero en inglés, además, uno puede hacerse rendidor de cuentas o responsable (accountable) ante una persona, una comunidad o lo que quiera. Así, por ejemplo, el marido ha de rendir cuentas a su mujer y viceversa, porque se han comprometido a ello por el vínculo del matrimonio.

Dicho esto, lo que en español suena demasiado jurídico, en inglés y en la iglesia quiere decir simplemente tener alguien ante quien responder de los propios actos, del compromiso de vida, de la fidelidad al amor primero.

Se podría identificar con lo que toda la vida hemos conocido como dirección o acompañamiento espiritual, y es una práctica común en la Iglesia católica; pero hay algo más que el uno a uno de la dirección espiritual en la expresión inglesa accountability.

Father Luke me decía que si bien los sacerdotes muchas veces tienen su dirección espiritual y responden ante su obispo, en un gran número de casos están tan desconectados de su comunidad religiosa (la parroquia, la orden) que han dejado de responder ante ellos. Esto provoca soledad, y también una cierta deriva, porque hay algo desencajado si una persona vive en medio de una comunidad y no responde ante ella.

Así, personas que en sus primeros pasos han vivido en el seminario, con unos compañeros ante los que responder animándose mutuamente, con unos formadores y una dirección espiritual constante, de repente salen al mundo y poco a poco, van perdiendo esta estructura de apoyo en la que se desarrollaron como creyentes y seminaristas.

Si vemos la parroquia como una comunidad cristiana de vida, con sus pastores y sus fieles, podemos entender que por necesidad se tiene que dar una interacción y un mutuo animarse y rendirse cuentas, para crecer todos como comunidad de fe, lo cual no tiene porque contradecirse con el papel del sacerdote como representante de la autoridad de la Iglesia.

Lo contrario es una parroquia dispensadora de sacramentos, en la que el sacerdote corre de aquí para allá intentando servir a todos, sin que la gente se pare a pensar en ella como comunidad de vida, con unas necesidades y unas dinámicas de todos sus miembros.

Puesto en términos más familiares, el Magisterio nos ha dicho mil veces que la razón de ser del sacerdocio es la vida laical y que ambas vocaciones se sostienen la una a la otra, estando ligadas por un vínculo muy profundo que conforma la Iglesia.

He titulado el blog Cuando los sacerdotes desparraman, porque no tienen a quien dar cuentas, por aquello del pasaje bíblico de quien no recoge conmigo, desparrama (Mt 12,30). Desparramar, por mal que suene, es por ejemplo intentar abarcar a coger un montoncito de ramas, que no nos dé las manos por ser demasiadas, y que se nos caigan al suelo esparciéndose en mil ramas caídas en el suelo.

Decir que los sacerdotes desparraman, es decir que tocan demasiados palos, y que no les da la vida, y que al final no hay nadie que les ayude a recoger lo que muchas veces acaba por los suelos.

Soy un gran admirador de los sacerdotes que tenemos, y creo que ya por el solo hecho de mantenerse en el puesto, hay una heroicidad de vida que todos debiéramos reconocer. Los sacerdotes sirven al pueblo con lo mejor de su vida, y sufren y lloran con él. Hacen suyos sus problemas y se ponen como intermedio entre el Padre y nosotros, como persona Christi, siendo ministros del don de la salvación de Jesucristo, en una jerarquía de servicio en la que los últimos son los primeros y los primeros los últimos.

Uno de los dramas de nuestra iglesia de hoy en día es la soledad de los sacerdotes, que muchas veces, humanamente hablando, no tienen en quien reposar. Existen sociedades sacerdotales, seminarios como el de Getafe con casas sacerdotales y grupos de vida en los que algunos encuentran este descanso, apoyo e inspiración. Si todo sacerdote tuviera esto, sería un gran avance.

Pero más allá de la propia ayuda de otros hermanos sacerdotes, también ha de existir una verdadera integración con la comunidad a la que se sirve. No basta sólo con ayudar al sacerdote, colaborar con la catequesis, seguir su liderazgo en lo espiritual y temporal. Hace falta una comunidad más profunda, que desgraciadamente no tenemos en las parroquias.

Este problema es primo hermano del que comentaba anteriormente bajo el título de Francotiradores en la Iglesia, porque no es exclusivo de los sacerdotes. En el fondo vivimos una Iglesia de francotiradores a todos los niveles, mirando a la labor que hay que realizar, las mil ramas que hay que atender, pero olvidando la comunidad.

Mi querido Alberto Royo me dirá que no es cierto, que no hay Iglesia ni vida cristiana sin comunidad. Y yo no puedo estar más de acuerdo, pero esa es la teoría. La práctica muchas veces, se traduce en una soledad en el actuar y en el vivir, y creo que debemos estar vigilantes, para así recoger mejor con Cristo, sin desparramar.
José Alberto Barrera

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