No se pierde la esperanza por aquel a quien tanto amamos si la espera está puesta en Dios.
Aunque seamos motivo de crítica, aunque nos tilden de ingenuos e ilusos. Aunque nos vean como si fuéramos seres extraños en medio de un mundo que ha cambiado el sentido al amor, porque sólo vive para satisfacer el ego, porque se contenta con la felicidad aparente de los placeres del momento, cuando en realidad lo único que hace es dañar la mente, el alma y el corazón.
El amor es un regalo de Dios para que el hombre sea feliz y haga felices a los demás. El amor verdadero consiste en amar a Dios y en amar a tu prójimo como a ti mismo. Este es el primer mandamiento. Si decimos que amamos a Dios y abandonamos a aquellos que Él nos dio a nuestro cuidado ya hemos dejado de amar.
La familia es la escuela del amor verdadero, la base de la sociedad y del mundo. Un padre o una madre de familia que dice amar a sus hijos y de la noche a la mañana abandona el hogar ni siquiera está amándose a sí mismo. Su amor se torna egoísta porque sólo piensa en satisfacer su ego buscando fuera de su hogar lo que ya tiene para ser feliz.
El amor dentro del matrimonio es donación y entrega. Es una unión de amor tan profunda que en su máxima expresión conlleva la responsabilidad de la procreación de quienes vienen a dar un sí ulterior a ese amor: los hijos. Los esposos reafirman así lo que Dios nos enseña sobre el amor y entran a participar en la mayor y más bella obra de Dios: la familia.
El amor conyugal es la unión de un hombre y una mujer bajo la bendición de Dios desde el día del matrimonio. Se forma así un triángulo indisoluble de una comunión permanente, que da testimonio de la alianza con Dios como símbolo de la salvación del hombre de acuerdo a lo revelado en la Biblia. Cualquier otra relación fuera del matrimonio es simplemente adulterio, una traición a nuestro Creador y, por ende, al esposo(a) y a los hijos.
Cuando hay abandono matrimonial de inmediato se rompe esa alianza con Dios, y el hombre pierde su paz interior y la oportunidad de ser realmente feliz, al dejarse llevar por el pecado que es la separación entre el Padre y sus hijos. Pero cuando el amor ha dejado raíces fuertes en el esposo o en la esposa que permanecen fieles, cuando en los hijos existe algo maravilloso que es la esperanza de que el papá o la mamá regrese algún día a Dios y a su hogar como el hijo prodigo, entonces descubrimos un verdadero testimonio del amor verdadero, ese amor que un día Dios unió. Entonces la espera, aunque parezca larga, vale la pena, pues el regreso de aquel que tanto se ama no depende de él sino de Dios.
Hoy se habla del divorcio como algo natural, como la ruptura de una relación a la que no se le da el verdadero valor que tiene cuando se ha dado el Sacramento del matrimonio, por el que vale la pena luchar hasta la muerte.
Por más que los hombres traten de legalizar civilmente una nueva relación jamás ésta será válida a los ojos de Dios. Para Dios no hay alternativas a un matrimonio bendecido por el mismo amor divino, ni hay nuevas relaciones que puedan sustituir aquella primera en la que se ha formado una familia.
Sólo en la familia radican los valores que permiten encontrar la verdadera felicidad, como son el amor, la entrega, la armonía, la alegría, la unión, la comprensión, el aprender diario a compartir... Pero, sobre todo, está la esperanza: una esperanza de amor y perdón en la que el hombre, unido a Dios, encuentra la paz y la verdad que nos hace plenamente libres.
Luce Bustillo-Schott
No hay comentarios:
Publicar un comentario