viernes, 18 de septiembre de 2009

REPLANTEARNOS


COMIENZA EL CURSO

ECLESALIA,18/09/09.- Comenzamos el nuevo curso. En estos días niños y jóvenes vuelven a las aulas con más o menos ilusión. Los adultos, con suerte, retoman sus trabajos, muchos de ellos con el síndrome postvacacional después de unos días de descanso en cualquier punto de la península ibérica o en cualquier lugar de nuestro mundo… ¡Ventajas de la globalización y la mejora de las comunicaciones!

Pero la mayoría lo hacemos pensando en el futuro: la crisis con el consecuente aumento dramático del paro, el terrorismo, la gripe A, la precariedad de nuestros trabajos, las hipotecas, las letras que faltan por pagar, la violencia de género,… ¿Qué será de nosotros? Son bastantes nuestros miedos y todos buscamos seguridad.

Muchos pensamos cómo afrontar estos sentimientos y sensaciones, y casi seguro que para la mayoría de los que vivimos en este país la respuesta es sencilla: evitarlos, huir de ellos mientras podamos y refugiarnos en cosas que nos duelan menos o conformarnos en que tiene que ser así y no puede serlo de otra manera. Nos pasa hoy y nos ha pasado siempre.

En los últimos años una de las formas más utilizadas como espacio de evasión de los problemas y medio para alcanzar la alegría y la felicidad - en estos días quizá menos acentuado por la dichosa crisis - es la búsqueda del bienestar superficial. Es por ello que los macro centros comerciales y las calles repletas de tiendas se han convertido en los mejores lugares de ocio para pasar el día con la familia. Esto es especialmente acusado en las grandes ciudades. ¿Y después qué? Cuándo ya tenemos el objeto que deseamos, ¿cuál es el paso siguiente? Los problemas continúan, el vacío que sentíamos sigue ahí,… Hemos puesto una tirita a la herida, pero la herida permanece, y cada uno de nosotros nos preguntamos entonces ¿soy feliz?

Mientras tanto, preocupados por nosotros mismos y por las personas más cercanas, no nos paramos a pensar en el ochenta por cierto de la humanidad cuyo anhelo diario es “¿existirá un mañana para mí?”.

Los sociólogos hablan para referirse a este tema del humanismo indoloro. Humanismo indoloro que nos hace pasar al lado del indigente que duerme en la calle o que pide en el supermercado y nos parece una estampa normal de nuestros pueblos y ciudades. Humanismo indoloro porque nos dicen que cada cinco segundos muere un niño y no pensamos que podría ser nuestro hijo, sobrino, hermano. Humanismo indoloro porque vemos aparecer noticias en televisión y nos es indiferente y como mucho nos atrevemos a hacer zapping si se nos revuelve el estómago. Humanismo indoloro porque vivimos en un mundo que no conocemos, donde el abismo norte-sur crece cada día y donde los países del norte explotan sin piedad a los más empobrecidos. Humanismo indoloro porque cambiamos de móvil constantemente para tener el más moderno y no somos conscientes de que estamos provocando una guerra en el Congo. Humanismo indoloro porque vivimos bajo un techo seguro, dormimos en una cama caliente, no nos faltan alimentos y ni siquiera sabemos qué ocurre en nuestra ciudad. Humanismo indoloro por tantas y tantas cosas…

E incluso nos atrevemos a decir que se lo merecen, sin entender que tú has tenido la suerte de nacer en España, pero que otros ese mismo día estaban naciendo en África, Latinoamérica, India,… y con su nacimiento casi fecharon el día de su muerte.

He tenido la suerte de viajar con otros tres jóvenes como yo a Perú este verano acogidos por Antonio, Lolo, Ángel, Mercedes y Glafira (entre otros), misioneros y religiosas de la diócesis de Mérida-Badajoz. Allí no he podido cerrar los ojos, no he podido hacer zapping. He podido ver sin entender cómo en el año 2009 sigue habiendo muchos ciudadanos que no poseen una vida digna, sin agua, sin luz, con un acceso a la educación muy limitada y falta de recursos, sin sanidad para todos… Cómo una mujer y su bebé mueren en un parto normal, cómo existen miles de niños desnutridos mientras a mi me sobran unos kilos, cómo hay tantos jóvenes deseando estudiar sin poder hacerlo porque tienen que cuidar el ganado o cultivar sus campos para poder subsistir (que no existir), cómo…

Y hoy me toca preguntarme sin entender ¿por qué este mundo es tan injusto y desigual? ¿Por qué unos vivimos tan bien y otros tan mal? ¿por qué como mucho nos acordamos de ellos puntualmente en un telemaratón, un mercadillo, cuando les mandamos un contenedor,… y no entendemos que en el resto de nuestro día podemos estar contribuyendo con nuestras vidas - en el trabajo, consumo, uso del dinero, poco cuidado del medio ambiente,…- a que la brecha siga creciendo?

Y hoy también me pregunto, ¿el mundo puede cambiar?, ¿puede ser más humano y habitable? Y me convenzo de que es posible pues en estos misioneros y religiosas, en el pueblo peruano y otros tantos pueblos, en el trabajo de las ONGDs aquí y allá,… he visto muchos signos de esperanza. Gestos y vidas entregadas que hacen que el mundo tenga un poco más de sentido hoy. Gracias a todos ellos.

Pero también estoy convencida de que el mundo cambiará cuando los que vivimos en la cara buena de la moneda también pongamos de nuestra parte. Deberíamos replantearnos nuestro trabajo para que sea más integrador, ético y tenga como horizonte y centro de nuestro quehacer diario a los más empobrecidos. Pero también tendremos que cuestionar nuestros estilos de vida para que sean más universalizables: repensar nuestro consumo; el cuidado del medio ambiente; comprar en comercio justo; compartir nuestro dinero; compartir nuestro tiempo como voluntarios en ONGDs, comedores, asilos, hospitales, Centro Hermano,… Apoyar campañas, acciones y ciberacciones - pronto llegará la campaña mundial de Pobreza Cero -.

Yo estoy dispuesta a ponerme en camino porque pienso en Magali, Edwin, Dennis, Segundo, César, Sandra y tantos y tantos.
Sonia Fernández Holguín

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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