jueves, 27 de agosto de 2009

ECOLOGÍA


El valor que encuentra en la protección del medio ambiente una forma de servir a los demás.

Es el valor que nos hace considerar y actuar en favor de la protección del medio ambiente, los recursos naturales y toda forma de vida, incluyendo la propia.

Pensar en la naturaleza y la cultura ecológica tan de moda en estos tiempos, nos ubica en una situación un tanto incierta. Por una parte, vienen a nuestra mente los grupos verdes con iniciativas de todo tipo: la protección de las especies, el medio ambiente y los recursos naturales, donde son muchos los que participan y se comprometen, pero adquieren un matiz de exageración a los ojos de los demás: para la inmensa mayoría de las personas, luchar por la protección de las ballenas tiene poco sentido, sobre todo si en el lugar donde vive se encuentra alejado del mar.

Al mismo tiempo surge la pregunta: ¿Qué tengo que ver yo con la ecología? Pese a las campañas y la abundancia de carteles, ese sentido de la distancia y no pertenencia a un medio ambiente determinado, nos hace seguir inmersos en nuestras ocupaciones, sin darnos el tiempo necesario para pensar seriamente en la importancia de vivir este valor tan necesario en nuestros días.

Para despertar en nosotros una conciencia ecológica, hace falta reflexionar profundamente sobre el sentido que tiene toda forma de vida para nosotros, y en primer instancia, la nuestra.

Los cuidados que requiere nuestra persona son bastante conocidos: adecuada alimentación, el debido descanso, hacer un poco de ejercicio, prevenir las enfermedades y tratarlas oportunamente, trasnochar lo menos posible, alejarse de los vicios, trabajar con orden, etc., sin embargo, el descuido voluntario de estos y otros aspectos igualmente importantes, necesariamente afecta nuestra salud, por eso, es imposible pensar en preocuparse de lo que ocurre en el exterior, cuando somos incapaces de cuidarnos a nosotros mismos.

Si además del descuido personal, agregamos una falta de voluntad para realizar acciones concretas, podemos formarnos una idea más clara de nuestra conducta. Por ejemplo, no es raro que el clasificar la basura nos provoque cierta pereza, sobre todo si ya existe quien lo haga. Recoger envolturas, papeles y residuos de comida para depositarlos en su lugar o limpiar líquidos derramados, deberían ser actitudes que reflejen nuestros hábitos y costumbres.

Ahora podemos darnos cuenta, que el cuidado de nuestra persona y mejorar cualitativamente nuestros hábitos, nos llevará a conservar nuestro entorno inmediato en óptimas condiciones, y de esta manera, comprender en toda su extensión las grandes y pequeñas iniciativas ecológicas.

Para muchos, es inexplicable la preocupación de algunas personas por su medio geográfico, calificando de exagerado el reporte del noticiero sobre la gravedad de un incendio, un derrame de petróleo en el mar o la contaminación de un río, pero es difícil juzgar y comprender esta situación si vivimos en otro espacio. Para quienes su vida se desarrolla y depende del mar, el bosque, el río o el campo, constituye un centro vital para su existencia, por eso lo considera como propio y parte de su responsabilidad.

Tal vez esa es la clave y fundamento de este valor: considerar como propio todo lo que nos rodea. Así como tenemos especial cuidado por conservar nuestro hogar limpio, de igual manera deberíamos hacerlo en la calle, la oficina, los lugares de esparcimiento... tomando las precauciones y medidas necesarias para cada caso, en vez de quejarnos del deficiente servicio público de limpieza o la falta de conciencia de los conciudadanos. Una vez más, nuestro ejemplo constituye el punto fundamental para la transmisión de los valores.

¿Cuál es el resultado de la conciencia de este valor? Primeramente la solidaridad que debemos a nuestros semejantes, tal vez no está en nuestras posibilidad acudir al sitio de una catástrofe, pero si podemos contribuir en la protección de nuestra comunidad; paralelamente surge el respeto por las personas y la naturaleza, que son inseparables y dependientes entre sí. Dicho de otra forma, representa el compromiso personal por servir a los demás, procurando espacios limpios que faciliten un modo de vida digno para todos.

Para vivir este valor desde tu situación personal y de acuerdo a tus posibilidades, puedes comenzar por:
§ Cuida tu salud prudentemente y sin caer en exageraciones. Tan delicada es una dieta rigurosa, como el exceso en la comida, por ejemplo.
§ Refuerza tus hábitos personales de orden y limpieza, en tu hogar, oficina, lugares que frecuentas y hasta en las calles. No es lo mismo arrojar un papel y que caiga a un lado del cesto, que depositarlo dentro.
§ Respeta las normas de cuidado ambiental de todo lugar (área de fumadores, depositar basura, no dar alimento a los animales del zoológico, no encender fuego, etc.).
§ Acostúmbrate a reportar las deficiencias del servicio público de limpieza y las anomalías que surgen por la falta de conciencia de personas, empresas o instituciones.
§ Infórmate sobre los aspectos fundamentales de la cultura ecológica, aplicando lo que haga falta en tu hogar y comunidad. Seguramente encontrarás a otras personas que apoyen tus iniciativas.
§ Promueve alguna campaña ecológica sencilla en la escuela de tus hijos. Si eres estudiante, con mayor razón.
§ Reflexiona en esta idea: Mi entorno va más allá de las paredes de mi casa, la escuela y la oficina.

Quien vive este valor en la medida de sus posibilidades y con acciones concretas, demuestra un serio compromiso por el bienestar de sus semejantes, con quienes se solidariza para realizar una labor más efectiva, pues su actitud no depende de la moda o el fanatismo, sino por la firme determinación de mejorar el mundo en el que vivimos.

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