No recuerdo si lo he afirmado en una glosa anterior, la de hace una semana, o en uno de mis libros, pero mi teoría es que el demonio, al igual que nosotros, en su lucha emplea la táctica y la estrategia.
La estrategia es muy clara, todos la conocemos, todos sabemos que él quiere, tal como escribe el Abad Benedikt Baur O.S.B.: “Furioso de odio y de envidia contra nosotros quiere aplastarnos en nosotros a Cristo, causarle perjuicio y derrotas, a El, cabeza nuestra, que en nosotros vive y le combate”. Y para tratar de obtener este fin emplea sus tácticas, una de las cuales está de plena actualidad, pues de acuerdo con los tiempos él las modifica. La táctica actual, consta o se desarrolla en tres etapas:
En la primera, muy del agrado de todos los incautos y propagadores de la esta teoría, es convencer a todos, de que todo el mundo se salva, de que no hay problema alguno. Y todo el mundo se salva, porque la misericordia de Dios es infinita, y un alma que se condene es un fracaso de la Redención salvadora que nos regaló su Hijo. Es aquí donde se encuentra el “pecado de presunción”, del que luego hablaremos y al que se refiere esta glosa.
La segunda fase subsiguiente, es una consecuencia de la primera afirmación, es la de negar la existencia del infierno, ¡pues si nadie se condena, para que se quiere el infierno!, el infierno pues no existe y algún autor, quizás en el ardor de defender sus ideas, van más allá y ponen indebidamente en boca de una conocida santa carmelita, la afirmación de que: el infierno existe, pero está vacío. Conozco de cabo a rabo los escritos de esta santa y no he encontrado tal afirmación por ninguna parte.
Y la tercera fase de esta táctica, una vez aceptadas las dos anteriores, es la de negarse la existencia del propio demonio. Aunque parezca mentira muchos se encarrilan en estas ideas, sobre todo en las de la primera fase, y en eso de no asustar al personal, hablándole del infierno, no vaya a ser que se asusten y se nos escapen. ¡Bonita forma de alimentar la vida espiritual de las almas! En general la tendencia es la quebrar el principio del Santo temor de Dios.
Hay una frase muy idónea de San Pablo para recordar aquí: “Con temor y temblor trabaja en tu salvación. Porque yo soy quien hace en ti, que quieras y que obres según me parece”. (Flp 2,12-13). Tenemos que trabajar para nuestra salvación, y no pensar que la misericordia de Dios nos hará nuestro trabajo.
El pecado de presunción tiene dos variantes, que Fdz. Carvajal explica muy bien escribiendo: “Existe la presunción cuando se confía más en las propias fuerzas que en la ayuda de Dios y se olvida de la necesidad de la gracia para toda obra buena que realicemos; o bien se espera de la divina misericordia lo que Dios no puede darnos por nuestra mala disposición, como es el perdón sin verdadero arrepentimiento, o la vida eterna sin hacer ningún esfuerzo para merecerla”.
Con respecto a la primera clase de presunción, San Agustín apostilla: “Muchos pierden su firmeza por la presunción de estar firmes. Nadie recibirá de mi la firmeza si no se convence de que de sí mismo es un débil”. Nosotros nada podemos con nuestras escasa fuerzas, solo podemos caminar hacia adelante y vencer las tentaciones si nos apoyamos en la gracia divina, sin ella somos seres perdidos, náufragos en este mundo infeccionado. Nuestro Señor ya nos dejó dicho: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada”. (Jn 15,5) Asegura Jacques Philippe: “No ha dicho: no podéis hacer gran cosa, sino 'no podéis hacer nada'. Es esencial que estemos bien persuadidos de esta verdad, y para que se imponga en nosotros no solo en el plano de la inteligencia, sino con una experiencia de todo el ser, habremos de pasar por frecuentes fracasos, pruebas y humillaciones permitidas por Dios. Él podría ahorrarnos todas esas pruebas, pero son necesarias para convencernos de nuestra radical impotencia para hacer el bien por nosotros mismos. Según el testimonio de todos los santos nos es indispensable adquirir esa convicción”.
Con respecto al pecado de presunción basado, en la idea de que todos nos salvaremos, a pesar de: “no haber dado un palo al agua”, como vulgarmente se dice, San Alfonso María Ligorio, fundador de los Redentoristas, nos dice: “Dios quiere que desconfiemos siempre de nosotros mismos a fin de no caer la presunción, pero por otra parte quiere que estemos ciertos de su buena voluntad y de su ayuda para salvarnos siempre que se lo pidamos”.
Resumiendo, el pecado de presunción existe y son muchos los que por ignorancia que es vencible, manifiestan y sostienen la idea de una salvación general para todos, porque Dios es un papá bonachón, que quiere mucho a sus hijos y no va a consentir que eternamente, repito eternamente, se vayan al infierno. Existe una indudable voluntad universal salvífica de Dios, pero por encima de ella, está el respeto que Dios tiene a no quebrar nunca el libre albedrío del que nos ha dotado. Concluyo con una frase del recientemente fallecido teólogo dominico Fray Antonio Royo Marín que aseguraba que: “El vicio o pecado de presunción injuria a la divina justicia, al confiar excesivamente y desordenadamente en la misericordia”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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