viernes, 11 de septiembre de 2009

LO NATURAL


La ley debe respetar cómo biología, naturaleza y relaciones sociales están entrelazadas en la realidad, sin pretender forzar sus límites.

Volver a lo natural es lo de hoy, al grado que el respeto por la naturaleza y su equilibrio ecológico se ha convertido en valor indiscutible trascendiendo naciones y culturas. Llama la atención que el adjetivo natural, que se utiliza casi con reverencia cuando se trata de jalea real, plantas medicinales, arrecifes de corales o las mariposas monarca, se convierta en palabra tabú cuando se refiere al ser humano.

Consciente del peligro de no respetar los ecosistemas, paradójicamente la sociedad actual se inclina a pensar que su propia naturaleza es totalmente maleable, aceptando de hecho que nada hay de natural en el hombre, modelando así la conducta a su gusto.

El respeto a las diferencias es también un rasgo característico de nuestra cultura, subrayando positivamente la dignidad de toda persona humana y su igualdad de derechos. El problema surge cuando para asegurar la igualdad de trato se niega la misma noción de normalidad, lo que lleva a preguntarnos si la carencia de algún atributo biológico característico de la especie humana constituye una disfunción, o es sólo una diferencia. Una vez más el hombre parece no estar dispuesto a escuchar lo que la naturaleza tiene que decir, prefiere librarse de su biología cuando ésta amenaza con poner límites a su comportamiento; basta analizar unos cuantos temas puestos a discusión en la mayoría de los parlamentos contemporáneos.

El respeto a la vida en el vientre materno no es cuestionable cuando se trata de los delfines o la ballena azul, sí en cambio cuando es la madre o terceros quienes encuentran razones para eliminarla. La destrucción de un embrión en gestación siempre es un delito cuando se trata de huevos de tortuga, no así cuando por el aborto legal, la sociedad acepta la destrucción masiva de individuos pertenecientes a su misma especie es decir, a su misma naturaleza, la humana es más, se vive el incumplimiento sistemático de muchas promesas electorales para la familia.

La experiencia con la eutanasia demuestra exactamente lo mismo. Es la vida o más bien la muerte, la que se pone en juego ante la percepción subjetiva de un médico, el peso de la carga económica de una enfermedad o la depresión anímica del enfermo. O se respeta la vida absolutamente, o caemos en una pendiente peligrosa según el criterio dominante.

Hablando de matrimonio y familia, más de 70 intelectuales relevantes: sociólogos, juristas, economistas, expertos familiares, católicos, judíos, protestantes o no creyentes, firmantes del documento Marriage and Public Good, se han lanzado por la defensa del matrimonio concebido como la unión natural de un hombre y una mujer, no por tradición o motivos religiosos, sino basados en la experiencia humana y en los beneficios sociales que esta unión estable trae consigo.

Una sociedad con conciencia ecológica no tiene problemas en reconocer al manglar como hábitat natural de los flamingos, no así a la familia fundada en el matrimonio como el ámbito más propicio para crecer como personas. Con frecuencia las leyes que promulgamos y las condiciones sociales y políticas que favorecemos se dan con base en preferencias o conveniencias que, lejos de respetar a la naturaleza, fuerzan sus límites. Tal es el caso de la manipulación genética y la fecundación in vitro en donde el bien del concebido pasa a segundo término, o de la adopción entre parejas de homosexuales, desconociendo el derecho natural de toda persona a tener padre y madre de distinto sexo. Cuando el hijo no se percibe como un don, se convierte en capricho.

Los animales respetan necesariamente su propia naturaleza. El hombre, por ser libre, corre el riesgo de revelarse contra los límites de su ser biológico y en el fondo, de su condición de criatura. «El hombre tiene que ser su propio creador, versión moderna de aquél seréis como dioses» (Peter Seewald, La sal de la tierra). Sin embargo por ahora, no parece que el resultado sea precisamente el paraíso en la tierra.
Autor: Paz Fernández Cueto

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